Mucha gente en el pueblo había advertido a Tetelo de la Cruz sobre la posibilidad real de su muerte, pues sus ulteriores homicidas pregonaban la amenaza por doquier. El día antes del hecho sangriento había atentado contra su vida, haciéndole tres disparos con escopeta; pero Tetelo no hacía caso a consejo y seguía confiado, como si nada pasara. Aquel día fatal, la trágica premonición se consumó y desgraciadamente no sólo asesinaron a Tetelo, sino también a su joven hijo. Ambos cayeron bañados en sangre y murieron en el acto después que fueron literalmente rociados de plomo.
Los autores huyeron y el expediente por homicidio voluntario o asesinato duerme en el archivo de la Cámara Penal de El Seibo, dado que en el procedimiento penal vigente en la República Dominicana no existe la figura de la Contumacia o el juicio en ausencia del imputado. Esta institución del Derecho quedó eliminada al entrar en vigencia el nuevo Código Procesal Penal; lo que implica que un prófugo no puede ser juzgado, como ocurría antes, mientras no se presente a la justicia o sea apresado.
Esta historia sería una de las tantas que ocurren en nuestro país en las que la violencia campea por sus fueros, si no fuera porque Tetelo confiaba, y así se lo había revelado a varias personas, que era inmune a las balas por un trabajo que un señor oriundo de un campo de El Seibo le había hecho y como consecuencia del cual a él no le entrarían los tiros de ningún calibre. Esto ocurre en la era cibernética y digital y delata la necesidad de que en República Dominicana haya menos politiquería y más inversión sincera en educación. No se conoce otra forma de superar tales atrasos.