A la arquitecta Nerva Fondeur, funcionaria del Ministerio de Cultura, suelo preguntarle: “¿Cuantos panes hay en el horno?”. Ella responde enseguida: “25 y un quemao”. Entonces yo pregunto de nuevo: “en que árbol se posa la pájara pinta “. Doña Nerva contesta: “oh, la pájara pinta sube a su verde limón”. “¿Por qué unos niños quieren que otros niños brinquen la tablita”. Seguramente, porque “están cansados de brincarla”. Para terminar, vuelvo a interrogarla: “sabe usted dónde nació Mambrú, el que se fue a la guerra”. Entonces explico que los versos folclóricos afirman: “En Francia nació un niño; qué dolor, qué dolor que pena; por no tener padrino, Mambrú se ha de llamar”.
Todo cuanto antecede pertenece al folklore dominicano de origen hispánico; herencia de nuestra lengua materna que nos llega desde una ciudad colonial que alberga 18 iglesias en el reducido espacio de poquísimas cuadras. Pero existe un folklore dominicano precolombino, o perteneciente al descubrimiento y conquista de la isla Española. Cuando era un niño escuchaba en la calle representaciones de la captura del cacique Caonabo. Un personaje con botas, espada y golilla, que pretendía ser Alonso de Ojeda, advertía a Caonabo: “no quiero mancillar tu noble estirpe”. Al verse reducido por el grillete que le imponen, Caonabo amenaza: “se oculta el sol si no hago venganza”.
Los líderes precolombinos son de tres clases: unos se entregan a los invasores: es el caso de Guacanagarix; otros deciden pelear hasta morir: ese parece fue el caso del guerrero Tamayo. Enriquillo se alzó en la sierra del Bahoruco y, finalmente, negoció la paz con Barrionuevo en 1533. Las enormes diferencias entre conquistadores y aborígenes: culturales, técnicas militares, no requieren comentarios. Los taínos estaban en el período de piedra pulimentada. Pero la “matanza de Jaragua” es parte del folklore de los dominicanos.
El folklore africano de nuestra ciudad empieza en La Negreta, hospedaje de esclavos nacidos en la isla: San Alistrote y Santa Marta la Negra, surgieron allí.
Muchos habitantes de la ciudad vieja no conocen la calle La Negreta, lugar donde llegaban los esclavos a comienzos del siglo XVI. Los esclavos domésticos, en el siglo XVII, que no trabajaban en plantaciones, ni ganadería, ganaban chiripas trabajando en las calles, para ellos y sus amos. El folklore africano de nuestra ciudad empieza en La Negreta, hospedaje de esclavos nacidos en la isla: San Alistrote y Santa Marta la Negra, surgieron allí.