Terquedad

Terquedad

Permítanme reproducir un escrito que el famoso jurista dominicano Emilio A. Morel, pergeñase en mayo de 1927. Lo incluyó en su obra «Elementos de Aportación para una Historia de la Política Dominicana» que publicó doce años más tarde (Imprenta Cosmopolita, ciudad Trujillo, 1939, ps. 99/100). Una calle del ensanche La Fe, en Santo Domingo, lleva su nombre.

«La terquedad fue en todo tiempo una condición inseparable de muchos políticos. La terquedad los hizo insensatos cuando fue indispensable ser cuerdos; los hizo imprudentes en circunstancias en que fue preciso caminar con cautela; hízolos aparecer indiferentes al porvenir de la República cuando en los horizontes de ese porvenir se movía la sombra de graves acontecimientos; hízolos mostrarse crueles siendo humanitarios, duros de carácter siendo caballerosos, villanos siendo hidalgos, pérfidos siendo nobles, pequeños siendo grandes.

«Fueron los ásperos y lacertosos brazos de la terquedad los que precipitaron en abismos de eterno descrédito a hombres dotados de condiciones para triunfar en nuestro medio; fueron esos los brazos que estrellaron contra la impávida roca de la impopularidad a figuras políticas que parecían indicadas para influir saludablemente en los destinos de nuestros país; fueron esos, y nada más que esos, los brazos que, como las serpientes de Laoconte, se enroscaron al cuerpo de los ambiciosos y lo inutilizaron para toda acción fecunda y patriótica.

«Dirijamos una ojeada retrospectiva a nuestras pretéritas agitaciones intestinas; desenterremos el cuerpo de algunas reputaciones caídas y encontraremos en él la huella imborrable de esos brazos estranguladores.

Voluntades que hubieran labrado la felicidad del pueblo dominicano con la sola ejecución de un movimiento honrado, precipitáronse a caminar a tientas en rutas de perdición cuando la terquedad les habló en su farfalloso y áspero lenguaje. Inteligencias que, no obstante ser medianas, hubieran podido acometer con éxito cualquiera empresa de mejoramiento social y político, hiciéronse sordas a la voz del propio impulso y cayeron en un oscuro ambiente de inacción y de vulgaridad.

«Pudiéramos definir la historia de nuestra política diciendo que es la historia de nuestra terquedad. El desdichado desenlace que para la existencia de anteriores administraciones tuvieron ciertos acontecimientos, no fue sino una consecuencia legítima de la terquedad. Esos acontecimientos mismos no se habrían desarrollado sin el funesto estímulo de la terquedad.

Las desgarradoras humillaciones que experimentó recientemente la República, fueron obra de la terquedad. La terquedad mordió el encéfalo del autor de un pronunciamiento injustificado y cuando separó de aquél sus dientes. ya los marinos norteamericanos ocupaban la Ciudad de los Colones!

«Gobernantes que habían dado oportunidad, con sus desaciertos, a protestas armadas en el país, empecináronse en no oír razones ni dar atención a imperativos reclamos del interés público y aprontaron la más valiosa cooperación a todo movimiento sedicioso. Cuando un océano de armas rebeldes surgía en todos los ámbitos, esos gobernantes, que aún tenían ante los ojos la posibilidad de eliminar, por medio de rectificaciones, las causas del descontento, negáronse a todo empeño rectificador, hasta que fueron arrastrados por ese océano.

«Tales son las consideraciones que nos sugiere hoy el cuadro de esta administración pública, sujeta al poste de la terquedad por cadenas de ambición».

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