Terrorismo genera temor a gran escala

Terrorismo genera temor a gran escala

POR DAVID E. SANGER
WASHINGTON.-
Las Olimpiadas iniciaron en Grecia, llevándose con ellas los temores de una repetición del acto que inauguró la era del terrorismo televisado a gran escala: el ataque de Munich en 1972. El Madison Square Garden, la sede de la Convención Nacional Republicana, es un blanco tan tentador que el centro de Manhattan será sellado en formas nunca vistas, incluso en los primeros días tras el 11 de septiembre.

Y en Washington, se habla tanto de la «amenaza preelectoral» que un destacado funcionario de la Casa Blanca estaba insistiendo ante los reporteros el jueves en que el Día de la Elección seguiría adelante sin importar lo que Osama bin Laden pudiera estar contemplando para influir en el resultado.

Pero si la amenaza de terrorismo parece inminente este verano, las soluciones a las fallas del espionaje estadounidense, tan dolorosamente documentadas en el informe de la Comisión 11/9, tomarán años, quizá una generación. Y ese es el quid de la actual desconexión de Washington: En una era en que los votantes están acostumbrados a la acción casi instantánea -rápidas reducciones de impuestos para estimular a una economía débil o el rápido derrocamiento de los Talibán y Saddam Hussein- dar nuevas herramientas al sistema de alerta temprana es un asunto totalmente diferente. Aun cuando el problema no fuera tan complejo, lo que Washington llama la «comunidad de espionaje» es tan grande, y está tan consciente de sus terrenos, que este es un proyecto condenado a moverse a la velocidad del aterrizaje de un astronauta en Marte.

Por ello, en ausencia de soluciones rápidas, las palabras mágicas en Washington en estos días son simples: Luce ocupado.

Nadie quiere parecer estar detrás de la curva en reparar un sistema descompuesto. Por ello el martes, el Presidente George W. Bush designó a un nuevo director del espionaje central, seleccionando a Porter Goss, ex espía que ha encabezado el Comité de Espionaje de la Cámara de Representantes, aun antes de que alguien haya considerado cómo su puesto se verá redefinido por la reorganización del espionaje. De hecho, algunos creen que la confirmación de Goss podría ser una distracción de asuntos mayores.

El senador John Kerry, el candidato presidencial demócrata, instantáneamente aceptó todas las recomendaciones de la Comisión 11/9, aun cuando sus asesores se muestran reservados sobre cuáles de sus ideas funcionarán y cuáles no. Mientras tanto, el Congreso está celebrando audiencias sobre la disfunción del espionaje, tratando de demostrar que se aproximan grandes reformas. Es sólo que no ha surgido un consenso sobre qué poderes debería tener el propuesto nuevo director del espionaje nacional, o cómo deberían trabajar juntas las agencias de espionaje.

¿Por qué esto es tan difícil? Las respuestas tienen que ver con la historia, con el poder presupuestal (esto es Washington, después de todo) y con una comunidad de espionaje que parece como el General Motors en los años 60 (muchas divisiones diferentes que compiten por recursos comunes, fábricas que producen partes incompatibles y un desdén por cualquier cosa inventada -o recolectada- en otra parte). La diferencia, señaló recientemente un destacado integrante de la Comisión 11/9, es que «GM ha cambiado mucho en los últimos 40 años».

Realmente, mucho ha mejorado desde el 11 de septiembre, y la CIA y la FBI, según todas las versiones, están actuando mucho mejor al hablarse entre sí. Sin embargo, un destacado funcionario de espionaje señaló la semana pasada que seguía siendo virtualmente imposible lograr que todos los expertos en el programa nuclear de Corea del Norte -los analistas de fotos satelitales, los especialistas en espionaje humano de la CIA, el equipo de la Fuerza Aérea que detecta las emisiones de reprocesamiento nuclear, los expertos nucleares del Departamento de Energía y los expertos económicos que buscan ese signo largo tiempo buscado de que el país en bancarrota está a punto de implosionar- evalúen sus datos juntos.

«Hay una razón para que tomara cuatro años llegar a la conclusión ahora obvia de que A.Q. Khan estaba vendiendo centrifugadoras y armando a Pyongyang, Teherán y Trípoli», dijo un funcionario que trabajó en varios gobiernos, al hablar sobre el jefe del programa nuclear paquistaní, quien organizó el mayor negocio de exportaciones nucleares en la historia. Los expertos en Corea estaban separados de los expertos en Pakistán, quienes estaban comprensiblemente preocupados por Bin Laden. Ninguna agencia era responsable de unir toda la imagen.

Es un relato que se hace eco del que detalla las oportunidades perdidas de descubrir la conspiración del 11/9, o la historia de por qué el secretario de Estado Colin Powell nunca vio el memorándum de la Agencia de Espionaje de Defensa que dudaba de la credibilidad de Curveball, el desertor iraquí que contó tantas cosas sobre los laboratorios móviles de armas biológicas.

Pero no todos los problemas que despistaron a Powell y sus colegas sobre Irak pueden resolverse por un reacomodo burocrático. Irak, dijo Richard A. Falkenrath, quien apenas abandonó la Casa Blanca donde fungió como asesor de seguridad interior, era un problema nacido de «malos intercambios». «Fue una falla de desempeño», dijo, «no de organización».

Pero por ahora, Washington está consumido por lo que llama el problema del ducto, el fracaso para hacer mover la información de inteligencia a través de las agencias. Es el resultado inevitable de un sistema que produce una agencia especialista tras otra, crando una para que analice fotos satelitales, otra que intervenga llamadas telefónicas y otra para dirigir a los espías, etcétera. Salvo por la CIA, muchas son dirigidas por el Departamento de Defensa, lo cual es la razón de que el secretario de defensa controle más de 80 por ciento del presupuesto de espionaje. Y eso podría explicar por qué Donald H. Rumsfeld sonó menos que entusiasta la semana pasada acerca de desatascar los ductos.

«Cada vez que se destapa un ducto, se corre el riesgo de que la información se vea comprometida», dijo.

También se corre el riesgo de poner fuera de operación a un comité congresional. Después de todo, los comités, desde el de Servicios Armados hasta el de Operaciones de Gobierno, supervisan el presupuesto de espionaje del Pentágono. «Esta es la razón de que se pase mucho tiempo negociando sobre los presupuestos de espionaje con personas que salen del departamento de agricultura», dijo Falkenrath, quien enfrentó este asunto cuando se creo el Departamento de Seguridad Interior.

Bush evadió el asunto cuando respaldó la idea de un director de espionaje nacional; la Casa Blanca dijo que este nuevo funcionario «coordinaría» los presupuestos, una palabra que siempre causa asombro. Esa es la razón de que algunos de los interrogantes más difíciles sobre la reorganización provengan de personas a las que Bush no puede descartar fácilmente, como Robert M. Gates, quien fungió como director del espionaje central bajo el gobierno de George Bush padre.

Ahora rector de Texas A&M, Gates ha elaborado una lista de los peligros de una mala organización, empezando con crear un director de espionaje nacional que parece que tendría el poder de hacer pedazos a la comunidad, pero realmente no lo tiene. O, como dice William Perry, secretario de Defensa en el gobierno de Bill Clinton y ahora asesor de Kerry: «Es totalmente posible que en vez de solucionar este problema, lo agravemos».

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