Teoría para repensar las humanidades

Teoría para repensar las humanidades

La hipótesis invariable de mis proyectos de investigación, siguiendo un trabajo comenzado por Henri Meschonnic desde la poética en 1970, es la siguiente: Quienquiera que sea que opine acerca del lenguaje o la lengua fundado en la teoría metafísica del signo o que teorice acerca de la relación del lenguaje con la historia, lo social, el sujeto, el Estado, el discurso, la ideología, el poema y la traducción dice siempre lo que sabe, pero no sabe lo que dice.

A pesar de que en la cultura-sociedad dominicana está documentada desde 1985 una nueva teoría del lenguaje y el signo  sin la cual no existe la posibilidad de pensar con novedad los viejos discursos acerca de las disciplinas humanísticas, nuestros intelectuales (lingüistas, filólogos, gramáticos, historiadores, filósofos, sociólogos, sicólogos, pedagogos, antropólogos, siquiatras, sicoanalistas, teólogos, politólogos, etc.) cada vez que aluden explícita o implícitamente al lenguaje, la lengua o el signo, siguen reproduciendo las mismas ideas anteriores a Ferdinand de Saussure. 

¿Qué ha sucedido? A pesar de que en algunas de las prácticas sociales enumeradas en el párrafo anterior, sus oficiantes han estudiado, por estar incluidas en el currículo, las asignaturas Lingüística General y Análisis del Discurso, todavía constato que en los discursos que producen estos profesionales acerca de su disciplina las ideas sobre el lenguaje y el signo que patrocinan son las del sentido común y el empirismo, las cuales van desde el lenguaje concebido como un instrumento hasta la noción que lo teoriza como mentira, engaño, incapacidad de comunicación, máscara o, peor, aquella que lo dota de poderes milagrosos o subjetivos, sin olvidar las célebres disquisiciones que lo identifican con una esencia divina, propia de las mitologías china, india, japonesa, caldea, persa, sumeria, egipcia, griega y hebrea.

¿Qué hacer para transformar estas percepciones esencialistas, sin valor ni poder de conocimiento nuevo con respecto al lenguaje, el signo, el discurso, la literatura, el poema,  el sujeto, la historia, el Estado, el traducir?

En primer lugar, con la vieja teoría del signo anterior a Saussure no es posible, a riesgo de que el discurso que lo haga se sumerja en la dehistoricización de la relación dialéctica que une la teoría del lenguaje a la del signo, la lengua, el discurso y la ideología y esta a la teoría de la historia, del Estado, del sujeto, del poema, la literatura y el traducir. Pero esta relación dialéctica es inseparable de la práctica de la lingüística, la historia, la filosofía, la sociología, la sicología, el sicoanálisis, la política y la antropología como discursos, para indicar solamente algunas de las disciplinas propias de las humanidades.

Y estas disciplinas propias de las humanidades, al ser prácticas discursivas, se debilitan y su poder con respecto al objeto de conocimiento que les es propio, también se debilita si no produce, primero, su teoría del lenguaje y el signo que transforme la que le rige en la actualidad (la metafísica del signo); y segundo, si no construye su propia epistemología, la cual debe delimitar y definir su campo de aplicación y el control de sus propios conceptos.

¿Cómo se define esa teoría metafísica del signo que arropa y debilita el poder de conocimiento del objeto de estudio de las prácticas humanísticas enunciadas más arriba?

Meschonnic (artículo citado, p. 10), la define así: “En esta teoría, el signo es un representante: aliquid stat pro aliquo, redecía Román Jakobson. Ese signo se compone de dos partes: un elemento portador de sentido y que no tiene sentido en sí mismo, el significante, escamoteable y escamoteada: y un elemento esencial, el significado o el sentido, que la práctica común de la comunicación identifica con el signo: la parte por el todo. Ese signo es la ausencia de la cosa. Puede, además, circular perfectamente suponiendo la ausencia o el olvido del significante. Lo cual confirman tanto algunos aspectos del discurso de la filosofía como, recientemente, el olvido de la traducción en la semiótica literaria.”

Todo humanista que crea, en su práctica oral o escrita, que el signo es un representante del objeto o cosa que designa, incapacita el poder de conocimiento de su discurso o de su oficio con respecto al objeto de estudio que tiene como tarea. Y esta incapacidad se manifestará a través de toda su práctica discursiva de principio a fin, ya sea consciente o inconscientemente, como vacío de saber.

Entonces, a la noción primera de ausencia entre la cosa y el significante, le agregará, inconscientemente, la segunda ausencia, la cual consiste en una oposición entre el lenguaje y la vida, que se ilustró con la oposición que realizaba Feuerbach entre “el pan real, inefable,  y el vocablo pan”. (Art. cit., ibíd.)

¿A cuáles confusiones le conduce al humanista el creer en esta doble ausencia? Por la vía de la dramatización de la “conciencia del crimen” que le agregó Hegel a dicha doble ausencia, nuestro humanista, sin saberlo, producirá en su práctica y su discurso una “dramatización del signo”, la cual se extenderá a su práctica como “primado de la lengua sobre el discurso”, donde el sujeto y el discurso son un empleo de los signos (art. cit., p. 11). Si su práctica es la literatura, construirá, por ejemplo, una literatura como signos, es decir, un poema, novela, obra de teatro o narrativa como signos únicamente. Esto conlleva, obligatoriamente, la concepción de la lengua “como un sistema de circulación de signos” y una concepción del lenguaje y la obra literaria únicamente como comunicación, ya que los signos sirven para comunicar. Pero ambas concepciones implican también encarar al sujeto como “la criatura de las relaciones instrumentales de los signos entre sí.” (Art. cit., ibíd.)

¿Cuáles implicaciones tiene para nuestra práctica humanística la doble metáfora de “el lenguaje del poder y el poder del lenguaje” y la teoría instrumental de lenguaje o la lengua como circulación de signos entre sí? Aparte de lo ya dicho acerca del sujeto como criatura de las relaciones instrumentales de los signos entre sí, esa doble metáfora o juego de palabras es un uso semiótico, no lingüístico, de la palabra lenguaje y carece totalmente de poder de conocimiento respecto a su objeto de estudio. Teoría del nombre milagroso, esa doble metáfora semiótica da lugar a los cinco instrumentalismos, el primero de los cuales es el lingüístico (en virtud del cual “se condena al lenguaje a través de la condenación de la ideología). Este implica a su vez el instrumentalismo lógico (Marx no pudo cambiar la dialéctica de Hegel), el social (se condena a un sujeto o grupo étnico por un defecto o una supuesta inferioridad), el artístico y literario (el arte y la literatura son pura ideología) y, finalmente, el más peligroso entre todos, el instrumentalismo político, en virtud del cual, en nombre de la razón de Estado se asesina, se persigue o se desconocen los derechos humanos, sociales, civiles e intangibles del ser humano. Este instrumentalismo es la culminación de los cuatro precedentes y busca la dominación y aplastamiento total de los sujetos.

En síntesis

“El lenguaje, el poder”,

De Henri Meschonnic, publicado en la revista Cuadernos de Poética, n.º 6 de 1985 aparece por primera vez en la cultura dominicana una nueva teoría del lenguaje y el signo que sepulta las teorías anteriores a Saussure, las cuales sobrevivieron desde los presocráticos hasta la publicación en 1916 del Curso de lingüística general del eminente lingüista ginebrino, quien, con su teoría de que el signo lingüístico era radicalmente arbitrario y radicalmente histórico, permitió la teorización tanto de Benveniste como de Meschonnic, quienes completan a Saussure. Aparece, además, un largo ensayo de Meschonnic titulado “El marxismo excluido del lenguaje”, publicado en Cuadernos de Poética 7 (1985) y 8 (1986), donde el autor critica el instrumentalismo lingüístico en algunos discursos humanísticos, como el de los lingüistas, los  historiadores, los sociólogos y los filósofos.

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