Desde tiempos inmemoriales muchos son los consejos, las técnicas y las recomendaciones que se han formulado y que no siempre encuentran la debida acogida para que los escritos, en cualquier ámbito y finalidad, sean presentados de forma clara, directa y simple, evitando cualquier elemento de confusión que impida su comprensión.
En el periodismo y en los medios de comunicación en general esto constituye un factor crucial y en la República Dominicana las dificultades se asocian en gran medida a deficiencias en las enseñanzas en el nivel básico y en un marcado desinterés en los hábitos de buena lectura.
Este tema, que debería ser objeto de más atención de parte de profesores, educadores y de las universidades, fue tratado con gran enjundia y amplitud en un trabajo publicado recientemente en el periódico El País y que por su significación debería ser debatido en escuelas de periodismo, en círculos literarios y entre amantes del buen decir.
¿En efecto, qué finalidad práctica y orientadora puede cumplir por ejemplo una publicación en la que se utilizan palabras rebuscadas que enmarañan los textos, en lugar de empeñarse en facilitar que quienes los reciben puedan captar de inmediato los mensajes, las ideas y los planteamientos consignados?
Según refiere el diario español, en los años ochenta surgió en Reino Unido un movimiento denominado inglés sencillo que defendía un uso del lenguaje breve, evitando tecnicismos y las frases hechas para llevar a las instituciones públicas a preocuparse por hacer más fácil al ciudadano la comprensión de cualquier información, al subrayar la inutilidad de los textos largos y confusos.
En este punto encaja al dedillo la clásica e ilustrativa frase “lo bueno, si breve, dos veces bueno”, que se utiliza cuando se sugiere concisión a la hora de hacer la explicación de cualquier cosa, y cuyo sentido se haya claramente expresado por Baltasar Gracián en su conocida obra literaria “El arte de la prudencia”.
La imposibilidad de entender y aplicar esta lógica sabia y elemental no sólo se limita a países del tercer mundo, ya que se observa en algunas naciones de alto nivel de desarrollo educativo, donde universidades han llegado a admitir que hasta los graduados tienen dificultad para escribir buenos textos. Es obvio que muchos estudiantes llegan a las academias con lagunas culturales que estos centros no están supuestos a llenar o suplir.
A pesar de innegables avances alcanzados en nuestro país en materia educativa, las limitaciones expresivas, tanto orales como escritas, son atribuidas al sistema que se aplica en las escuelas, donde ya se consideran inútiles y obsoletas la lectura comprensiva, los dictados y las composiciones, que en el pasado tanto contribuían a promover la facilidad de palabra en los estudiantes y también a lograr un dominio conceptual de los temas que no estuviera atados a la fragilidad de una memorización.
En ese sentido, aconsejo constantemente a los periodistas siempre plantearse a la hora de sentarse a escribir una noticia, la mejor forma de redactarla pensando, además del enfoque propiamente periodístico, si sería comprendida en su justo contexto cuando llegue a un público amplio e innominado.
Para lograr una comunicación efectiva, el texto no debe concebirse para deleite propio o autoconsumo sino precisamente en llegar a los destinatarios de la información de forma expedita, sin tropiezos lingüísticos.
Claro está que esto es más fácil decirlo que lograrlo, pero en alguna medida nos aproximamos al objetivo si seguimos un método sistematizado hacia esos objetivos observando, entre otros aspectos, una prosa sin trastrueques sintácticos, frases cortas, buena concatenación de las ideas y una ortografía no sujeta únicamente a la corrección digital.