Testimonio de vida de Dedé  y Las Mirabal

Testimonio de vida de Dedé  y Las Mirabal

Cuando uno se adentra en Vivas en su Jardín, Memorias de Dedé Mirabal, traspasa un umbral no imaginado en el que lo único que vale es guardar silencio y escuchar lo que esta familia de valientes nos tiene que decir.

Tras concluir su lectura, tenemos que hacer causa común con la escritora Julia Álvarez, quien en el prólogo reconoce que de haber existido estas memorias probablemente no hubiera sentido la necesidad de novelar la historia de las Hermanas Mirabal como lo hizo.

Prodigiosa la memoria de Dedé Mirabal, quien junto a la poeta Ángela Hernández, nos entrega un material que la propia Julia Álvarez ha calificado de: Valiente. Conmovedor. Inestimable. Y que nosotros consideramos de una vitalidad trascendental.

Dedé hace un retrato de familia, del carácter de su familia y de cómo se fueron tejiendo los acontecimientos intrafamiliares y sociales que dieron al traste con la dictadura y que vistió de heroísmo tanto a los hombres como a las mujeres de su familia.

Desde una vida necesaria “vivir para contarla”, Dedé Mirabal narra sin odio la tortura, la persecución, los riesgos, las ofensas que sufrió la familia Mirabal, provocado principalmente por la obsesión de Minerva de  acabar con el régimen de Trujillo, como con la calentura que evidentemente le provocó con su belleza y que devino en otra obsesión.

A lo largo de la lectura, nos damos cuenta de que Dedé ha sido sincera en su contar. Ha revelado cosas de la interioridad de su familia que otra persona, menos valiente que ella, hubiera optado por esconder.

En ese sentido, habló de los hijos de la calle de su padre y el sufrimiento de su madre. De las primeras ilusiones de Minerva, de su enamoramiento de Manolo y de su decepción cuando descubrió una infidelidad. De ella y el padre de sus hijos también dijo lo que le tocaba, reconociendo la tendencia a la violencia de su esposo y su posterior y saludable divorcio.

Ciertamente no hubo nunca una galleta de Minerva a Trujillo, porque su mano nunca se levantó hasta su cara, pero hubieron otras situaciones y desplantes, que para la personalidad egocéntrica de este eran verdaderas galletas sin mano.

Como aquella en que fue invitada –de manera obligatoria, por supuesto- a una fiesta en Hacienda Borinquen, en San Cristóbal y en medio de un baile, fue traspasada por Manuel de Moya tácticamente a Trujillo.

Varias piezas fueron bailadas por Minerva y Trujillo, hasta que sin poder aguantar más ni prever las consecuencias dijo: “Quiero regresar a mi mesa”. Cuando llegó a donde la esperaban nerviosos su padre y sus hermanas, ella contó lo que había conversado con el jefe y el padre –también incalculadamente-, decidió que debían irse de allí.

Trujillo le preguntó a Minerva si le gustaba su política y ella, sincera como Dedé, dijo que no “no, no me gusta”. Intentando persuadirla le preguntó: ¿y si yo mando mis seguidores a conquistarla? Y ella respondió: “Y si yo los conquisto a ellos”.

Esa noche de desplante, cuando Trujillo supo que se habían ido de la fiesta sin que él se fuera antes, iniciaría un proceso kafkiano que no pararía hasta dejar sin vida a Patria, María Teresa, Minerva y Rufino de la Cruz.

Las muchachas

La historia que sobre ellas nos cuenta la cuarta Mariposa, mientras se cuenta, nos entrega un “retrato de familia” que bien pudiera compararse con las narradas por Louise May Alcott en Mujercitas.

Aunque Dedé cuenta a su padre, a Manolo, Jaimito, Leandro, Jimmy y todos los varones de antes y después de la tragedia, lo que mejor construye es ese universo femenino de las cuatro muchachas y su madre, sin centrarse solo en lo relevante del heroísmo común impuesto por Minerva, sino contando esos detalles que caracterizan a las mujeres. Su gusto por las flores y los jardines. Su gusto por la decoración y las artes. Y, por último, su placer por el vestido que la llevaban a Santiago o a la capital a comprar en las mejores tiendas.

El amor por los libros, ¡por todos! de Minerva y su costumbre de hacer más agradables sus jornadas nocturnas mientras declamaba  poetas universales y nacionales, que Dedé recuerda y cita.

Solo hay que cerrar los ojos y dejarse llevar por la voz de Minerva en estos versos del dominicano Manuel del Cabral:

“¿Qué más quieres de mí? ¿Qué otras cosas mejores?

Padre mío, lo que me diste en carne te lo devuelvo en flores.

Estas cosas, comprende, ya no puedo callarte.

Yo como el alfarero, con su arcilla en la mano,

Lo que me diste en barro, te lo devuelvo en arte.

Creo ya, que ves claro, por qué levantar puedo

Ese lodo animal –espeso de pensar-.

¡Siempre habrá un alfarero con su sueño en los dedos!”

También sus amores y la forma de abordarlos. Y el rol que jugaron cada una en sus espacios y la formación que le dieron sus padres y que incluía, porque no sabían que existían hombres como Manolo, la advertencia a Minerva: Tú has leído todos esos libros. Hazte de cuenta que no los has leído. Los hombres no se casan con mujeres que saben mucho”, le aconsejaba doña Chea.

Sabía tanto Minerva, que en pos de poder seguir estudiando derecho en la universidad, accedió a decir un discurso ante el Jefe, en un acto en el que se celebraba el ascenso de Salcedo a provincia. 

Luego de esto, efectivamente Minerva fue readmitida en la universidad, pero nunca, lo sostiene Dedé, Minerva firmó un pacto para dejar de luchar contra Trujillo, como aparece en la película “En el tiempo de las mariposas”, basado en el libro de Julia Álvarez.

Lo doloroso

El gran impacto que tiene el libro de Dedé, no es solo que cuenta los hechos que más o menos todos los interesados en la historia dominicana, saben ya hace mucho. No, es que ella lo hace de una manera tan humana y tan real, que el que la lee entiende –y hasta siente-, las emociones, dolores, sufrimientos, miedo que sintieron cada uno de ellos en su momento.

No es un libro de historia, es un libro que sopesa el valor emocional de esta tragedia. Es también un compendio de valores sociales y de roles históricos. Mataron a las muchachas y Dedé nos hace ver las tres cajas, nos hace compartir su llanto, nos refleja el entorno rural y las ideas que aún en el medio del dolor más terrible se mantenían. De cómo nació la fortaleza familiar desde la máxima debilidad emocional.

La angustia de esa noche interminable en que doña Chea sufría por no ver sus hijas llegar de Puerto Plata: “me las mataron, me las mataron”, decía, aún antes de que vinieran a darle la noticia fatal.

Dedé reconstruyó la historia desde el corazón y desde la propia historia. Buscó datos, testimonios, contó todo lo que le contaron y fue armando poco a poco, pieza a pieza un libro gigante.

De lo que pensó antes y de lo que siente ahora. Por ejemplo, ella se pregunta cómo no iba a saber Balaguer, presidente de papel entonces, sobre la orden de matar a sus hermanas y aunque, “luego en sus libros de memorias y hasta en un poema, trató de limpiarse de encima la sangre de mis hermanas”, se quedó para siempre con la siguiente pregunta ¿por qué al enterarse no renunció, ni lo denunció, ni hizo nada?”.

Ella siempre está disponible para responder las preguntas de niños, jóvenes, estudiosos y curiosos que llegan hasta Ojo de Agua, nisiquiera le molesta si no la dejan comer. “Para eso quedé viva”. Aunque siente que ya ha cumplido con sus dos propósitos de vida: su familia y su patria, siempre le surge una preocupación: ¿Quién cuidará el jardín donde día a día florece la memoria de las Hermanas Mirabal. Donde ella y nadie más las ha mantenido vivas? Sin tener la respuesta dice vivir  “con dedicación y entusiasmo”.

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