Terrorismo y choque de civilizaciones

Terrorismo y choque de civilizaciones

FERNANDO I. FERRÁN
Esa historia de la desesperación que es la historia universal del terrorismo tiene dos grandes capítulos y un eje constitutivo centrado en la lógica del todo en lo particular. Me explico. No es un secreto para nadie que toda sociedad histórica vive solucionando conflictos y superando adversidades.

El terrorismo, o si se prefiere: los terroristas, adversos a eventuales concesiones y a la lentitud de otros medios de solución de conflictos, se juegan el todo por la nada cada vez que quieren imponer en determinados momentos, por medio del terror, aquello que no tiene lugar a no ser que se atemorice la voluntad de los adversarios y se logren finalmente concesiones inadmisibles en cualquier otra circunstancia.

Hasta el 10 de septiembre de 2001 el terrorismo enarbolaba actos desesperados de corte nacionalista o étnico y sus posibles víctimas inocentes eran, con cierta frecuencia, advertidas del peligro que las acechaba. Desde el 11 de septiembre de ese mismo año, empero, existe otro tipo de terrorismo. Tan desesperado y lleno de odio como el anterior, pero con un impacto que supera las fronteras nacionales de un conflicto particular, y de ahí que la misma fuente de terror incida tanto en Estados Unidos, como en España, Inglaterra y quién sabe dónde más.

De ingenuo peca todo el que crea que la única y mejor forma de combatir el terrorismo internacional es una nueva forma de guerra que utiliza la tecnología de la información y, gracias a ella, se disfraza de conflicto bélico limpio (sin víctimas inocentes), rápido (limitado a unas cuantas semanas), preciso (por las bombas inteligentes), con pocas bajas (en uno de los bandos) y hasta transparente (debido a la utilización de los medios).

La ineludible guerra internacional contra el terrorismo no puede conducirse como cuando se limpia una casa, donde mato la araña y termino con su tela. Ese conflicto no se gana eliminando o capturando a un grupo religioso, tipo Talibán, o a un jefe de Estado, por ejemplo Sadam Hussein, entronizados de manera autárquica en uno u otro de los estados contemporáneos.

Lo que bien ha reconocido el general William Wallace, responsable de todas las unidades militares de Estados Unidos en Irak, se aplica a la ineludible lucha contra el terrorismo: «El enemigo contra el que luchamos (en Irak) es distinto al que combatíamos en los juegos de guerra». Traduciendo lo mismo, los juegos de guerra y las guerras inteligentes son incapaces de ganarle al nuevo enemigo.

Pero, ¿ese nuevo enemigo es la «civilización» musulmana, en el sentido de Samuel Huntington en su obra El choque de las civilizaciones, y por tanto ganarle la partida al terrorismo internacional significa eliminar dicha civilización o al menos convertirla a los valores e instituciones propios al mundo cristiano occidental? ¡Por supuesto que no!

La teoría del choque de civilizaciones es simple y eficaz: somos de una manera y ellos de otra, y nos enfrentamos para defender nuestra identidad amenazada por los otros. De hecho, es exactamente lo mismo que dice Bin Laden y pone en práctica Al Qaeda: son los musulmanes, todos, contra los cruzados. Y los cruzados son los cristianos que apoyan a sus gobiernos, y por tanto son igualmente responsables de los sufrimientos de los musulmanes bajo dominación cristiana.

Es una teoría que funciona en la práctica porque mucha gente lo siente así, rechaza a los musulmanes o a los judíos o a los cristianos en su conjunto, con características de especie distintas de la propia. Es una teoría que articula el racismo y la xenofobia y le da argumentos de racionalidad, como cuando en el lar criollo se contrapone lo haitiano y lo dominicano. Sólo que la negación del multiculturalismo lleva a una espiral de la violencia. Como la que padecemos en la actualidad.

Ante tanta violencia terrorista, no hay mejor antídoto que el no ceder al chantaje de la violencia y retornar a la tolerancia, los derechos humanos, la liberación de los pueblos y de la mujer, a gobiernos representativos, al insobornable imperio de la ley y a la coexistencia ordenada y justa en la diversidad. Si no lo hacemos, el precio a pagar será sumirnos en el terror y regresar al oscurantismo y al talión.

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