Tibios asomos de espanto moral

Tibios asomos de espanto moral

Muchas veces he escuchado que una de las más grandes fallas del carácter dominicano es la tibieza con la que colectivamente enfrentamos diversas situaciones que requieren de vigor y empuje. Esa falta de entusiasmo hace que la acomodación prevalezca sobre la rigidez de la ley. Ni siquiera cuando algún derecho propio es vulnerado se protesta con mucha fuerza y mucho menos cuando el abuso no nos afecta.

Esta meditación es a propósito de los crecientes reclamos que diversos sectores de la sociedad hacen al gobierno para que agilice e imprima calor a los procesos judiciales de cuestiones gordas, algunos en curso y otros pendientes de iniciarse, particularmente referentes a narcotráfico y denuncias de corrupción. Debería avergonzarnos, a los dominicanos, que desde organismos internacionales, como las entidades financieras de cuya aprobación ha dependido en gran medida que pueda rescatarse el crecimiento de la economía dominicana, el país recibiera sugerencias o presiones más firmes y constantes, en apoyo a ciertos procesos judiciales (como los casos de quiebras bancarias) que de sectores nacionales directamente afectados por esas quiebras. Digo que debería avergonzarnos que la indignación moral colectiva sea aparentemente tibia y mojigata, porque para que el Gobierno acometa la difícil tarea de procurar auténtica justicia, en los casos gordos, necesitará de un apoyo político y social tan amplio como nunca antes ha existido en la República Dominicana. Ese apoyo será indispensable, porque para enjuiciar a los pejes grandes del narcotráfico o a los más notorios denunciados como corruptos, que los hay en los principales partidos, necesariamente habrá que llevar a los tribunales a ciertas autoridades actuales y pasadas.

Y ahí, como se dice en vernáculo, la puerca tuerce el rabo. Porque lo que debería ser un firme reclamo del PRD es poco más que un susurro en boca de sus principales dirigentes, como si no quisiera revoltear un avispero. El país sólo puede progresar si termina el reinado de las impunidades. Pero esa impunidad no puede ni debe aplicarse selectivamente a nuestros bandidos preferidos, condenando a unos y exculpando a otros. Para que algo tan tremendo como tratar de que impere la ley, pueda efectivamente ocurrir, es necesario que mucha gente, dentro de los tres principales partidos, piense más en sus hijos y qué clase de país quieren para ellos, que en los compromisos pasajeros de la mala política.

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