THE NEW YORK TIMES
Las armas más mortales de Africa no son pistolas

THE NEW YORK TIMES <BR>Las armas más mortales de Africa no son pistolas

POR MARC LACEY
BUNIA, Congo.-
Había dos muchachos enfermos, ambos apropiadamente llamados Innocent, en un hospital improvisado aquí. No lo sabían, pero representaban las dos formas diferentes de morir en las guerras de Africa.

El mayor de los dos Innocent, de 14 años de edad, fue víctima del asesino más obvio: la violencia. Tenía heridas de machete en el cuello, sufridas mientras trataba de escapar de los milicianos tribales que asolaron su aldea recientemente. La madre de Innocent fue asesinada. Los hombres con machetes trataron de cortarle la cabeza a Innocent, también, pero por alguna razón nunca terminaron la tarea. El cuello de Innocent tenía una serie de profundas heridas cuando llegó al hospital en brazos de su padre.

Los médicos del hospital, que es dirigido por Médicos sin Fronteras, lo llevaron apresuradamente a cirugía y se las ingeniaron para suturar las heridas. Aún no están seguros de si sobrevivirá.

El Innocent más joven, de apenas 12 años, proviene de otra aldea arrasada por combatientes tribales, aunque hace varios años. Huyó a tiempo para evitar ser herido. Pero desde entonces, este Innocent ha vivido en un campamento, apiñado con otras personas desplazadas. Sin embargo, su supervivencia está en duda. Sus brazos están cubiertos de picaduras de mosquitos y su sangre está llena de parásitos plasmodia. La malaria mata si no es tratada, lo cual ocurre a menudo en zonas de guerra como el este de Congo.

Este Innocent probablemente sobrevivirá por ahora porque logró llegar a un hospital. Pero contraerá la malaria de nuevo, y las guerras que lo rodean continuarán, y quién sabe si tendrá acceso a un médico entonces. Y si no es la malaria lo que lo mate, quizá sea la meningitis o el sarampión o el sida. Esos flagelos ya matan a demasiados africanos, incluso en áreas tranquilas donde se sostiene un frágil orden social. Si se suma la guerra a ese panorama, el número de muertos se eleva desastrosamente.

Esa es la segunda forma de muerte en las guerras de Africa.

Aunque los arrebatos genocidas en Ruanda y los bombardeos aéreos en Sudán han sido horribles, la vasta mayoría de quienes mueren en zonas de guerra africanas no lo hacen directamente a manos de los combatientes. Más bien, es la perturbación que unos miles de hombres armados en milicias heterogéneas pueden crean en la vida de millones de civiles lo que manda a la tumbra a demasiados inocentes.

En los últimos meses, trabajadores de ayuda han empezado a proporcionar un panorama más claro de exactamente por qué mueren tantos africanos cuando estalla un conflicto. Estudios de dos zonas de guerra diferentes, realizados por Médicos por los Derechos Humanos y por el Comité de Rescate Internacional, concluyeron por separado que la culpa principal recae en las condiciones creadas por las guerras en sociedades extremadamente frágiles.

El primer asesino es el éxodo. Personas desesperadamente pobres son apartadas de su existencia de subsistencia para entrar en ambientes incluso más hostiles mientras buscan seguridad, en lo profundo de los bosques en el caso del este del Congo, a través del desierto en Chad para escapar de la violencia que se desarrolla en Darfur. Típicamente, los pocos hospitales que pudieran existir están vacíos, sus suministros son saqueados y los miembros de su personal se ven forzados a huir, junto con todos los demás. Campos que alguna vez alimentaban a familias yacen yermos. El ganado muere. Los familiares y vecinos que dependen unos de otros se separan.

La dependencia y la depresión pueden alcanzar a muchos que encuentran su camino hacia la relativa seguridad de los campamentos, y cuando estas almas desarraigadas regresan a aldeas arrasadas, hay poco tiempo para reponerse del trauma. La vida empieza de nuevo, y ahora su red social de vecinos y trabajadores de salud y gente con la cual comerciar – las fibras delgadas que entretejen las vidas para sobrevivir – pudieran estar rota más allá de toda reparación.

Las cifras de quienes mueren en las guerras de Africa son casi demasaido altas para contemplarlas. Los combates en Congo – una amalgama de insurgencias rebeldes, rivalidades tribales, competencia por los recursos y simple carnicería sin una causa – ham cobrado unos 3.8 millones de vidas desde 1998, lo que le convierte en el conflicto más mortífero desde la Segunda Guerra Mundial, estimó el Comité de Rescate Internacional. Otros dos millones de vidas se han perdido en el sur de Sudán, donde una guerra entre el gobierno y rebeldes llegó a 21 años antes de que se firmara un acuerdo de paz en enero. Y la región de Darfur en Sudán, en el oeste, ha perdido a más de 200,000 vidas adicionales en dos años de pillajes tribales. Los combates en el norte de Uganda, donde rebeldes que declaran combatir por los Diez Mandamientos secuestran para reforzar sus filas y cortan labios y orejas a quienes se atreven a resistirse, han cobrado unas 100,000 vidas.

Reunir datos de salud en zonas de guerra es obviamente una empresa riesgosa. Pero el Comité de Rescate Internacional pudo realizar cuatro sondeos de mortandad en Congo en los últimos cinco años, cada uno un poco más costoso que el anterior. En el más reciente, que cubre de enero de 2003 a abril de 2004, los investigadores sondearon 19,500 hogares dispersos en toda la provincia congoleña (aunque se saltaron algunas partes especialmente inseguras del país). Estimaron que 31,000 personas murieron cada mes por causas conectadas con el conflicto, la mayoría de ellas en el inestable este y la mayoría de ellas por enfermedad. Encontraron una tasa de mortalidad en el este de Congo que fue 80 por ciento más alta que la tasa promedio para el Africa Sub-Sahariana, donde es alta en los buenos tiempos.

La mayoría de las muertes, encontró el sondeo, se debieron a enfermedades que son fácilmente prevenibles y tratables en otras partes del mundo, como la malaria, la diarrea, las infecciones respiratorias y la desnutrición. Menos de 2 por ciento de las muertes fueron causadas por la violencia.

«La vida es una pesadilla para estas personas», dijo Patrick Barbier, jefe de misión en Congo para Médicos sin Fronteras, que ve las mismas estadísticas sustentadas en sus clínicas. «Los milicianos abusan de las muchachas. Los milicianos toman el alimento de las personas. Encima de eso, demandan impuestos semanales. En la mayoría de las áreas hay poco o ningún acceso a atención médica e incluso s hay una clínica, la gente tiene que pagar pero no tiene con qué pagar».

Eso no quiere decir que no haya remedio. En Darfur, agencias de ayuda están presionando para que una comisión de compensación ayude a restablecer parte de lo que han perdido las personas desplazadas. En la mayoría de las zonas de guerra se necesitan desesperadamente más trabajadores de salud familiarizados con las enfermedades. Pero la única forma de detener la pérdida de vidas es poner fin a los combates.

En Kanyabayonga, cerca de la frontera de Congo con Ruanda, toda una localidad de 30,000 personas se vació en diciembre pasado. Soldados, que estaban combatiendo a otros soldados del mismo ejército, saquearon todas las chozas. Vaciaron las farmacias y se llevaron todos los alimentos que pudieron encontrar. Esta es la forma en que subsisten los soldados a quienes rara vez se les paga.

También es la forma en que mueren los civiles. Huyen al bosque y viven en medio de los árboles. En el caso de la población de Kanyabayonga, permanecieron alejados durante semanas. Comieron lo poco que pudieron recolectar. Algunos de los más vulnerables, particularmente los niños y los ancianos, sucumbieron a enfermedades. Ahora están sepultados entre los arbustos. La localidad ha sido rehabitada, pero los desesperadamente pobres son ahora más pobres que antes. La cuestión es si pueden reconstruir sus vidas un poco antes del siguiente ataque.

Más al norte, en las afueras de Bunia, donde los milicianos de la tribu Lendu están asolando aldeas habitadas por Hemas rivales, se desarrolla una escena similar. Los civiles corren para salvar la vida. Los más lentos son asesinados en el lugar. La mayoría logra llegar a un lugar seguro y se arremolina en campamentos. El mes pasado, tropas de pacificación de la ONU estaban protegiendo unos de esos campamentos, a unos 32 kilómetros al norte de Bunia, cuando nueve soldados de Bangladesh fueron asesinados y mutilados por combatientes tribales. Naciones Unidas lanzó un contraataque. Y por los combates los trabajadores de ayuda no pudieron llegar a los campamentos.

Médicos sin Fronteras logró llegar a un campamento en Tche recientemente y encontró que 25 personas murieron durante los ocho días en que ningún suministro de ayuda pudo llegar. En otro campamento, Kakwa, cerca del Lago Alberto, dijeron trabajadores de ayuda, dos o tres personas estaban muriendo cada día en un campamento de 5,000 personas, una tasa de mortalidad peligrosamente alta. Hubo muchos casos de diarrea con deshidratación, que es un asesino importante en lugares sin atención médica adecuada. Una mujer que dio a luz un bebé y luego se desangró durante varios días eventualmente sólo dejó de respirar.

El clima y el paisaje son diferentes en Darfur, el sitio de una continua rebelión, pero la mortalidad es la misma. Como no hay bosques donde esconderse, los musulmanes sudaneses locales huyen de los milicianos vinculados al gobierno encabezado por árabes en Jartum dirigiéndose al duro terreno desértico. Ellos, también, se apiñan en campamentos, donde ellos, también, continúan siendo hostigados. (La población del campamento se estima ahora en cerca de dos millones de personas. Sus muertes, también, ocurren en parte por la violencia y más frecuentemente por lo que genera la violencia.)

Jan Egeland, el máximo funcionario de ayuda de emergencia de la ONU, estimó la semana pasada que 180,000 personas podrían haber muerto en Darfur por enfermedad y desnutrición, lejos de las estimadas 50,000 que podrían haber sido acribilladas, apuñaladas, voladas en pedazos o quemadas. Ahora califica a Darfur como la segunda peor crisis humanitaria en el mundo, después de Congo.

En Darfur, Médicos por los Derechos Humanos ha estudiado la situación de una aldea cerca de la frontera con Chad, un lugar llamado Furawiya que a mediados del 2003 y principios de 2004 fue bastión de un grupo rebelde y el sitio de repetidos ataques por parte de tropas gubernamentales y milicias aliadas. Nadie sabe con seguridad cuántas de las 13,000 personas que alguna vez vivieron en y en los alrededores de Furawiya, y quienes ahora están desplazados en campamentos, sobrevivirán a los combates y eventualmente regresarán a casa. Pero el estudio encontró que las muertes probablemente continuarán durante años.

La aldea y todo en ella que alguna vez mantuvo respirando a la gente ha sido destruido. El ganado, una forma de riqueza en el este de Africa, fue matado, robado o destazado en el lugar. Las cosechas fueron comidas o destruidas. Las chozas fueron quemadas. Los pozos fueron contaminados. Por ahora, la mayoría de la gente está demasiado asustada para regresar. Aun si lo hiciera, sus estructuras sociales habrán desaparecido, los alimentos serán difíciles de encontrar, la atención médica faltará y sus cuerpos carecerán de fuerza.

Quizá ninguna bala los toque, pero serán igualmente víctimas de la guerra.

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