Testamento forense

Testamento forense

SERGIO SARITA VALDEZ
Un día cualquiera la musa inspiradora del cantautor Silvio Rodríguez parió estos hermosos versos: “El tiempo pasa/ nos vamos poniendo viejos/ y el amor no lo reflejo como ayer/ y en cada conversación/, cada beso, cada abrazo/ se impone siempre un pedazo de razón/. A todo dices que si/ a nada digo que no/ para poder construir/ la terrible armonía que pone viejo los corazones”.

Es cierto que la marcha inexorable de la máquina del tiempo no la detiene nadie, sin embargo, es siempre bueno y saludable echar una breve hojeada atrás para ver el trayecto recorrido y poder reflexionar acerca de lo andado. Se han cumplido sesenta años desde que luego de una quizás fortuita, pero indudablemente exitosa cópula progenitora, lográramos abrir los ojos al mundo y soltar un grito que anunciaba a todos la llegada de otro ser a la tierra del olvidado Duarte.

La mitad de nuestra existencia la consumimos junto a Juan Bosch soñando con una patria digna, libre y soberana. A ese sueño pensábamos contribuir a través de un proyecto nacional que hiciera posible lograr que los muertos divulgaran los secretos y despejaran las incógnitas acerca de cómo y porqué se hicieron difuntos. Décadas hubimos de esperar antes de que dicho anhelo empezara a concretizarse. Ha sido una lucha titánica e incansable, primero tratando de llevar consciencia a la población acerca de la importancia de las autopsias en la búsqueda de la verdad científica que expusiera al desnudo las razones anatomopatológicas que troncharon la vida de una persona.

Ha sido nuestro norte lograr que los cadáveres nos relaten los pormenores de las circunstancias y motivos que dieron al traste con su existencia. Siempre hemos insistido en ser fieles traductores de su lenguaje sin pretender empequeñecer, ni agrandar, ni tergiversar, ni mucho menos esconder párrafo alguno de su relato. Jamás nos ha cruzado por la mente cotejar la traducción de las evidencias aportadas por el difunto para favorecer a uno que otro desaprensivo oportunista. Jamás hemos tomado en cuenta la filiación política ni el status social del individuo a la hora de interpretar y sacar conclusiones de los experticios medicolegales.

Ni nos empalagan las mieles del poder, ni tampoco nos produce miopía la inercia del cargo público. Sabemos que la alternabilidad democrática nos obliga a reconocer que por muy bien que realice su labor el funcionario, nadie evita que al término de cuatro años sea removido del gabinete. Creo firmemente en la relatividad einsteiniana, de ahí que entienda la discrepancia que hay entre algunos que piensan que el 16 de agosto 2008 está lejos y muchos que aseguramos estar muy cerca de esa fecha. La humildad, la sencillez, la franqueza y el servir a los demás han sido parte del uniforme que hemos llevado puesto durante los dos tercios del camino de vida andado, por lo que no pretendemos despojarnos del mismo ahora que estamos llegando al final de la peregrinación.

Sabedor de que la inmensa mayoría de los usuarios de los servicios medico-forenses es gente pobre, sin abolengo ni fortuna, he creído que la privatización de ese tipo de prestación dejaría muchas víctimas sin el beneficio de los aportes de la investigación científica. ¿Qué por ciento de las miles de jóvenes dominicanas violadas dispondría de cuatrocientos dólares para que una institucion forense le haga una prueba de ADN? ¿Cuántos pobres calificarían financieramente para recibir el beneficio de la modernidad si la administración de justicia dependiera de una prueba de laboratorio costosísima? ¿Subsidiaría el Estado a los indigentes que requieran de esos exámenes? ¿Resultaría sostenible el servicio para una entidad que debe importar todos los reactivos utilizados en sus laboratorios?

Lo real y verdadero es que aún a la altura de 2005 resulta una quimera el cumplimiento de la ley 136 que data de 1980 y que hace obligatoria la práctica de la autopsia judicial en la instrucción de todo caso de muerte sobrevenida en cualquiera de las circunstancias siguientes: a) Cuando existan indicios o sospechas de que haya sido provocada por medios criminales. b) Por alguna forma de violencia criminal. c) Repentina o inesperadamente disfrutando la persona de relativa o aparente buena salud. d) Si la persona estuviera en prisión. e) Cuando proviniere de un aborto o un parto prematuro. f) Si fuere por suicidio o sospecha de tal.

Que quede bien claro, no se trata de oponernos a la creación de una entidad centralizadora de los servicios forenses. Lo que sí entendíamos y todavía seguimos entendiendo es que antes de embarcarnos en un multimillonario proyecto importado, era necesario disponer en el patio de lo elemental para realizar las necropsias, como lo serían un sitio apropiado y un edificio moderno donde se pudieran almacenar tanto los cadáveres descompuestos como las personas recién fallecidas, así como contar con los equipos indispensables y mesas adecuadas para llevar a cabo dicha fundamental tarea.

Juramos ante Dios y ante el pueblo dominicano que siempre estaremos alerta y dispuesto a servir a la verdad científica aún desde la posición mas simple que es la de un ciudadano común. Con los pobres de la tierra queremos nuestra suerte echar como diría el apóstol de la independencia cubana, José Martí. Mis humildes conocimientos y mi voz de patólogo forense estarán incondicionalmente siempre al servicio del pueblo dominicano hasta el último día de mi vida.

Los ejemplos de Simón Bolívar, Juan Pablo Duarte, Gregorio Luperón, Máximo Gómez, Manolo Tavárez, Francisco Alberto y Juan Bosch nos proveen la templanza de espíritu y la convicción suficiente para cerrar nuestro ciclo vital con sobrado decoro, dignidad y honradez.

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