Tenemos que detener la irracionalidad

Tenemos que detener la irracionalidad

Para tomar conciencia de algo, primero hay que tener una conciencia. Pareciera ocurrir, sin embargo, que no tenemos en abundancia suficiente el don de la claridad mental, que consiste en una especie de luminosidad que retrata lo que está delante de nuestros ojos, o que es percibido por cualquiera de los sentidos, pero que además nos dice, como si fuera alguien que nos habla desde afuera de nuestra mente, que algo está ocurriendo, que algo estamos vivenciando. Pero parece que no a todos los dominicanos nos ocurre eso, ni a muchas otras gentes de otras latitudes.

 En realidad, haber creado un ser que se puede dar cuenta de si mismo es una de las tres maravillas que más me causan admiración, de las que ha hecho Dios: El darse cuenta de si, el libre albedrío y el amor.

Pero el tema es el de la irracionalidad del pueblo y del Estado dominicanos. A los que a menudo tenemos que hacer negocios con extranjeros, nos causa dificultad explicar los niveles de costos de nuestras operaciones, nuestros precios poco competitivos, y tenemos a veces que explicarles que nosotros tenemos que pagar la factura eléctrica y tener gastos adicionales en inversores, UPS y baterías; que el agua hay que pagarla al Acueducto y también gastar en cisternas, bombas, tanques, purificadores y agua embotellada.

 La lista de nuestras estupideces e irresponsabilidades es inagotable. Es obligatorio mencionar el caso del transporte público y privado.

Sin olvidar los robos hechos al erario a través de los famosos programas para el abaratamiento del transporte público, en la compra fraudulenta de vehículos para empresarios del transporte.

Pero los ciudadanos hemos hecho otro tanto con la compra de vehículos de alto consumo de combustible y de altos precios.

Las razones de las jeepetas fueron a principio ridículas, pero ahora con el mal estado de las vías, parecieran justificarse. Pero hay tal justificación. Produce añoranza y vergüenza que en países industrializados, ricos y del primer mundo, la gente común ande en transporte público idóneo, mientras los pudientes anden en vehículos que parecen miniaturas ante los carros de los dominicanos.

Próximo a donde vivo, hay un restaurante donde se reúnen veinte jeepetas para transportar a solo veinte comensales. Y confieso que cada vez que veo un funcionario en un Lexus o un Mercedes, siento que Me lo robaron a mi y a usted y a todos los contribuyentes, más que nada a los pobres, de su medicina y la educación de sus hijos.

Estamos obligados a darnos cuenta y a parar esta vergonzante irracionalidad.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas