THE NEW YORK TIMES
El fin de la historia asusta a Europa

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BERLIN.- Los europeos vieron colectivamente el mes pasado como el Airbus A380, el avión gigante que ven en competencia con Estados Unidos, hacía algo que no había hecho todavía. Despegar.

Desafortunadamente, Europa en general en estos días parece peligrosamente cerca de estrellarse. O al menos en un estado de perplejidad colectiva sobre su papel en el mundo, su identidad, su futuro. El signo más asombroso de eso: la posibilidad de que los franceses, pese a su papel histórico como los principales inspiradores del sueño europeo, pudieran votar contra la propuesta constitución para la ampliada unión de 25 miembros en un referéndum a fines de mayo. El presidente de Francia, Jacques Chirac, ha advertido que un «no» significaría no que Europa se estrelle sino que «se detenga», por falta de su constitución, dolorosamente negociada durante cuatro años.

¿Por qué esta continua, quizá creciente, resistencia a la idea de una Europa unificada? Una escena reciente resume la situación. Hace unos días, Chirac acudió a la televisión francesa para responder preguntas sobre la constitución planteadas por un grupo de personas de entre 18 y 30 años.

Hay dos soluciones, dijo. Una «llevaría a una Europa recorrida por una corriente ultraliberal, que sería una Europa anglosajona y atlanticista», dijo. «Eso no es lo que desearíamos».

Lo que Europa necesita más bien, dijo, es «ser organizada y fuerte para imponer su humanismo, sus valores». En otras palabras, tener reglas claras para llevar adelante su movimiento.

La respuesta de los jóvenes fue de fuerte y persistente escepticismo, y, quizá más importante, de pesimismo. «Tengo la impresión», dijo uno de ellos, «de que hay algo oculto en este texto, y es que el texto sigue una lógica liberal». Por «liberal», el joven no se refería al liberalismo estilo estadounidense, a la Edward M. Kennedy. Se refería a liberal en el sentido europeo de una no regulada economía de libre mercado de competencia laboral barata que causará que Europa abandone sus protecciones sociales.

La implicación era que el «liberalismo» es lo que quieren los burócratas en Bruselas, la capital de la Unión Europea, y contra lo que los ciudadanos de las naciones individuales como Francia deben protegerse.

Sin embargo la resistencia llega más profundo que eso, y es más causa de perplejidad porque Chirac tiene un punto a favor: Europa es más pacífica, próspera, saludable y segura que nunca en su historia. Sin embargo, los franceses se muestran renuentes. Los británicos, una mayoría de los cuales en sondeos también se opusieron a la Constitución europea, votaron para conservar a Tony Blair como primer ministro después de una campaña libre de ideas dominada por el tema de su credibilidad, o la falta de ella. Un sondeo reciente entre alemanes mostró que sólo 28 por ciento espera que la vida sea «muy buena» en los próximos 5 a 10 años y 40 por ciento que dijo que están descontentos.

«Nosotros vemos al futuro como una oportunidad», dijo Jeffrey Gedmin, conservador estadounidense que es director de la sucursal del Instituto Aspen en Alemania. «Ellos lo ven como un riesgo».

Quizá una explicación para la condición espiritual europea actual estuvo incluida en ese famoso ensayo de 1992 de Francis Fukuyama, quien argumentó que la historia ha terminado. Su idea era que la última gran lucha ideológica terminó con la caída del comunismo soviético y el triunfo de la idea democrática liberal, y que pudiera no haber más idea avanzada. Esa es una causa de alegría. Pero como escribió Fukuyama, también había algo desalentador en un mundo post-histórico en el cual el Gran Interrogante ya no gira en torno de la libertad sino en torno de cuánta mantequilla neocelandesa pudiera importar una nación.

«Es obvio por ahora que la Unión Europea se ha convertido en el marco para la desaparición de siglos de beligerancia, y eso es un hecho», dijo Michael Naumann, editor del semanario alemán Die Zeit. «Pero se ha vuelto tan totalmente aceptado que ya no nos lanzaremos al cuello unos de otros que la gente se ha aburrido».

En este sentido, la Unión Europea, que incluirá a 27 países y a más de 500 millones de personas para 2007, fue hecha para ser aburrida. Los europeos han tenido más de lo que les correspondía de historia – dos guerras mundiales, dictaduras, divisiones alemanas, ocupaciones soviéticas – y no hay gran apetito aquí de más de ello.

«El brillo rojo de los cohetes, bombas que estallan en el aire, sonidos bastante buenos para un estadounidense», dijo Gedmin. «Lo decimos en juegos de beisbol. Pero los alemanes no quieren escuchar bombas que estallen en el aire. Tuvieron eso en Dresden».

Por ello es natural que los europeos se enfoquen en asuntos estrechos de interés económico. «El hambre de ideas es la parte realmente verdadera de Fukuyama», dijo recientemente Pierre Hassner, filósofo político francés. «En este sentido, la historia realmente ha terminado».

Pero él y otros están en desacuerdo sobre el argumento del fin de la historia; o, al menos, sienten que Europa no representa el fin de la historia que Fukuyama tenía en mente. Aun cuando se sintió aburrido por la mantequilla neocelandesa, su fin de la historia fue esencialmente una situación feliz.

Los europeos no están felices. Están ansiosos, amenazandos no sólo por la burocracia de Bruselas sino por la inmigración, el estancamiento económico y el desempleo. «Es una pesadilla del fin de la historia», dijo Alexander Adler, comentarista de Le Figaro, el diario francés. «No pienso que Fukuyama pensara que esto conduciría al hundimiento del optimismo histórico».

Hassner añadió a esta idea: «El estado de ánimo no es de satisfacción o aburrimiento sino de amenaza».

«En este sentido», dijo, «no es el fin de la historia sino el inicio de un mundo que uno no comprende. Es esta sensación de dejarnos llevar por un gran viento pero sin saber a dónde vamos».

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