El problema del aborto está también ligado al de la eugenesia y la eutanasia; al tema del mercado de los servicios de salud, al de los derechos humanos, empezando por el de la vida.
La discusión religiosa o teológica no conduce a la posición antropocéntrica de que la razón humana de creer en Dios es asumir su misericordia y su sentido de justicia. Según eso, la gente cree por la esperanza de que se trate de un Dios indulgente. No, a Dios y Su posición sobre el aborto hay que entenderlos desde Su revelación, la cual no tiene que ser indulgente ni simpática para los humanos.
Sacerdotes y creyentes tienen el deber de obedecer, defender y promover las normas religiosas que prohíben el aborto, según la revelación. Pero una cosa es una teocracia y otra una democracia. En la democracia, los creyentes, individualmente y como congregaciones, deben explicar a la sociedad sus razones para aborrecer el aborto, y presentar sus puntos de vista ante los líderes políticos y de opinión, las cámaras legislativas y el Poder Ejecutivo. Pero no se puede, en una democracia, imponer una norma, cual que sea, contra o sin la voluntad de las mayorías. La democracia es el voto o decisión de las mayorías, no el dictado de un credo, una fe o una revelación.
A la fe se llega, motu propio, tras conocer la palabra revelada. No por amenazas de personas, por más autoridad legal o religiosa que tengan (el infierno es suficiente).
El final de la teocracia judaica tuvo lugar cuando los jefes tribales hebreos acudieron a Samuel (libro I, cap. 8) para decirle que querían tener un rey. Samuel, entristecido por el rechazo a él que eso implicaba, consultó a Dios. Samuel – le dijo Dios – ellos no te rechazan a ti sino a mí. Adviérteles que los reyes les tomarán sus hijas y les cobrará impuestos; pero si esa es su voluntad, déjalos tener rey.
Dios respeta el libre albedrío del hombre, aunque las consecuencias sean la muerte física o la condenación eterna. Su plan es que el hombre elija entre amarlo o desecharlo, porque el amor, el valor supremo, no puede ser obligado. Cuando Dios quiere intervenir en el acontecer humano, sabe cómo hacerlo.
Pero no les ha dado potestad a autoridades terrenales para actuar contra el libre albedrío, sino mediante un pacto social, que en nuestro caso se llama democracia.
Los cristianos, sacerdotes, pastores o simples creyentes, deben obedecer la voluntad de Dios y luchar para que los no creyentes crean y obedezcan, pero no imponerles sus convicciones a los demás.