THE NEW YORK TIMES
Qué desató la voz del pueblo

THE NEW YORK TIMES <BR>Qué desató la voz del pueblo

POR DEXTER FILKINS
BEIRUT, Líbano.-
En la memoria, las dos escenas están vinculadas por su silencio. La semana pasada en el centro de Beirut, cientos de libaneses desfilaron frente a la tumba de Rafik Hariri, el caído líder nacional, cada uno haciendo una pausa para ofrecer algún tributo no audible. El único sonido que se escuchaba era una oración murmurada por los muertos.

En Bagdad dos meses antes, una cantidad similar de iraquíes habían esperado formados fuera de una preparatoria para emitir sus votos. Proyectiles de mortero estallaban en la distancia, sin embargo difícilmente alguien emitía sonido.

En medio de esas abrumadoras muestras de voluntad popular, parecía que las palabras difícilmente eran necesarias.

Separadas por unas semanas y a pocos cientos de kilómetros de distancia, las manifestaciones populares en Líbano e Irak se prestan a esas comparaciones. Su proximidad sugiere una conexión, posiblemente una de causa y efecto, como las revoluciones que recorrieron Europa Oriental en 1989. Como sucedió en Berlín, Praga y Bucarest, así ocurre en Bagdad, Beirut y El Cairo.

El Presidente George W. Bush lo ha afirmado así, argumentando que el derrocamiento de Saddam Hussein y la celebración de elecciones en Irak desencadenó la idea democrática e hizo tambalear a las tiranías. A la distancia, Líbano parece una ficha de dominó.

De cerca, sin embargo, parece algo mucho más complejo. Para un corresponsal que ha pasado gran parte de los dos últimos años dentro de Irak, llegar a la capital costera de Beirut es una experiencia tonificante y abrupta. Pese a todas las glorias del día de la elección, Irak sigue siendo un lugar sombrío e implacable, donde los traumas de los últimos 30 años están impresos en los permanentes gestos ceñudos de los iraquíes comunes. Líbano, por el contrario, parece el primo soleado de Irak, donde los jóvenes llegan a las manifestaciones usando blazers y gel en el cabello, y las mujeres tacones altos y aros en el ombligo. Cuando la protesta termina, se retiran en sus autos BMW.

¿Cómo pudo Irak haber inspirado esto?

Chibli Mallat, abogado de Beirut y líder opositor, tiene una respuesta. Cree que durante años Irak se mantuvo como un símbolo positivo y maligno a la vez para otros en Oriente Medio. La supervivencia de Saddam Hussein tras la Guerra del Golfo Pérsico de 1991, dijo Mallat, congeló el status quo en la región durante más de una década. Los prolíficos abusos de los derechos humanos cometidos por el dictador iraquí tuvieron el efecto perverso de hacer a todos los demás líderes no elegidos en Oriente Medio parecer moderados en comparación. El resultado, dijo, fue el estancamiento político.

«La supervivencia de Saddam creó una atmósfera en que la gente literalmente asesinaba impunemente», dijo Mallat. «Su remoción se convirtió en una precondición para el cambio en la región». Cuando los estadounidenses finalmente regresaron para derrocar a Saddam hace dos años, y, más importante, cuando millones de iraquíes pusieron en riesgo su vida para emitir sus votos en enero, el país surgió como símbolo del cambio en toda la región.

«Repentinamente, hubo demanda de democracia», dijo Mallat.

La opinión de Mallat, aunque convincente, es minoritaria en Líbano. La mayoría de los libaneses le dirán que Irak no tuvo nada que ver con el levantamiento popular que ahora sacude al país, y no sólo porque se opusieron a la invasión estadounidense de su vecino árabe. A diferencia de Irak, Líbano ha sido una democracia funcional desde 1990, cuando la guerra civil, que mató a 100,000 personas, finalmente llegó a su fin. La prensa de Líbano es vigorosa, y los periódicos y estaciones de televisión son en gran medida libres de criticar al gobierno en árabe, inglés y francés. Aunque Irak sigue necesitando miles de millones de dólares para reparar sus obras públicas deterioradas, Líbano, gracias en no pequeña medida a los esfuerzos de Hariri, se ha reconstruido.

En realidad, no es accidente que el lema principal de la oposición libanesa no es «Democracia» sino «Soberanía, Independencia y Libertad». El objetivo es expulsar a las fuerzas sirias, que han estado en Líbano durante 30 años.

Al menos para un forastero, la diferencia principal entre Irak y Líbano parece no solo ser la inexperiencia de Irak con la democracia, sino su casi espantosa experiencia con el terror. En Irak, el discurso político a menudo parece atrofiado, aunque menos por una falta de práctica que por la persistente sombra de Saddam. En Líbano, con algunas excepciones – como el tema de Siria y su subalterno libanés, el Presidente Emile Lahoud _, la mayoría de los ciudadanos están bien acostumbrados a expresar sus ideas. En las últimas semanas, la mayoría de los tabúes restantes se han desmoronado.

«Queremos la verdad», dijo Naila Shukry, estudiante de biología de la Universidad Arabe en Beirut. «Alguien ha asesinado a nuestro líder, y queremos saber quién es responsable».

La experiencia más extensa con la democracia ha permitido a los libaneses desarrollar un discurso que parece mucho más matizado y sofisticado que el practicado por sus contrapartes en Irak, donde la gente sigue probando los rudimentos del debate. En Irak, las elecciones dieron inicio al proceso democrático; aquí, ya lleva varios años en proceso.

Cuando el jeque Hassan Nasrallah, el líder de la organización militante Hezbollah, se dirigió a un mítin de sus simpatizantes en el centro de Beirut a principios de este mes, se paró frente a una bandera libanesa en vez del estandarte característico del grupo, verde y amarillo con un puño y un rifle Kalashnikov. El cambio, visto en televisión, provocó mucha conversación en las clases políticas de Líbano sobre las intenciones de Nasrallah. Cuaqluiera que haya sido, ese momento político es inconcebible en Irak actualmente.

«Aquí ya tenemos una democracia», dijo Mustafa Salha, un trabajador de 40 años de una fábrica de plásticos que acudió a visitar la tumba de Hariri. «Irak no tuvo nada que ver con esto».

En realidad, el objetivo de quienes salieron a las calles en Líbano no ha sido tanto el inicio de la democracia, sino más bien una democracia mejor de la que ya tienen. La manera de alcanzarla, parecen coincidir muchos libaneses, es expulsar a las fuerzas sirias y al hacerlo poner fin a la abrumadora influencia de ese país aquí. Los libaneses han tolerado esa presencia durante años, aceptando la idea de que los sirios les trajeros estabilidad a cambio de su tolerancia hacia el poder sirio para vetar la mayoría de las decisiones políticas importantes.

Conforme su democracia maduraba, cada vez más libaneses llegaron a considerar la presencia siria como un pacto erróneo. En septiembre pasado, cuando el gobierno sirio maniobró para extender el mandato de Lahoud, el descontento se agudizó.

Incorporemos al gobierno de Estados Unidos. En un eco de la ambivalencia que muchos iraquíes sienten sobre la presencia estadounidense en su país, muchos libaneses se muestran escépticos de las intenciones estadounidenses. No menor entre sus razones está lo que consideran la aceptación de Estados Unidos de la continuación de la presencia militar de Siria aquí en 1990, a cambio de que Siria se uniera a la coalición que entonces se estaba formando para sacar a Saddam de Kuwait. «Los sirios tuvieron un mandato de Estados Unidos» para mantener sus tropas en Líbano, dijo un ex ministro libanés que habló a condición del anonimato.

Para muchos libaneses, lo que hizo posible un cambio significativo en Líbano no fueron las elecciones en Irak, sino los acontecimientos del 11 de septiembre del 2001, que llevaron al gobierno de Bush a reconsiderar su renuencia a desafiar al régimen sirio, así como a otras dictaduras árabes que habían respaldado a grupos terroristas. Cuando los libaneses empezaron a demandar una retirada siria, el gobierno sirio tuvo que desafiar no sólo al pueblo libanés, sino a Estados Unidos también.

Por esa razón, creen muchos libaneses, las demandas de Bush están resultando decisivas para expulsar a los sirios.

«Este entusiasmo por la democracia quizá no se dé de nuevo», dijo Khalil Karam, profesor de relaciones internacionales de la Universidad de San José aquí, hablando de la política exterior estadounidense. «Sin él, no podríamos detener a Siria».

De vuelta en la tumba de Hariri, Salha, el obrero, ofreció su propia invitación de mala gana, aunque sólo para asegurarse de que su patria finalmente se libere del dominio sirio.

«No estamos contra Bush», dijo Salha. «Si él quiere que seamos libres y tengamos seguridad, eso es grandioso. Dejémoslo».

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