THE NEW YORK TIMES
Oriente Medio, ¿democracia es bala de plata?

THE NEW YORK TIMES <BR>Oriente Medio, ¿democracia es bala de plata?

POR ROGER COHEN
NUEVA YORK.-
En Oriente Medio, un antiguo orden se está debilitando, el de los estados represivos y autoritarios alejados de la modernidad. Un nuevo orden está naciendo, con el impulso de la democracia en países desde Irak hast Egipto, manifestaciones masivas que piden la salida de las tropas sirias de Líbano y un líder palestino aparentemente comprometido con un sistema político abierto. Pero ¿esta corriente democrática creciente, si se consolida, hará a Estados Unidos más seguro?

El Presidente George W. Bush ha argumentado que los ideales de Estados Unidos son ahora sinónimo de sus intereses; la propagación de la libertad hará desaparecer la frustración y la ira de las cuales se alimenta el terrorismo. El argumento es hermoso por su simplicidad. Pero es precisamente en la Europa democrática donde Mohammed Atta, la mente maestra de los ataques del 11 de septiembre, vivió durante una década, y es de Gran Bretaña, escasamente ajena a la libertad, de donde procedía Richard Reid, quien llevaba un explosivo en un zapato en un vuelo de American Airlines de París a Miami. La democracia puede abrir el camino a muchas cosas, incluida la opinión no liberal.

Turquía, antiguo aliado flexible bajo un régimen militar o respaldado por las fuerzas armadas, ha resultado más inmanejable bajo el gobierno de un partido islámico moderado elegido democráticamente, obligando a Estados Unidos a revisar sus planes de invasión de Irak al negar acceso a las tropas estadounidenses. Un Líbano totalmente democrático e independiente presuntamente reflejaría el hecho de que muchos libaneses piensan que Hezbollah, considerada una organización terrorista en Washington pero no en París, es una fuerza en favor del bien, que ayuda a los necesitados y a resistir ante Israel.

Por mucho tiempo, la política de Estados Unidos hacia Oriente Medio fue guiada precisamente por esos temores: la democracia pudiera ser, y probablemente sería, peligrosa. Se pasó por alto el autoritarismo porque mantenía las cosas en orden, acallaba a las calles árabes y servía a los intereses estadounidenses. Pero luego los ataques del 11 de septiembre del 2001 mostraron cuán traicionero podía ser el status quo.

«El enfoque tradicional de Estados Unidos durante el último medio siglo ignoró lo que ocurría dentro de las sociedades mediorientales en tanto cooperaran en cuestiones de energía, seguridad y diplomacia», dijo Richard Haass, presidente del Consejo sobre Relaciones Exteriores. «El presidente ahora ha rechazado eso. La cuestión es: ¿Puede ofrecer una transición ordenada?»

Esa pregunta probablemente no será respondida durante varios años. Pero lo que ya es claro es que una región largo tiempo marcada por la inercia está en cambio constante. Los acontecimientos desde Arabia Saudita hasta Siria sugieren que la invasión de Irak y la elección ahí verdaderamente han tenido un efecto catalítico, abriendo el debate, derrumbando muros. La democracia está tomando arraigo.

Pero el terrorismo sigue siendo un misterio. Nadie sabe exactamente qué lleva a un joven musulmán a hacerse volar en pedazos en nombre de una guerra sagrada contra Occidente. Como ha observado Walter Laqueur, historiador especializado en violencia política: «No puede haber victoria finl en la lucha contra el terrorismo, ya que el terrorismo (en vez de la guerra a gran escala) es la manifestación contemporánea del conflicto, y el conflicto no desaparecerá de la tierra».

En otras palabras, la democracia no es una panacea, pero tampoco lo es ninguna otra cosa. El terrorismo no se desmoronará como el comunismo o el fascismo, derrotado por la contención o la fuerza de las armas o las medidas económicas o las urnas. En realidad, es posible que la mayor proximidad de las ideas y prácticas occidentales sólo redoblara el llamado a la jihad, que ha sido impulsado en parte por el deseo de recrear un califato libre de infieles. Pero también es posible que un sistema más abierto enfriara los llamados apocalípticos en Oriente Medio como lo ha hecho en otras partes.

«Los gobiernos democráticos en Oriente Medio van a ser mucho más difíciles de manejar para Estados Unidos porque habrá una expresión más directa del sentimiento, mucho del mismo hostil», dijo Rashid Khalidi, profesor de estudios mediorientales de la Universidad de Columbia. «Pero al final será más saludable y, sí, la democracia pudiera proporcionar una válvula para dejar salir la frustración que lleva a la gente al jihadismo».

Durante muchos años, el islamismo pareció ser la única válvula de escape. En diversos grados, la revolución iraní, los éxitos jihadistas en Afganistán, y las doctrinas anti-occidentales de hombres como el escritor egipcio ejecutado Sayyid Qutb contribuyeron a esta moda. También lo hizo la hipocresía de Occidente al poner en claro que la democracia no era para países como Egipto o Arabia Saudita o Argelia, donde una elección democrática que pareció a punto de llevar a los islamitas al poder fue sofocada en 1991.

Pero tanto en Occidente como en Oriente Medio, las corrientes que produjeron este rumbo parecen estar menguando. La experiencia argelina fue escasamente edificante; dio inicio a un periodo de conflicto terrible. Turquía quizá sea más difícil de manejar como democracia, pero escasamente ha dejado de ser aliado. El gobierno de Bush ha concluido que la democracia medioriental es preferible, no obstante lo incómoda que pudiera resultar.

Entre los musulmanes, también, las fuerzas que presionan en favor de una reconsideración son importantes. El modelo afgano para una sociedad islámica fundamentalista ha sido demolido. El fervor de la revolución iraní se ha disipado. La invasión de Irak ha llevado al corazón árabe un modelo – aún frágil y amargamente refutado – de sociedad liberal y democrática. La democracia ya no es una abstracción, un juego risible selectivamente entrelazado por las potencias occidentales con intereses más apremiantes que los ideales. Está ahí, en el umbral, o en la pantalla en la sala.

«El discurso está cambiando en el mundo árabe», dijo Patrick Clawson, subdirector del Instituto de Washington para la Política de Oriente Cercano. «Si se desea adoptar una causa radical, el islamismo ya no es la única respuesta. Uno puede unirse a los 500 manifestantes en favor de la democracia rodeados por 3,000 policías en las calles de El Cairo».

Por supuesto, si uno está lo suficientemente enojado, también se puede hacer estallar a muchachos en una discoteca de Tel Aviv, o conducir un coche cargado de explosivos hacia un grupo de reclutas policiacos en Irak, o matar a un juez que se prepara para llevar a cabo los juicios de los secuaces de Saddam Hussein. Hay muchos árabes aún dispuestos a hacer esto en servicio de muchas causas: el fundamentalismo islámico fanático, el nacionalismo anti-imperial, el anti-sionismo o simplemente la defensa de los privilegios amenazados.

El argumento de que la invasión estadounidense de Irak ha impulsado el reclutamiento de Al Qaeda y otros grupos jihadistas, incrementado el odio musulmán hacia Occidente, inyectado una peligrosa inestabilidad en una región turbulenta, y dado a los atacantes suicidas nueva causa para su fanatismo no puede ser ignorado. La campaña a favor de la democracia a través de la fuerza o las armas y la retórica inflexible quizá sólo hayan incrementado el peligro, al menos a corto plazo.

«La barrera del temor está empezando a romperse», dijo Murhaf Jouejati, director de Estudios Mediorientales de la Universidad George Washington. «El Presidente Bush ha sacudido el status quo, sacudido la apatía». Pero añadió: «No pienso que la ideología de Al Qaeda esté desvaneciéndose o debilitándose por el momento. Por el contrario, está reaccionando a la penetración occidental, y en algunas formas beneficiándose de ella. Se tienen dos fuerzas contradictorias; el fundamentalismo islámico no está aún en retirada».

En Bagdad, el epicentro de la lucha ideológica, el escenario que ahora atrae a todas las corrientes globales del fanatismo ant-americano, el choque de las dos fuerzas – modernizadora y reaccionaria – que están tratando de beneficiarse del colapso del antiguo orden medioriental es intenso.

Cuando la electricidad se corta de nuevo, o cuando uno conduce su auto a alta velocidad porque ha sido avistado un pistolero encapuchado, o cuando los disparos destellan en calles vacías habitadas sólo por basura dispera, o cuando ni siquiera los niños lo ven a uno a los ojos, todo el esfuerzo encabezado por Estados Unidos para transformar a un país y una región parece condenado al fracaso.

Pero surgen voces inesperadas del caos. «La gente está empezando a sentir su propia autoridad, a sentir que puede crear cosas para sí mismos, que es el principio de la democracia», dijo Human Hamoudi, prominente chiíta en Irak y líder del Consejo Supremo para la Revolución Islámica.

Ese sentimiento pudiera ser importante: la promesa del paraíso en otra vida seguramente ha resultado convincente para el jihadista suicida en parte porque las sociedades cerradas hicieron parecer fuera del alcance cualquier cambio en esta vida.

Occidente ha intentado la contención de la guerra fría en Oriente Medio, viviendo con el conflicto a escala regional. Ha intentado la callada o en ocasiones flagrante hipocresía que caracterizó a la respuesta a la elección argelina de 1991 o la decisión de permitir que 4,000 príncipes sauditas hicieran lo que quisieran. Lo que no se ha intentado es la proposición que ahora está siendo probada: que Oriente Medio no es alguna extraña excepción, sino que, como Europa y el Continente Americano, encontrará en la democracia una causa en favor de la paz.

«Pienso que Estados Unidos ha hecho girar el impulso en su favor», dijo Paul Berman, autor de «Terror and Liberalism». «La utopía de los jihadistas en Afganistán ha sido derrocada. Hemos dado a las ideas democráticas una oportunidad en Irak, aunque pienso que lo hicimos mal. Nunca fueron los liberales occidentales quienes derrotarían a estos ideólogos. Fueron los liberales del mundo musulmán y árabe, y ellos son más fuertes hoy en día».

Hace un par de meses, estaba yo sentado en una oficina en Gaza con una hermosa vista del Mediterráneo escuchando a uno de esos liberales, un sicólogo palestino, el doctor Eyad Serraj, explicar la cultura del martirio; explicar cómo la verg_enza es transformada en honor a través del autosacrificio y la derrota es conquistada asumiendo «el poder final, el poder de matar», explicar cómo los mártires estaban al nivel de los profetas y por ello no podían ser cuestionados «aunque sus actos son devastadores para nosotros políticamente».

Fue esta cultura la que alentó Yasser Arafat, una cultura de desesperanza, de la víctima, de la victoria sólo en la muerte. Al hacerlo, fue representante de su región. Era un dictador que, como Saddam Hussein, ofrecía sólo una salida: otro mundo. «Arafat era intocable», dijo Serraj. «Pero Mahmoud Abbas es un ser humano como el resto de nosotros. Está trayéndonos de nuevo a la realidad, más allá de la retórica y las consignas. Espero que ahora seamos realistas y pragmáticos».

La democracia, del tipo que Abbas está promoviendo como nuevo presidente de los palestinos, gira en torno del realismo y el pragmatismo. Eso es lo que los iraquíes están descubriendo ahora mientras tratan de formar un gobierno. Su experiencia pudiera ser infecciosa y hacer a Estados Unidos más seguro. Al menos así parece por ahora.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas