The New York times
Temas raciales son considerados
“espinosos” por políticos   de EEUU

<P><STRONG>The New York times<BR></STRONG>Temas raciales son considerados<BR>“espinosos” por políticos   de EEUU</P>

Los estadounidenses y sus líderes políticos han sido tímidos para hablar del tema de la raza.

Nos acordamos de eso la semana pasada cuando el senador Barack Obama, puntero para la nominación presidencial demócrata, dio el casi inimaginable paso de presentarse ante un público nacional, en una precaria coyuntura de una reñida campaña, para hablar explícitamente de lo que significa la raza para negros y blancos.

Habló de la ira negra y del resentimiento blanco y de la importancia de la raza en la historia estadounidense; su propósito era político, pero él habló con seriedad, con gravedad y en detalle.

Está por verse si este discurso lo ayuda o lo perjudica. Pero el momento fue muy diferente a cualquier otro, en los más de 40 años transcurridos desde que el triunfo de la lucha por los derechos civiles desgarró las alineaciones partidarias del pasado y compactó la discusión explícita de la raza por parte de los presidentes y de los candidatos de los partidos grandes al dirigirse al pueblo estadounidense.

La dinámica había sido diferente, cuando los afromaericanos habían empezado a votar tanto por los demócratas como por los republicanos, y los candidatos presidenciales de ambos partidos competían por su voto.

En 1948, Harry Truman, para cortejar el voto de los indecisos en una elección reñida, fue el primer candidato presidencial de un partido importante que hizo campaña en Harlem (y cuando ganó la nominación demócrata ordenó poner fin a la segregación en las fuerzas armadas).

A principios de los años sesenta, las encuestas de opinión señalaban que la mayoría de los estadounidenses consideraban que los derechos civiles eran el principal problema al que se enfrentaba el país.

Y el presidente Lyndon B. Johnson, en uno de varios memorables discursos sobre la raza, en 1965, pronunciado ante una sesión conjunta del congreso después de la marcha por el derecho al voto en el «domingo sangriento», que partió de Selma, Alabama, dijo que «su causa también debe ser nuestra causa.

Pues no son sólo los negros, sino en realidad todos nosotros, los que debemos superar el agobiante legado de intolerancia e injusticia. Y venceremos».

Empero, fue también Johnson el que previó el final de los veinte años de «conversación sobre la raza» en los años cincuenta y sesenta, como lo llamó la semana pasada Glenda Gilmore, historiadora de Yale y autora de «Dixie desafiado: Las raíces radicales de los derechos civiles, 1919-1950».

Después de firmar la ley de derechos civiles, en julio de 1964, se dice que Johnson señaló que le acababa de entregar el sur a los republicanos por lo menos durante una generación.

Los republicanos aprovecharon la oportunidad de arrancar los estados demócratas. Estudiaron las campañas de George Wallace, ex gobernador de Alabama que en 1968 se presentó como candidato presidencial independiente, para ver cómo apeló a los blancos. Así elaboraron la «estrategia del sur» que ayudó a Richard M. Nixon y después a Ronald Reagan.

Ya que los negros votaban abrumadoramente por los demócratas, y su partido luchaba para conservar a los votantes blancos de clase trabajadora en el norte, había pocos incentivos para que los candidatos presidenciales de cualquier partido abordaran en forma seria el tema de la raza.

Los políticos no fueron los únicos que abandonaron el tema. Los disturbios de Watts estallaron días después de que se firmara la ley de derechos electorales de 1965; la guerra de Vietnam fue reemplazando a los derechos civiles en la atención pública.

 «La guerra acabó con nuestra moral», afirmó Richard N. Goodwin, autor de los discursos sobre la raza que pronunció Johnson en 1965. «Ya no existía la energía moral que se necesitaba.»

Los blancos de clase media que habían apoyado los derechos civiles en el sur segregacionista se retractaron cuando la lucha avanzó hacia el norte. Decidieron que era hora de actuar. Esa decisión coincidió con el auge de algunas de las cuestiones más espinosas de los derechos civiles: pobreza, justicia económica, identidad negra, el movimiento del Black Power, explica Gilmore.

A fines de los años sesenta y principios de los setenta, los blancos estaban alarmados por la violencia urbana; tenían quejas por la integración de los distritos escolares, la acción afirmativa y otros programas sociales.

Hablar de raza se volvió cada vez más delicado. En 1965, cuando se filtró a la prensa la noticia de un reporte interno del gobierno sobre las condiciones de la familia negra, redactado por Daniel Patrick Moynihan para el discurso sobre la raza que Johnson pronunció en la Universidad Howard, en el que se usaba la palabra «patología», se desató una ola de protestas que saboteó una conferencia que estaba planeada sobre las futuras políticas del gobierno para ayudar a los negros.

 Moynihan fue acusado de ser racista, aunque no por los líderes negros como Roy Wilkins y el reverendo Dr. Martin Luther King Jr.

La raza no desapareció por completo de las campañas presidenciales; sólo quedó encubierta. Quedó enterrada bajo frases en clave como «crimen en las calles», «derechos de los estados» y «madres que viven de la beneficencia».

Michael Klarman, profesor de la Escuela de Derecho de la Universidad de Virginia especializado en la historia constitucional de la raza, dice: «Nixon habla de ‘ley y orden’, que es el término en clave de disturbios raciales urbanos y aumento del índice de delincuencia.

Habla de nombrar a conservadores estrictos en la suprema corte, que es el término en clave de jueces que no insistirán en la integración racial obligatoria en las escuelas. Y habla explícitamente de que nos convendría tener el ‘control local de las escuelas’. Sin usar explícitamente el lenguaje de la raza, él está diciendo que los blancos no deben ir a la escuela con negros.»

En 1980, Ronald Reagan, al estar en campaña con una plataforma que consideraba los «derechos de los estados», inició su campaña para las elecciones generales en Philadelphia, Missouri, decisión que fue criticada porque ahí fueron asesinados tres activistas por los derechos civiles en 1964.

Los presidentes demócratas Jimmy Carter y Bill Clinton abordaron el tema de la raza en diversas formas, pero nunca se acercaron a los fuertes términos ofrecidos por Barack Obama la semana pasada, dicen los historiadores.

 En junio de 1997, Clinton propuso una «conversación nacional» de un año sobre la raza y designó a una junta asesora con muchas facultades para celebrar reuniones municipales y reportar sus hallazgos. La empresa estuvo plagada por falta de organización e interferencias  de funcionarios de la Casa Blanca temerosos de los  riesgos políticos.

Los críticos de la acción afirmativa, como Abigail Thernstrom, que, junto con su esposo Stephan escribió «Estados Unidos en blanco y negro: una nación indivisible», se quejaron de haber sido excluidos de la conversación. «Si quieren tener una comisión seria, se necesita tener variedad de voces», dijo ella en ese tiempo.

El reporte de la comisión fue recibido con decepción. John Hope Franklin, historiador de la Universidad Duke que fuera presidente de la junta, aseguró la semana pasada que ese esfuerzo fue «derribado» por buena parte del país. «No es un tema fácil para los negros ni para los blancos», comentó por su parte Ira Berlin, historiador de la Universidad de Maryland que escribe sobre la esclavitud.

«Como indicó Obama, hay muchas heridas legítimas en ambos lados. Es muy fácil que la gente diga cosas equivocadas. En parte porque no hablamos mucho y, como no hablamos mucho, no se entiende el lenguaje. La gente no sabe dónde están enterradas las minas.

En ocasiones se equivoca al usar las palabras, o es condescendiente, o parece ser condescendiente cuando trata de ser honesta. Es fácil que la gente se dé por ofendida cuando se usa mal el lenguaje, particularmente cuando tiene adentro mucha cólera y está buscando a quién golpear con un garrote. En esas circunstancias es mejor no decir nada.»

Obama difícilmente estaba buscando una apertura. Se vio obligado. Desde hace más de un año ha llevado su campaña de tal manera que parece trascender la raza. Hijo de madre blanca y padre negro, con estudios en escuelas de élite, él hizo énfasis en lo que llama «los temas universales que les preocupan a todos los estadounidenses». Había logrado evitar ser encasillado como un político negro.   

Pero finalmente se enfrentó abiertamente con el tema de la raza en el discurso pronunciado en Filadelfia, en respuesta a la creciente controversia sobre los fragmentos grabados de retórica antiblanca y anti-estadounidense del reverendo Jeremiah A. Wright Jr., su consejero espiritual por mucho tiempo y quien fuera su pastor.

El enfoque de Obama fue histórico, personal y finalmente político. Rastreó la separación racial hasta la convención constitucional, a la que el tema de la esclavitud llevó a un punto muerto, «hasta que los padres fundadores optaron por permitir que el tráfico de esclavos continuara por lo menos veinte años más».

 Aseguró que la respuesta a la esclavitud reside en la promesa constitucional de libertad, justicia y de una unión que se perfeccionaría con el tiempo. Agregó que tenía la esperanza de que   continuara el avance de otros hacia una sociedad más justa.    Pero no sería posible resolver los problemas sin saber que «aunque tengamos historias diferentes, todos tenemos esperanzas en común».

El contó su historia como hijo de un hombre negro de Kenia y una mujer blanca de Kansas. Les pidió a los estadounidenses blancos que trataran de entender la humillación, las dudas y los miedos con que crecieron y que aún recuerdan Richard Wright y los miembros de su generación, que maduraron en los años cincuenta y sesenta.

Y a los  negros les pidió que entendieran las experiencias que han alimentado los resentimientos por lo que los blancos consideran que sufren daños injustos: la integración racial en las escuelas, la acción afirmativa, el crimen.

Esos resentimientos «contribuyeron a moldear el paisaje político por lo menos de toda una generación», aseguró. Junto con la cólera negra, han desviado la atención de «los verdaderos culpables de los aprietos de la clase media: “una cultura empresarial de ambición, el poder de los intereses creados, políticas económicas que favorecen a los pocos.

Las claves

Ira Berlin

El tema racial no es un tema fácil para los negros ni para los blancos».

Barack Obama

Hay muchas heridas legítimas en ambos lados. Es muy fácil que la gente diga cosas equivocadas. En parte porque no hablamos”.

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