Tengo para mí

Tengo para mí

BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO
Fue mi muy querida amiga Virtudes Uribe quien me informó sobre el último ataque artero, vil, cobarde, contra el común y querido amigo José Francisco Peña Gómez, nuestro compañero de estudios de la vieja Universidad de Santo Domingo y compañero, también, en la difícil tarea por dejar algo de provecho en “este largo camino por aprender a morir”.

La relación sociedad-individuo, en el caso de José Francisco Peña Gómez, debe ser estudiada por los científicos de la conducta a fin de determinar las razones por las cuales el rechazo contra ese hombre es tan profundo, visible, amargo y asqueante. Los enemigos, que no adversarios ni contradictores, no le perdonan que se convirtiera en el más importante líder de masas que ha producido la historia nacional.

Nadie como él en el amor que le profesó la mayoría preterida, aquellos de quienes escribió en las letras del himno del glorioso Partido Revolucionario Dominicano:

“Dale luz y consuelo al que gime
Y al que yace tu brazo levante”.

Pocas veces la sociedad produce un hombre de la reciedumbre moral, desprendimiento, decisión, hombría de bien, talento, dedicación al progreso de los demás, constancia y bondad de Peña Gómez.

Desde el primer día demostró las cualidades que justifican los versos de José Martí cuando escribió:

“Y todo como el diamante,
Antes que luz, es carbón”.

Así llegó al mitin del 5 de julio de 1961, celebrado en el parque Colón, de Santo Domingo, en el cual su verbo flamígero atronó las vetustas paredes de la catedral de Santo Domingo, como antes Fray Antón de Montesinos produjo el mismo reclamo por respeto a los derechos humanos, siglos atrás, desde el púlpito del Convento de los Domínicos.

¿Quién era ese joven negro, delgado, espigado y de buenas costumbres?

Era un espíritu de vuelo elevado y claro, firme y decente que iniciaba su carrera en la política nacional para ayudar, proteger, buscar, reclamar, actuar en beneficio de la mayoría del pueblo dominicano.

Su palabra de luz entró en todos los recovecos y rincones, se esparció por los llanos y se escuchó desde la montaña.

Siempre persiguió el mismo fin: el bienestar para el pueblo llano, los rotos, los desheredados y olvidados, los faltos de oportunidades, sin exclusión de ninguna clase. Profesaba el amor entre todos los dominicanos.

Su clara visión de la importancia de las relaciones internacionales, en un mundo cada vez más interdependiente, que permitió que nuestro país participara como igual entre los principales partidos de los países más poderosos.

La contribución de la Internacional Socialista a favor de la democracia nacional es un logro de Peña Gómez que no creo que nadie le quiera regatear.

Su táctica de los amarres nacionales e internacionales permitió sacar a Joaquín Balaguer del poder, luego de su gobierno de 12 años, donde las sombras oscurecen las luces.

Su participación activa, preeminente, desinteresada y constante en la política lo enriqueció espiritualmente, pero de él sí se puede decir que el oro de la corrupción no pasó por ni manchó sus manos.

Tengo para mí que lo que no se le perdona a José Francisco Peña Gómez es que fue el más conspicuo miembro de su generación, el más capaz, el más culto, el brillante surgido del pantano de la politiquería, la exclusión y la mediocridad. Recordemos, finalmente, que ofende quien puede, no quien quiere.

Y que para disminuir a Peña Gómez hay que tener una hoja de servicio a favor del país con los méritos, luces y logros de él, lo que excluye a casi todos.

¿Acaso alguien puede arrojar la primera piedra?

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