Textileras responden al ataque para defender mercado

Textileras responden al ataque para defender mercado

Hace doce años, los dueños de la fábrica  de textiles Forno en la capital boliviana, La Paz, instalaron una placa de bronce en conmemoración de sus “setenta años a la vanguardia de la industria textil, 1922-1992”.

Resultó un caso típico de exceso de entusiasmo. Cinco años más tarde, la fábrica cerró, vendieron la maquinaria y más de 1,000 trabajadores quedaron sin trabajo. Cerca, la planta Statex, de fino estilo Bauhaus, y la gigantesca fábrica Soligno -que había sido propietaria de Litoral, uno de los equipos de fútbol de mayor éxito del país- también estaban vacías, rotas sus ventanas y las cancelas desvencijadas aportaban un aire de desolación a la polvorienta zona industrial de Chacaltaya.

Esta escena no es poco frecuente en América Latina. En un país tras otro, las compañías textiles que dependieron de mercados domésticos protegidos han caído víctimas de la liberalización económico de las décadas de los 80 y 90 del siglo pasado, y de la creciente fuerza competitiva de los productores asiáticos a bajo costo.

En Brasil, la mayor economía de la región, 438 fábricas de hilo y tejidos -cerca de un tercio del total-desaparecieron entre 1997 y 2002. En la industria de textiles y ropa, en su conjunto, se perdieron 235,000 puestos de trabajo en el mismo periodo.

Hasta en México, donde la producción de textiles y ropa floreció, después que el país se incorporó al Tratado de Libre Comercio de América del Norte, en 1994, más de 20% de los empleos en el sector se perdieron en los últimos cuatro años.

Ahora, el fin del Acuerdo Multi-Fibra va a aumentar un grado más la presión, en particular, para México, partes de América Central y el Caribe, donde los productores de los artículos más simples, como los “t-shirts”, están compitiendo directamente con China en el mercado de Estados Unidos.

México, Honduras, República Dominicana y Colombia están tratando de aprovechar al máximo su proximidad a EEUU y los métodos de producción flexibles, así como las ventajas de comercio que están negociando con EEUU.

Las compañías que producen ropa en la capital de los textiles de Colombia, Medellín, por ejemplo, confían en que la combinación de tiempos de viaje más cortos a los mercados de EEUU y los beneficios de la Ley de Preferencias al comercio andino acordado en 2002, pueda ayudar a compensar el hecho de que sus niveles de salarios son, en cifras redondas, 50% más altos que los de sus rivales chinos.

“El viaje a EEUU dura cuatro horas por avión y tres días en barco; los chinos tardan entre 15 y 18 horas en avión, y mucho más en barco”, dijo Roque Ospina, jefe ejecutivo de Inexmoda, un órgano para la promoción de la industria local.

María Luisa Mejía, jefa ejecutiva de Everfit-Indulana, con sede en Medellín, que fabrica telas y ropa, dice que su compañía revolucionó sus métodos de producción desde los inicios de los 90 con el fin de poder cumplir con las exigencias de calidad y tiempo de marcas privadas como Tommy Hilfiger y Pierre Cardin.

Más del 80% de la producción de la compañía se exporta principalmente a EEUU, comparado con solo 155 de hace 10 años.

 “Creo que hemos desarrollado un nicho de mercado”, comenta la señorita Mejía. Y añade que el objetivo de alto costo y sensibilidad a la moda de los compradores puede ayudar.

 “Me van a llamar y querrán un pedido listo un mes antes de lo acordado. Los chinos no podrían hacer eso”, aseguró.

En Brasil y otros países del sur los productores son, por lo general, menos dependientes del mercado norteamericano, pero están igualmente preocupados por incrementar la eficiencia.

En Brasil, la devaluación de 1999 ayudó a la competitividad; las compañías realizaron inversiones de capital sustanciales y las exportaciones han estado aumentando, aunque todavía solo representa el 8% de la producción total.

Los productores de ropa de Brasil se están concentrando en áreas de mayor valor agregado, y avanzan en el desarrollo de sus propias modas de marca, con nombres como M.Officer y RosaCha.

Domingo Mosca, coordinador del área internacional de la Asociación Brasileña de Industrias Textiles, acepta que Brasil no es tan competitivo como China en muchos materiales sintéticos y que la industria podría ser vulnerable a las importaciones de productos baratos.

“Ellos pueden ofrecer 1,000 camisas por US$24, por lo que nos complican un poco con los sintéticos”, comenta.

Sin embargo, en algodón y otras telas de fibras naturales que prefieren todos, con excepción de los consumidores más pobres, Brasil puede producir competitivamente, dice el señor Mosca.

Vicunha, reconocido internacionalmente por su tela de mezclilla, es típica de una línea de productores que ha establecido fábricas en el nordeste, donde los costos por trabajo son más bajos que en los centros tradicionales de la industria en el sudeste.

En el extremo más bajo del mercado, donde Brasil es más vulnerable a la competencia, muchos consumidores se han acostumbrado a comprar su ropa en el sector informal, hacia donde ha emigrado gran parte de la industria como resultado de impuestos más altos y cargos de la seguridad social.

El señor Mosca explica que esto se ha desarrollado tanto que la manufactura menor y los conglomerados detallistas que se especializan en líneas diferentes de producción a muy bajo costo empezaron a desarrollarse en los alrededores de ciudades como Blumenau, Petrópolis y Recife.

“Esto podría dificultarle mucho a los chinos organizar la distribución”, dice el señor Mosca.

 

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