La vida te lleva a registrar recuerdos que luego se convierten en la esencia del futuro motor de la esperanza por –precisamente- una mejor vida… “¡Píndaro! –grita Herminio- ¿Nunca te enteraste de las historias de mis tías Trina y Mey, y mis experiencias junto a ellas?”… “Nooooo… -exclama Píndaro- Y de cuándo estamos hablando?”… “Ufff… son historias que vienen desde mi niñez y que cada día me hacen crecer en cariño hacia los demás por sus ejemplos de entereza, dignidad y decoro-responde Herminio-“…
“Era por allá a finales de los años cincuenta… Santiago era mi refugio y su gente era mi gente –murmura Herminio-… Las calles no pasaban de ser un puñado de ellas, con tres parques principales y algunas contadas iglesias… Las tiendas de telas era famosas por la calidad que ofertaban y por la variedad de diseños a costureras y sastres de la época… Entre la calle El Sol y la 30 de Marzo se concentraba el paquete de puntos de ventas…. Muy cercano a la parte alta de la calle José Trujillo Valdez –luego Restauración-, vivíamos mis hermanas y yo junto a dos tías que fueron –junto a mi madre- las responsables de fijar las bases para que hoy seamos quienes somos: Tía Trina y Tía Mey”.
“¿Y por qué te recuerdas de ellas ahora?” –pregunta Pindaro-… “Es que la vida trae a tu mente las cosas buenas si lo permites… Una de ellas –Tía Trina- era dedicada a las obras de bien social y la otra –Tía Mey- un poco sorda y en su silla de ruedas tenía en las venas el espíritu del control sobre los demás y lo manejaba a la perfección…”.
“Ambas se sentaban en la galería de la casa y pasaban horas muertas dándoles vidas contando los pocos vehículos que para esa época transitaban frente a la casa… Al final de ese ejercicio, nos turnábamos para llevarlas a un cuarto interior… A una llevándola del brazo y a otra asistiéndola en su movilidad de la silla de ruedas… En una ocasión, mientras pasábamos frente al radio Phillips en el pasillo de la sala, yo me retrasé unos minutos y me olvidé que una de ellas había hecho lo mismo para observarme… Encontré la oportunidad de descubrir de dónde venía el sonido desde dentro del radio -¡aventuras de muchachos!- y creyendo que no me veían tomé un lápiz de la mesita, lo puse frente a la tela que tapaba la bocina y cuidadosamente procedí a hacerlo unos hoyitos que me permitieran ver de dónde salía el sonido… Tan pronto hice los dos primeros hoyos y me incliné a tratar de hacer mi descubrimiento, un chancletazo surcó por los aires y fue a parar a mi cabeza –en ese tiempo con pelo-…”.
“Jajajajajajaja –ríe Píndaro- ¿Y cómo se llevaban ellas? –pregunta-“…. “¡Hacían un equipo envidiable!… Las sentábamos una al lado de la otra… Tía Trina cosía unas medias que eran usadas en el tradicional dispositivo de madera para colar café y que regalaban para las novias próximo a casarse… Tía Mey leía ‘La Información’ en detalles y comentaba en voz alta las últimas noticias… Una tarde me llamaron para que ayudara a cargar a la tía Mey desde su silla de ruedas hasta una silla que tenía frente a un gran espejo ovalado, donde ella se peinaba y empolvaba y, al momento de completar mi esfuerzo, la cara de ella se quedó frizada al mirarme al pecho… Vestía yo una camiseta impresa con una promoción de uno de nuestros productos cigarrilleros y al parecer su diseño le impactó y exclamó: ‘¡Premier, sabor a pueblo!’… Del susto y ante sus palabras, mis brazos se abrieron y ella cayó al suelo entre las dos sillas… Con lo turbado que estaba –tenía sólo 9 años- todos los demás en la casa corrieron en ayuda y de ahí no pasó…”.
“¿Y de Tía Trina, cuál es tu mayor recuerdo?” –cuestiona Píndaro-… “Era un ser muy especial… Dedicaba su vida a colectar donaciones para el Hospicio San Vicente de Paúl, haciendo uso de unas tarjetas impresas en las cuales iba asentando las donaciones de cinco, diez, cincuenta centavos y hasta de un peso… Dos días a la semana caminaba e iba casa por casa a quienes estaban previamente anotados en cada tarjeta y al final de la semana remitía esos fondos al comité de recaudación de la institución…. De manera paralela, recibía en donación los saquitos de azúcar –antes venía empacada en tela-, los lavaba y los teñía de rosado y, con ellos, cocía y confeccionaba panties para un hogar de niñas huérfanas que siempre lo necesitaba…”.
“Pero me dicen que tía Mey tenía grandes problemas para la escucha… ¿Cómo se hacía ella para entender desde su silla de ruedas lo que le decían?” –pregunta Píndaro-… “En una ocasión –narra Herminio mientras sonríe con cariño- estuvo a casa, como era su costumbre, nuestro primo Fernando Arturo –a quien le llamábamos Pimpino- y siempre sacaba su tiempo para conversar con ellas… Justo al ir a despedirse de la tía Mey, ella le cuestionaba: ‘¿Y tú como te llamas?’… Y él le decía ‘¡Pimpino!’… Luego de las últimas 6 visitas, muy niño al fin y colmado en su paciencia, ella le hace la misma pregunta y él se le acerca al oído, y cariñosamente le habla en voz alta diciéndole: ‘Pímpino… ¡Y, apúntalo!’…”.
“¡Hoy, las calles de Santiago sienten todavía los pasos de tía Trina y tía Mey, mientras nosotros seguimos sus ejemplos!”.