Teología de la Liberación

Teología de la Liberación

GUSTAVO GUERRERO
El Paraíso no tiene atracción para muchos católicos en el continente americano. La Teología de la Liberación lo ha diluído en nebulosa de confuso entendimiento. Lo sacó, con caras pulidas, de su época dogmática. Las esperanzas firmes de una futura vida con celestiales cantos, tranquilidad infinita, murmullos de riachuelos, arpegios para el éxtasis, donde alados serafines muestran con diáfana franqueza su desbordante bondad, las replegó al olvido.

Como ráfagas de simún con nubes envolventes de arenas del Sahara, como violento tifón cargado de vientos ululantes y torrenciales lluvias en el Mar de la China; así arremetió, gélido viento doctrinal cambiando el rumbo de la fe de muchos.

De acuerdo a mi tocayo, Gustavo Gutiérrez, quien en el Perú acuñó el término de «Teología de la Liberación» en el siglo pasado con el libro del mismo nombre y al franciscano brasileño Luis Boof, el hombre, de hoy vislumbra el Paraíso en el pan que lo alimenta a él y a su familia, en la educación de sus hijos, en el dinero que ingresa a sus bolsillos para hacerse de ropas, medicinas y recreaciones que den aliento al músculo cansado por la dura tarea que tiene que realizar.

Ese mismo hombre maniobrado por nuevos resortes espirituales olvidó la benevolente tolerancia en una vida mejor después de su paso por la tierra.

Fue atrapado por la concepción de la Iglesia Popular abrazada a ideologías políticas contrarias a la enseñanza de Jesús, el Cristo Redentor: «Mi reino no es de este mundo».

Por eso, el Papa Pablo II advirtió en su visita al país, contra «quienes ideologizan la fe o pretenden construir una iglesia popular que no es la de Cristo».

Ya desde 1880 el famoso novelista lusitano Eca de Queiros apuntó, con magistral ironía en su obra «El Mandarín»:

«Yo pertenezco a la burguesía y sé que si ella muestra a la plebe crédula un paraíso distante, de goces inefables, es para apartar la atención de sus cofres repletos y de la abundancia de sus sementeras».

Todo merece avisar por los chispazos que se producen en Latinoamérica, que la Teología de la Liberación como que ha convencido a las masas hambrientas.

Y los ensotanados que la propugnan son mirados sin recelo.

Apenas uno que otro ciudadano perspicaz, guiñe el ojo al verlos en automóviles de cilindraje extra cuando el carburante sube como globo a la estratósfera por los caprichos desconcertantes de la OPEP.

Ya hemos llegado al año 2000 con sus pronósticos y presagios. El hombre de bajos ingresos lucha dentro de sus perspectivas difíciles para que se materialice en real y efectiva solución sus apremiantes problemas económicos.

Perspectiva apoyada por los teólogos de la liberación quienes en relámpagos de recuerdo debieran evocar el pasado remoto de predicadores con luengas barbas, magro alimento, por vestidura el sayal y cayado de tosco palo torcido para seguir con modestia la ruta de la glorificación eterna.

Nada, amigos, según la Teología de la Liberación, el reino de Dios está en la Tierra.

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