THE NEW YORK TIMES
Bancarrota, el cuento de la moralidad estadounidense

THE NEW YORK TIMES <BR>Bancarrota, el cuento de la moralidad estadounidense

NUEVA YORK.- ¿Qué pudiera ser más estadounidense que la idea de una segunda oportunidad, un nuevo comienzo, el Segundo Acto? Está incrustada en la cultura, la idea de que uno puede reinventarse en todas las formas, cambiándose a una nueva ciudad, comprando un auto nuevo, sometiéndose a un restiramiento facial, o acogiéndose a las leyes de bancarrota. Durante generaciones, los estadounidenses que se encontraron hundidos en deudas recurrieron a las leyes federales de bancarrota, las cuales, como escribió la Suprema Corte en 1915, están destinadas a dar a los deudores honestos la oportunidad «de empezar de nuevo libres de las obligaciones y responsabilidades consecuentes de la mala fortuna empresarial».

En otras palabras, si uno renuncia a la mayoría de lo que posee (suponiendo que posea algo), se puede empezar de nuevo.

Pero eso podría estar cambiando. La semana pasada, el Senado de Estados Unidos aprobó un anteproyecto de ley que sus simpatizantes dicen frenará los abusos y obligará a quienes pueden pagar sus deudas a hacerlo. Sus críticos sostienen que el Congreso, de hecho está volviendo la espalda al principio de la capacidad de un deudor para «empezar de nuevo», y castigando a algunas víctimas de la calamidad.

La legislación casi seguramente será aprobada por la Cámara de Representantes y firmada por el Presidente George W. Bush en los próximos uno o dos meses. Incluye estipulaciones altamente técnicas e involucra asuntos como el papel de las compañías de tarjetas de crédito al causar las bancarrotas que ahora han cabildeado para frenar.

Pero en su forma más amplia, el debate ilustra el choque entre valores estadounidenses rivales: el derecho a un nuevo comienzo contra la idea de que la gente debe responsabilizarse de sus acciones.

«Excepto por aquellos con motivaciones malévolas y la disposición a aprovecharse del sistema, a nadie le gusta estar endeudado», dijo el senador Orrin Hatch, republicano de Utah, que tiene la tasa de bancarrotas más alta de cualquier estado. Pero una vez que la gente pide dinero prestado, «necesita asumir la responsabilidad personal de pagarlo», dijo. «La responsabilidad personal es un valor estadounidense básico».

La deuda era un tema importante y complicado para los americanos antes de que existiera Estados Unidos, dijo Ron Chernow, biógrafo de Alexander Hamilton. Como fundador del sistema bancario de la nueva nación y simpatizante de una ley federal de bancarrota, Hamilton simpatizaba naturalmente con los acreedores, dijo Chernow. Pero también ayudó a amigos que se encontraban en la prisión de los deudores.

Y como derrochadores modernos, algunos Padres Fundadores incurrieron en deudas para pagar sus lujos. «Jefferson sentía que la mayor pesadilla de su vida era que estuviera endeudado, y esto lo acosaba», dijo Chernow.

La tensión entre las opiniones de la bancarrota como un fracaso moral y como un problema económico se vivió durante el siglo XIX. Las prisiones de deudores eventualmente cayeron en desuso por razones humanitarias, y por la razón práctica de que las personas encarceladas rara vez podían pagar sus deudas.

A partir de 1800, el Congreso aliviaría el dolor de las crisis económicas al promulgar leyes de protección de bancarrota, y luego revocarlas una vez que el panorama financiero había mejorado. En 1898, fueron promulgadas las leyes que se convirtieron en la base del sistema de bancarrota actual, y en 1915, la Suprema Corte declaró que uno de los propósitos de las leyes era proteger a los deudores honestos. Esa opinión fue reforzada en un caso de la Suprema Corte de 1934, Préstamo Local vs Hunt. El tribunal declaró que un hombre que había prometido sus salarios futuros para pagar un préstamo de 300 dólares no podía ser obligado a entregar esos ingresos una vez que se declarara en bancarrota.

La discusión en torno a nuevos comienzos y responsabilidad personal ha cambiado poco, dijo David A. Skeel Jr., profesor de derecho de la Universidad de Pensilvania y autor de «Debt»s Dominion: A History of Bankruptcy Law in America» (Soberanía de Deuda: Una Historia de la Ley de Bancarrota en Estados Unidos). Incluso en los años 30, «existió el mismo debate», dijo; la gente recordaría que «en los buenos viejos tiempos, todos pagaban lo que debían, y ahora no hay verg_enza».

Lo que ha cambiado, añadió, son el tipo de personas que solicitan la bancarrota. En la mayor parte de los dos últimos siglos, los quebrados eran regularmente agricultores o propietarios de pequeñas empresas, porque sólo ellos podían pedir prestado mucho dinero. «Una de las realidades históricas es que la bancarrota no era para las clases más bajas», dijo.

Hoy en día, la bancarrota es para todos. El año pasado, hubo más de 1.1 millones de solicitudes de bancarrota para «empezar de nuevo», según el Instituto Estadounidense de Bancarrotas, que usa datos del sistema judicial. Eso es el doble de esos casos, conocidos técnicamente como del Capítulo 7, que en 1994.

La forma en que se explica el enorme aumento en solicitudes tiende a reflejar de dónde se procede en el debate moral más amplio.

Los simpatizantes del anteproyecto de ley de bancarrota citan el aumento de deudores que gastan dinero que nunca pretendieron pagar. Durante el debate en el Senado, Hatch habló de una pareja de Wisconsin que deliberadamente incrementó sus cuentas antes de solicitar acogerse a la bancarrota, dejando a su unión de crédito con 3,000 dólares en deuda no pagada. En estas historias, los apostadores y consumidores codiciosos son los principales actores.

Los oponentes del anteproyecto de ley sostienen que la mayoría de personas que se acogen a la bancarrota son honestas pero están luchando para salir de sus problemas; han sido arrastrados por alguna catástrofe inevitable, como enfermedades, un divorcio o el desempleo.

Elizabeth Warren, profesora de derecho de Harvard, es co-autora de un estudio que argumenta que más de la mitad de todas las bancarrotas están vinculadas a costos médicos (el estudio es controversial en parte porque su detonante para gastos médicos es de sólo 1,000 dólares). En testimio ante el Senado, dijo: «La mayoría de los deudores solicitan la bancarrota no porque tuvieran demasiados relojes Rolex y Gameboys, sino porque no tenían otra opción».

Pero Todd J. Zywicki, profesor de la Escuela de Derecho de la Universidad George Mason, dijo que el infortunio financiero no puede explicar el aumento en las bancarrotas personales en los años 90. No fueron precedidas, dijo, por aumentos igualmente pronunciados en el desempleo, los divorcios o los costos médicos.

Zywicki tiene varias teorías sobre por qué las bancarrotas han aumentado, pero al pedírsele que las clasificara, dijo que la número uno sería «la generosidad del código de bancarrota, lo hace demasiado fácil».

En las trincheras de la burocracia legal está George W. Liebmann, fiduciario de bancarrotas, el abogado designado por el tribunal que analiza los expedientes de «nuevos comienzos» en busca de abusos. La mayoría de los casos que ha visto a lo largo de 24 años, dijo, son de personas que se han endeudado demasiado con tarjetas de crédito, en ocasiones con hasta 20 cuentas separadas.

Lo que describe es una relación enfermiza y simbiótica entre consumidores atrapados en el crédito y las compañías de tarjetas que les cobran enormes tarifas, al menos hasta que caen en bancarrota. «Es una situación fundamentalmente corrupta, corrupta para los deudores y los acreedores», dijo. «Ambos cometen el delito impunemente».

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