«Thanksgiving» en Irak

«Thanksgiving» en Irak

Los medios de comunicación informaron el jueves pasado, 27 de noviembre de 2003, que el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, había viajado hasta Irak para una corta visita a las tropas acantonadas en el aeropuerto de Bagdad. Con excepción del viaje de Lyndon B. Johnson a Vietnam en 1966, ninguna otra actividad presidencial había sido mantenida a un nivel tan elevado de secreto. Con apenas seis semanas de antelación, el Servicio Secreto organizó el encuentro con tanta discreción que ni siquiera Paul Bremer, representante de Bush en Irak, se enteró previamente. Ahora bien, una pregunta que anda buscando respuesta es la de ¿por qué realizó Bush ese viaje de tan alto riesgo? ¿Es esa una muestra de valentía personal o de desesperación política? ¿Qué situación podía justificar que el primer mandatario de la potencia mundial llevara sus apuestas políticas hasta ese nivel?

De acuerdo con el escenario norteamericano, las razones pueden ser varias y variadas. Primero que todo, el descenso de la popularidad del reeleccionista Bush. Con una economía en vías de recuperación, la espina que le queda clavada en el corazón es la del fracaso de la ocupación de Irak. El equipo de la Casa Blanca no parece haber encontrado la forma de frenar el declive de la preferencia de los norteamericanos por su Presidente quien intentará repostularse el próximo año. Cada vez que han intentado mejorar en las encuestas han fracasado estrepitosamente. Sólo habría que recordar la inesperada presencia que hizo hace siete meses el presidente norteamericano en el portaviones Lincoln, disfrazado de piloto de la «US Air Force». Detrás de él, un enorme letrero decía: Misión Cumplida. Sin embargo, después de ese episodio propagandístico, las tropas norteamericanas en Irak han sufrido más de 400 muertos y por encima de 8 mil 200 heridos graves. El tiro aquel les salió por la culata.

Con ese viaje también es probable que el presidente Bush estuviera tratando de reivindicarse con los militares. Sobre Bush pesa el recuerdo de que eludió el servicio militar en Vietnam gracias a sus relaciones políticas y eso es algo que no le perdonaron los guardias a Clinton como tampoco se lo van a aceptar graciosamente al actual Presidente. Ha sido extremadamente notorio el hecho de que el comandante en jefe de las tropas expedicionarias que ocupan Irak no haya asistido a ninguno de los funerales de los soldados caídos en ese país. Asimismo, tampoco ha permitido que se divulgue la llegada de los ataúdes a territorio norteamericano. La Casa Blanca parece que necesitaba tomar la iniciativa en estos momentos en los que por cada soldado muerto en Irak se producen 22 heridos graves, una proporción desgraciadamente exagerada. El mapa de la Unión norteamericana se está saturando de puntitos rojos que marcan algún ciudadano muerto o invalidado por una guerra irregular que no da tregua. Cuarenta son los ataques de los insurgentes iraquíes por cada día que pasa y posiblemente estén usando la táctica vietnamita de herir al enemigo más que matarlo. Con este procedimiento, comprometen muchos hombres por cada herido. Además, el sufrimiento del soldado neutralizado crea pánico a las tropas que sobreviven lo cual contribuye a disminuir la moral de los combatientes norteamericanos.

Otra razón para el viaje de Bush podría haber sido el adelantarse al anunciado recorrido de la senadora Hillary Rodham Clinton a Afganistán y a Irak. Resulta obvio que la futura aspirante a la candidatura presidencial tuvo que solicitar permiso al Congreso y al Pentágono para visitar esas zonas de guerra ocupadas militarmente por Estados Unidos. Si Hillary hubiera sido la única funcionaria electa presente para «Thanksgiving» en esos lugares, el golpe propagandístico contra las intenciones reeleccionistas de Bush habría sido descomunal. Ese día de acción de gracias es la celebración que más une a las familias norteamericanas y había que evitar a toda costa el protagonismo de la aspirante demócrata. Así que, con conocimiento de los planes de su adversaria política, la respuesta de la Casa Blanca debía ser efectiva y neutralizadora de los planes de la Senadora por el Estado de New York. Nada como montar sigilosamente en un avión al propio Presidente de la Unión norteamericana, pasearlo un día completo por los cielos de medio mundo y depositarlo durante dos horas en el aeropuerto de Bagdad para cenar frente a 600 soldados. La idea no fue mala a pesar de lo peligroso del proyecto. Sólo habría que esperar por los resultados.

De todas maneras, la pregunta de por qué Bush viajó en «Thanksgiving» hasta el aeropuerto de Bagdad sigue en busca de respuesta. Aunque todavía nos preguntamos si realmente valió la pena arriesgarse tanto.

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