Lo cultura urbana es un poder en la sociedad dominicana. Las Chapas que Vibran son más populares que todas las composiciones sinfónicas del patio, juntas. Basta con que tenga ritmo contagioso y fronteo para que sea un hit en el gueto porque si siembras limón sería absurdo esperar peras y en eso se pierden los cultos –inserte sarcasmo- locales. La fábrica de música de los hijos de machepa es underground, refleja lo que aprenden, lo que les dan, lo que son.
Escuchaba a Santiago Matías –Alofoke- contestarle a la Comisión de Espectáculos Públicos y su respuesta merece mi aplauso: “Si realmente queremos sanear la sociedad, lo que tenemos es que educar, no censurar y prohibir. ¿Cuándo la Comisión ha hecho una charla con los artistas para explicarles las leyes? El problema no se soluciona así; van a prohibir 600 mil canciones y seguirá lo mismo. Lo que exigimos es que todo, todo, se controle y que eduquen”.
El “apaga y vámonos” se armó porque se prohibieron cerca de diez canciones de artistas urbanos dominicanos y otras tantas extranjeras, todas por las letras prosaicas. Hasta ahí todo va bien, pero la balanza se quiebra cuando se deja ver el refajo porque, por un lado, censuran los temas de violencia, pero por el otro no hacen nada con el morbo mediático. La televisión y la radio criolla están llenas de letrinas con micrófonos, animales que pueden hablar y bailar.
Lo que intenta hacer la Comisión carece de pragmatismo porque su operación es muy limitada, solo tienen acceso a los medios tradicionales y los urbanos no los necesitan para subsistir porque el juego tiene cuatro pilares de ingreso: la música que haces para la discoteca, la que haces para los medios tradicionales, la que haces para el concierto y la que haces para redes sociales. De las cuatro patas, las autoridades solo controlan una con poca influencia en las tarimas privadas.
Nuestros muchachos se están haciendo millonarios con las reproducciones en Youtube, con los seguidores en las redes que consumen sus productos, con los party en los barrios y las fiestas privadas. Ya no necesitan una casa disquera que les patrocine, con talento y creatividad pueden crear un producto viral y eso les puede dar de ganancia en un mes lo que usted no gana en un año, sino pregúntenle a Bulin 47 que sonó varios meses y se buscó la funda.
¿Cuál es la realidad urbana? Hace un año conté la historia de los artistas que en ese momento estaban rompiendo las bocinas. Un factor común de todos es que vienen de familias monoparentales o fueron criados por terceros, han tenido que trabajar en lo que sea desde muy pequeños y pospusieron el pupitre por la chiripa que lleve la caliente donde los suyos. Ellos no se forman en Berklee con becas culturales, salen de lo más marginal que se imaginen, o peor.
Veamos algunos ejemplos…
El Mayor
Su primer trabajo fue a los 8 años vendiendo plátano de 7:00am a 9:00pm. En ese oficio duró hasta los 16 para luego irse a una fábrica de gorras poniendo los botones en la parte superior del producto. A los 19 consigue empleo en una tienda erótica y a los 20 logra su primer pago por la música, que hasta ahora es el oficio que la ha dado una casa superior a los 30 millones de pesos y varios vehículos de lujo.
El Alfa
Nacido en Haina. A los 17 años decide emprender vuelo y abandona la habitación donde dormía con su mamá. Se hizo barbero y en eso se pasó muchos años, hasta que alguien escuchó sus líricas y le ofreció RD$10,000 por cantar en una fiesta. Hoy cobra hasta RD$200 mil por show, con cuatro y cinco por semanas, si existe otra forma de ganar tanto sin hacer lo malo, dígala.
Secreto
Es uno de los 20 hijos que tiene su papá; su mamá cargó con él en una de esas casuchas que no aguantaban un mal ventarrón. Los vecinos juraban que Secreto no llegaría a los 15 años, pero los cocotazos que recibió le apretaron el tornillo flojo y dejó las “palomerías” a un lado para centrarse en lo suyo. Cuando se vio ganando un buen dinero lo primero que hizo fue construirle una casa a su mamá y otra a su hijo. Sigue viviendo en el mismo barrio, ayudando a los suyos.
Musicólogo
Salió de Mao en busca de mejor suerte en la capital. Al principio encontró fricción de sus padres porque entendían –como muchos- que eso de la música urbana era para delincuentes o analfabetas. Es uno de los 10 hijos que tiene su papá, aunque es el único que se dedicó al “altitaje”. Su vida era cantar, la escuela y ser delivery en Herrera.
¿Queremos mejores urbanos? Entonces hay que tener una mejor sociedad donde la desigualdad no impere y la clase gobernante sirva. Ellos crecen en un ambiente hostil, se vive en paranoia esquivando plomo y hambre. La menor brilla si comparte la hooka moviendo el que dice El Lápiz y el chamaco hace de todo por los likes, por sentirse protagonista y disfrutar, aunque sea ficticio, de lo que allí se considera éxito. Puedes ser diferente, pero te costará el rechazo colectivo, incluyendo el de la propia familia y amigos. En el gueto se sobrevive, se surfea la miseria.
Para pegarse en los barrios necesitan sacar temas que rompan bocinas y los DJs los suenen en los drinks; la gente los oye y los buscan en Youtube. Esas reproducciones generan dinero a mediano plazo y los primeros cheles son para tirarse el líquido porque sin tenis de muñequitos, cadenas pesadas y los pantalones a media nalga, no conectan con los seguidores.
Antes de ser artistas muchos pasan por la delincuencia, las adicciones y los abusos, algunos logran salir de eso y otros solo cambian de suplidor. Si el Estado no garantiza salud, educación ni trabajo de calidad, juzgar a estos muchachos no aporta en nada porque ellos solo dan lo que reciben, y demasiado es. No pellizquen tanto ese panal, son muchas avispas y, si se unen, pueden cambiarlo todo, incluso los resultados electorales. Aportemos, pero sin dema. Me quité.