THE NEW YORK TIMES
¿Descartes condenó a muerte a Schiavo?

THE NEW YORK TIMES <BR>¿Descartes condenó a muerte a Schiavo?

POR JOHN LELAND
NUEVA YORK.-
En el desfile de rostros que hablaron sobre Terri Schiavo la semana pasada, faltaron dos autoridades notables: Aristóteles y Descartes. Sin embargo su legado estuvo ahí. Debajo de las maniobras políticas y las luchas legales, el caso reprodujo un choque de ideales que ha recorrido la historia del pensamiento occidental.

Y en cierta forma, es la pregunta esencial que ha sido formulada por los filósofos desde el inicio de la civilización humana. ¿Toda la vida humana es preciosa, sin importar cuán inválida sea? ¿O los seres humanos tienen el derecho a la auto-determinación y a decidir cuándo la vida tiene valor?

«El choque se refiere a la forma en que entendemos a la persona humana», dijo Samuel Gregg, director de investigación del Instituto Acton para la Estudio de la Religión y la Libertad, un grupo político conservador.

La petición la semana pasada de prolongar la alimentación de Schiavo, contra el deseo de su esposo o lo que los tribunales determinaron eran las propias inclinaciones expresadas de la enferma, se hizo eco de las doctrinas de Aristóteles, que consideraba la existencia misma como inviolable.

Del otro lado, el argumento de que la vida de Schiavo pudiera ser considerada como no digna de vivirse se hizo eco de Descartes, el filósofo de la Ilustración que definió la vida humana no como existencia biológica – que pudiera ser un don inviolable de Dios – sino como conciencia, sobre la cual la gente puede hcer juicios.

Durante gran parte de la historia, el conflicto entre estas escuelas de pensamiento ha dejado espacio para el compromiso, dijo Robert Veatch, profesor de ética médica de la Universidad de Georgetown que apoya el derecho de los pacientes a suspender el tratamiento. Citó un juicio católico romano de la Edad Media de que si un paciente necesitaba recorrer 480 kilómetros en una carreta tirada por burros hasta un recinto para ser curado, eso era demasiado. «La idea de que toda la vida es valiosa o sagrada ha sido calificada en alguna forma en casi todos los escenarios», dijo Veatch.

Sin embargo esta idea de que toda la vida es sagrada ha ejercido una fuerza poderosa en Estados Unidos, dijo Mark A. Noll, profesor de historia de Wheaton College, una prestigiosa escuela evangélica en Illinois, y autor de «The Old Religion in a New World: The History of North American Christianity» (La Antigua Religión en un Nuevo Mundo: La Historia del Cristianismo Norteamericano). Alentó al movimiento abolicionista de los siglos XVIII y XIX, que insistía en la humanidad de los esclavos, contra las opiniones prevalecientes de las ciencias sociales. A principios del siglo XX, el mismo ideal enfrentó a la eugenesia, que defendía la esterilización forzada para evitar que los miembros más débiles de la sociedad se reprodujeran.

En ambas batallas, dijo Noll, la gente que sostuvo la santidad de toda la vida humana como una convicción religiosa triunfó sobre una afirmación de la Era de las Luces «que decía »No, podemos calificar este valor»», refiriéndose a que el valor de una vida humana podía ser determinado por el pensamiento científico.

En 1927, la Suprema Corte de Estados Unidos determinó que el gobierno podía esterilizar a las personas mentalmente retrasadas contra su voluntad. «Tres generaciones de imbéciles son suficientes», escribió el juez Oliver Wendell Holmes en el fallo de la corte que invlucró a una mujer erróneamente considerada retrasada.

En este contexto, dijo Noll, «la preferencia por la vida ha sido una protección contra la explotación de las personas pequeñas a manos de las personas grandes». Añadió que en el caso de Schiavo el contexto de una extensa cobertura de medios ejerce su propia influencia sobre el debate, alternando la cobertura con comerciales que formulan un argumento implícito sobre lo que constituye una vida digna de vivirse. Aun cuando no aceptemos sus principios, no pueden ayudar pero tienen una influencia, dijo.

«Si nos dicen que la vida digna de vivirse es la vida vigorosa y de consumo, entonces muchos de nosotros vamos a pensar que las vidas que no sean vigorosas o de consumo tienen menos valor», dijo. «Se remonta a la influencia de un nuevo tipo de cultura popular, que no cambia las cuestiones teológicas, pero las pone en un nuevo ángulo. Tienen que ser abordadas en un nuevo contexto».

El conflicto como existe ahora empezó a tomar forma con el surgimiento de la medicina moderna a fines del siglo XIX y principios del 20, dijo Gary M. Laderman, profesor asociado de religión de la Universidad de Emory y autor de «The Sacred Remains: American Attitudes Toward Death, 1799-1883» (Los Restos Sagrados: Las Actitudes Estadounidenses hacia la Muerte, 1799-1883).

Los avances médicos que prolongaron la vida humana por medios tecnológicos cambiaron la forma en que los estadounidenses veían la muerte y, por extensión, la forma en que definían la vida.

El escenario para la muerte cambio de la casa al hospital, donde los médicos, en vez de los líderes religiosos, tenían la autoridad. La medicina celebró al personaje del médico heróico, y trató a la muerte como un tipo de fracaso, dijo Laderman. Los médicos no eran libres de decir a los pacientes que estaban terminalmente enfermos, reclamando para sí el derecho de determinar qué era apropiado. La muerte se volvió un estado «medicalizado», que era determinado por la experiencia humana. Como la vida, podía ser tratada como una opción médica.

Para los años 60 y 70, los pacientes médicos empezaron a reclamar este derecho para sí mismos, dijo Bruce Jennings, investigador superior del Centro Hastings, un grupo de investigación en bioética que ha apoyado los derechos de los pacientes. En esto, siguieron conspicuamente el modelo de los movimientos políticos y de consumidores de la era, que retiraron la autoridad a los expertos y las instituciones para dársela a los individuos.

Para adoptar el lenguaje de Noll, redefinieron a la gente pequeña.

«Esto ofreció una forma ligeramente diferente de enmarcar el tema: no tanto como un conflicto entre valorar la vida y la libertad de elección, sino una actitud diferente hacia la tecnología misma», dijo Jennings. «Por un lado, hay un extendido sentimiento en Estados Unidos de que todo puede curarse y no tenemos que morir. Pero hay otro temor al encarcelamiento por parte de la tecnología en una forma que socave nuestra integridad y dignidad. Está reclamando libertad respecto de estas instituciones o la tecnología».

La línea filosófica en esta historia, entonces, no es recta, sino que incluye un peculiar giro estadounidense: El renacimiento evangélico de los siglos XVIII y XIX produjo el movimiento de abolición, que dio paso al movimiento del voto femenino, que inspiró el movimiento de los derechos civiles, que condujo al movimiento de los derechos de los pacientes. Pero ahora el movimiento de los derechos de los pacientes enfrenta a muchos cristianos evangélicos del siglo XXI en el caso Schiavo.

Al mismo tiempo, el legado científico de la Ilustración, que argumentó que la vida humana residía no en el cuerpo sino en la mente, ahora está siendo socavado, conforme la neurociencia moderna desmitifica elementos del pensamiento y la personalidad como procesos bioquímicos o genéticos sin alma. La mente simplemente es prisionera del ADN del cuerpo.

Las ideas en juego en esta historia no concluyen con el caso de Schiavo, sino que alimentan las discusiones sobre el aborto, la investigación de células madre, el suicidio asistido, la pena de muerte e incluso los derechos de los animales.

En sus afirmaciones contradictorias, estas ideas son parte de lo que define a Estados Unidos, dijo Courtney S. Campbell, profesor de ética médica de la Universidad Estatal de Oregon quien ha argumentado en favor de los derechos de los pacientes a desconectar los aparatos.

«Se remonta a los cimientos de la República: el derecho a la vida y el derecho a la libertad en la Declaración de Independencia», dijo. «Es un conflicto profundamente arraigado que llega al núcleo de quiénes somos como personas y como sociedad política, de manera que no es sorprendente que pueda ser polarizador».

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