Tengo derecho al silencio: ¿o a la palabra?

Tengo derecho al silencio: ¿o a la palabra?

LUIS R. SANTOS
A raíz de la publicación de un artículo en este mismo diario, en el que censuraba la actitud del Senado por negarse a ratificar la designación de Miguel Angel Velázquez Mainardi como embajador en Chile,  muchos amigos, y no tan amigos, del PRD han intentado descalificarme para criticar al pasado gobierno. Alegan que fui beneficiario del pasado período gubernamental y, por tanto, debo permanecer en silencio, que soy un mal agradecido.

Es cierto, fui favorecido por el pasado gobierno, pero no con grandes contratos y exoneraciones, o negocios, sino con un salario decente; pero también es cierto que terminé profundamente frustrado con el desempeño de un equipo que ayudé a subir a la cumbre del poder. También es cierto que durante varios años creí que realmente ese grupo al que pertenecía iba al gobierno a trabajar pensando en los más sanos intereses de la mayoría, que había la suficiente capacidad, que las cosas se harían dentro de un marco de prudencia y decencia que nos permitirían obtener el respeto y el cariño de los dominicanos. También es cierto que durante muchos años defendí las posiciones políticas de José Francisco Peña Gómez, sin ser su amigo, sin él conocerme siquiera. Cientos de artículos publicados en El Nacional así lo atestiguan. También es cierto de que fui de los primeros en hablar dentro de los círculos intelectuales de las bondades que veía en Hipólito Mejía, de sus condiciones humanas; ahí están testigos como Andrés L Mateo, Blas R. Jiménez y otros tantos, con los que compartía en la tertulia sabatina del desaparecido supermercado Asturias.

También es cierto que desde que oí hablar del proyecto reeleccionista dije que era un despropósito porque Hipólito Mejía había abjurado de la reelección en muchísimas oportunidades. Después, cuando este país era azotado por una brutal crisis económica, el proyecto reeleccionista se convirtió no en despropósito sino en una burla para la mayoría de dominicanos. Y que me señale alguien una acción, siquiera un guiño, a favor de la reelección, cuando en ocasiones anteriores vociferé con pasión a favor de Hipólito Mejía.  Recuerdo las contradicciones que tuve en pleno Palacio Nacional con figuras como Eligio Jáquez y Guido Gómez  en ese sentido. También es cierto que desde un principio postulé que Milagros Ortiz Bosch era una figura que podía echar hacia delante un proyecto progresista dentro del PRD.

Se ha dicho que era un privilegiado porque cobraba un salario de lujo sin trabajar; pero también debo decir que si no trabajé lo suficiente fue porque no me dejaron hacerlo; ahí están los testigos de las múltiples confrontaciones que tuve con el señor Frank Guerrero Prats por ocupar la dirección cultural del Banco Central, escaramuzas que algún día contaré en detalles por sus características novelescas; y quería precisamente esa posición por la disponibilidad de ciertos recursos para impulsar proyectos a favor de la cultura y porque me mantenía fuera de la tutela de un ministro de cuyo nombre, y mucho de su gestión, quiero acordarme. Y de lo poco que me dejaron hacer está el concurso de cuentos Virgilio Díaz Grullón, que en apenas dos años se convirtió en uno de los más importantes del país, pero a la llegada al Banco Central de José Lois Malkun y Félix Calvo, que fueron a esa institución a maximizar el desastre, fue eliminado.

Mis amigos del PRD también han dicho que soy un oportunista: si lo soy, diré en mi defensa que soy humano, y que el oportunismo tal vez no sea el peor de los vicios; en ese sentido dicen que escribo buscándole el lado al PLD; no estoy en el mercado; mi papel  de promotor político terminó; mi trabajo de alabardero de políticos quedó enterrado; mis aplausos serán para aquellos políticos que demuestren, no que prometan, que quieren que este país avance, que marche por la mejor dirección posible. En conclusión, el hecho de haber sido promotor y partícipe de un proyecto no me descalifica para criticarlo; al contrario, a raíz de los resultados, creo que es más inmoral el silencio. Mis relaciones pasadas no son una mordaza;  y esto apenas empieza.

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