He peleado la buena batalla, he llegado al término de la carrera, me he mantenido fiel. 2 Timoteo 4: 7.
Un corredor de auto sabe que tiene que prepararse si va a participar de la carrera. Su carro tiene que estar en óptimas condiciones para poder competir con los demás y poder obtener el primer lugar.
Ningún corredor participa si no alberga la esperanza de ganar o quedar entre los primeros lugares. El deseo de ganar lo lleva a prepararse, entrenarse, hacer todo lo que está a su alcance por llegar a la meta, entrando en una disciplina física y mental para que nada lo distraiga y lo desenfoque de sus propósitos.
Así mismo es nuestra vida cristiana. Para poder alcanzar la meta en Cristo tenemos que librar diariamente una batalla. No es fácil; por eso tenemos que prepararnos todos los días para que nadie se robe nuestra bendición, ejercitándonos en Su palabra, orando sin cesar y ayunando en todo tiempo.
Si nos preparamos de esta forma, tendremos la fe necesaria para seguir peleando hasta ganar la pelea, sin dar tregua ni que nos saquen del combate. El entrenamiento es duro; nuestra carne se opondrá y nos hará guerra, pero necesitamos tener la firme convicción de que si no lo hacemos, no llegaremos al final. Por más duro que sea tenemos que ganar por la victoria que Él ya nos dio en la cruz.