Temen exilio cubano reclame propiedades

<p>Temen exilio cubano reclame propiedades</p>

Por ANTHONY DE PALMA
NUEVA YORK — Los extranjeros casi nunca se aparecen en las deterioradas calles de la ciudad vieja al otro lado de la bahía en La Habana. Pero recientemente hubo un toquido en la puerta frontal de una destartalada casa amarilla en Guanabacoa que es el hogar de Marielena y Francisco, una pareja de obreros, y afuera estaba de pie un estadounidense.

El extraño explicó que su esposa había vivido en esa casa de cuatro recámaras en su niñez. En 1962, casi cuatro años después de que Fidel Castro tomó el poder, ella y su familia huyeron a Nueva York, y ahora ella quería fotos para mostrar a sus hijos donde había jugado en el patio y cantado viejas baladas en español mientras crecía en otra época, y otro mundo.

Marielena le dio la bienvenida al extraño, pero Francisco (que tuvo miedo de dar su apellido) se mantuvo de pie con los brazos cruzados sobre su pecho desnudo. “Vino aquí desde Estados Unidos sólo para tomar fotografías”, dijo suspicazmente. “¿Van a reclamar esta casa?”

El extraño en Guanabacoa no tenía intención de reclamar la casita o alguna otra cosa. Lo sé, porque fui yo la persona que tocó a esa puerta durante un viaje a Cuba el año pasado. Mi esposa, Miriam, vivió en esa casa hasta los 10 años. Cuando vio las fotografías que le llevé, se vio asaltada por una emoción agridulce. Aunque ahora deslavada y botada, la pintura rosa en las paredes y los azulejos verde y rojo en el piso seguían ahí, 44 años después.

Nada había cambiado y, por supuesto, todo había cambiado en los años transcurridos desde que triunfó la revolución. Esa es la frase que el régimen de Fidel Castr siempre ha usado — “el triunfo de la revolución” — y surge de los labios de incluso aquellos cubanos que se han beneficiado poco con su régimen.

Pero ahora, mientras esperan la muerte del único líder que la mayoría de ellos han conocido, los cubanos se ven forzados a reconsiderar lo que la revolución ha significado. Muchos en la isla están atrapados entre dos temores, el de hoy y el de mañana. ¿Dónde encontrarán el dinero, la energía y la empresa para salir adelante un día más ellos mismos y sus hijos? Y cuando Fidel muera, ¿los 1.5 millones de cubano-americanos en Florida y Nueva Jersey regresarán a reclamar lo que alguna vez fue suyo? Castro, quien confiscó propiedad privada en toda la isla hace décadas, ha explotado esas ansiedades para despertar un sentido de identidad nacional, y esos temores sólo se han intensificado durante su prolongada enfermedad.

Y no sin razón. Estados Unidos tiene una lista de unas 5,911 reclamaciones de compensación de compañía y ciudadanos estadounidenses que se remontan a la revolución. Incluidos intereses, ahora tienen un valor de más de 6,000 millones de dólares. Y abogados en Florida y el área de Nueva York se están preparando para una lucha infernal.

Para los cubanos que se quedaron, los que huyeron son “gusanos”, que salieron arrastrándose de la madre patria. El gobierno entregó todas las casas abandonadas a otros cubanos hace mucho tiempo, y después de tantos años los residentes actuales creen que estas casas les pertenecen, aunque no tienen títulos de propiedad porque técnicamente todo en el enclave socialista de Castro pertenece al estado.

Pocos exiliados tienen documentos, ademñas, y a diferencia de los ciudadanos estadounidenses de hace medio siglo cuyas reclamaciones fueron registradas por Washington, los cubanos que perdieron propiedades no tenían un mecanismo en su propio país que registrara sus pérdidas.

Pero ha pasado tanto tiempo que muchos gusanos coinciden en que ya no tienen una reclamación legítima sobre las casas y pequeñas propiedades que dejaron detrás. La familia de Miriam nunca siquiera fueron dueños de la casa en Guanabacoa, y nadie la reclama como suya.

Varios sondeos de opinión pública y entrevistas con cubano-americanos realizadas recientemente en el sur de Florida y el norte de Nueva Jersey muestran que un porcentaje declinante de la diáspora aún sueña con reclamar casas. Esto es especialmente cierto entre la generación más joven, cuyos miembros nunca vivieron en Cuba. Sin embargo, algunos exiliados se han dedicado a buscar títulos de propiedad o a sacarlos de cajas fuerte desde que Fidel enfermó. Aunque algunos indudablemente tratarán de reclamar sus antiguas residencias, la mayoría quiere fábricas, molinos y otras propiedades comerciales.

“Los cubanos no van a pelear por las últimas casas que se están desmoronando”, dijo Nicolás J. Gutiérrez Jr., un abogado cubano-americano de 42 años en Miami que representa a muchos reclamantes empresariales y para sí mismo busca el regreso de dos molinos de azúcar, 15 ranchos ganaderos, un centro de distribución de alimentos y más. “De los cientos de personas a quienes represento y los miles con quienes he hablado, nunca he conocido alguien que diga que va a regresar ahí y a sacar a la gente. A nivel básico, eso sería inmoral”.

Aun así, el temor que albergan personas como Marielena y Francisco importa, pues ha sido bien sembrado por el régimen y nutrido por una prensa controlada que emite advertencias regulares sobre los gusanos deshonestos y lo que podrían intentar en un momento de crisis.

Esta densa nube de incertidumbre ha estado pendiendo sobre Cuba desde el verano, cuando Castr, que tiene 80 años, cedió el poder a su hermano, Raúl, quien tiene 75. Para la mayoría de los cubanos, el temor al futuro tiene poco qu ver con quién eventualmente reemplace a “El Comandante”. Más bien, la mayoría se ve consumida por la contradicción entre el anhelo del cambio y el temor a que ese cambio se produzca.

Todos, salvo las familias militares más estridentes y los consentidos funcionarios gubernamentales, odian al actual sistema económico. Están hartos de libretas de racionamiento y restricciones de tiempos de guerra: un panecillo insípido al día, y ocho huevos, algunos kilos de pollo y un cuarto de kilo de algo llamado “soya texturizada molida” entre otros alimentos básicos al mes. Pero tampoco pueden imaginar la vida sin esas garantías subsidiadas.

También resienten al sistema monetario doble que hace que muchos bienes de consumo estén disponibles para los turistas, pero fuera del alcance de los cubanos. Y el capitalismo mismo parece brutal y prohibitivamente desigual, un sistema al que pueden echar un vistazo sólo cuando se roza con el comunisto estilo Castro en hoteles a los que no pueden entrar y restaurantes en que sólo pueden ingresar si están del brazo de un extranjero.

Tan inmersos han estado en la lucha diaria por sobrevivir que muchos cubanos me dijeron que querían simplemente olvidarse de la transición que ahora está teniendo lugar. El régimen parecía dispuestos a ayudarles. Al visitar a familiares en La Lisa, un área hundida en la pobreza fuera de La Habana con un bosque de bloques de vivienda de seis pisos estilo soviéticos, vi lo que parecía un camión cisterna de agua en una plaza pública un sábado en la noche. Multitudes lo rodeaban, y puedo decir que no era agua lo que fluía del grifo. Era cerveza barata. Una cubeta y algunos centavos harían que el fin de semana pasara más rápidamente.

Sin embargo, sigue habiendo una subcorriente de orgullo en la capacidad de Fidel para enfrentarse a tantos presidentes estadounidenses por tanto tiempo, y un resentimiento profundamente arraigado hacia Estados Unidos y su embargo. Por ello, cuando Fidel muera, probablemente habrá una gran demostración de pesar en Cuba, y un funeral digno de un faraón.

Pero el día siguiente traerá el anhelado y temido futuro, el espectro de un nuevo encuentro con el mundo exterior que desafiará los esfuerzos de los actuales líderes de Cuba por asegurar que la Revolución de Fidel Castro sobrevive a su muerte.

Los líderes ya le están convirtiendo más en mito que hombre. Nuevos carteles espectaculares han surgido a lo largo de muchas avenidas alrededor de La Habana: “Fidel es un País”.

Pero los cubano-americanos en Estados Unidos no lo ven de esa manera. Y no es probable que Marielena y Francisco y otros cubanos comunes lo hagan.

Cuando Fidel ya no domine sobre Cuba, es mucho más probable que ambas partes se enfoquen en lo que suceda cuando haya otro toquido en la puerta, y otro extraño pida entrar.

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