La República Islámica de Irán acaba de ahorcar al periodista Ruhollah Zam. Su caso trae a la memoria la muerte del periodista saudí Jamal Khashoggi, crítico del régimen de Arabia Saudita y columnista del The Washington Post.
Según informes , Khashoggi entró el 2 de octubre de 2018 al consulado saudí en Estambul, Turquía, en busca de documentos sobre su divorcio.
El hombre nunca salió. Su novia lo esperó 11 horas frente al consulado. Y según las indagatorias en ese lugar un escuadrón lo golpeó hasta morir. Ahora, Zam, otro periodista, ha muerto en otro país, que al igual que Arabia, es hermético, y hablar y criticar se paga con la vida.
La primavera árabe y Zam.- El periodista iraní Zam fue influenciado –de una forma u otra- por las protestas que desde diciembre de 2010 sacudieron al mundo árabe. Las movilizaciones, que fueron llamadas “primaveras árabes”, se iniciaron el Túnez, con el suicidio, al prenderse fuego, del vendedor Mohamad Bouazizi.
En Túnez, el presidente Zine el Abidine Ben Ali, se vio obligado a renunciar. Luego rodaron las cabezas de Hosni Mubarak, en Egipto; Muamar Gadafi, en Libia; y la ira se extendió por Siria, Yemen, Argelia, Barhéin, Jordania y otros países. En Irán, la tierra de Zam, los intentos fueron aplastados.
Las protestas se materializaron en diciembre de 2017. Y los muertos estuvieron a granel.
Una condena contra Irán.- Zam, quien se asiló en Francia en 2009, creó el portal Amadnews, para informar sobre los vaivenes de su país.
Irán no tardo en acusarlo de incitar las protestas, y Zam viajó engañado a Irán en donde cayó en las garras de los Guardianes de la Revolución.
Allí fue acusado de asesinato, terrorismo y alzamiento en armas. El Supremo iraní lo condenó a muerte. Zam ha pagado con su vida su intento de denunciar atropellos de un régimen cerrado. El mundo debe condenar su vil asesinato.