Las entidades públicas y privadas cuentan con órgano institucionalizado por nuestra Carta Magna para auditar el uso dado a los recursos del presupuesto general del Estado, a decir, la Cámara de Cuentas. Sin embargo, en lo personal no tenemos un ente externo con competencias para fiscalizar nuestras cuentas individuales y el uso que damos a los ingresos percibidos, sean éstos abundantes o exiguos.
Llegar al final de un año representa una oportunidad para auditarnos de manera integral. Esta auditoría personal debe surgir voluntariamente de mentes y corazones firmemente decidíos a ser superiores en todo el sentido de la palabra.
Propicia es la temporada para evaluar el cumplimiento de nuestras metas para el período de doce meses que termina. Revisar nuestros objetivos de crecimiento personal, entre esos puntos, analizar en qué medida hemos sido mejores padres, esposos, hijos, amigos, vecinos, ciudadanos, etc.
Del mismo modo, realizar una profunda evaluación de nuestro rol como mayordomo o administrador de los bienes materiales que el supremo Creador nos ha permitido obtener. Revisar en qué hemos puesto nuestro dinero durante este año que termina. Ese análisis debe ser cruelmente sincero, pues sólo así desnudaremos las razones que nos impidieron alcanzar nuestros propósitos y replantearlos para el venidero período.
Luego del proceso evaluativo y de cruda fiscalización personal, es inteligente cerrar el año con una planificación realista donde contemplemos nuestras metas para los próximos doce meses.
Establecer propósitos claros, objetivos y alcanzables, que respondan a criterios de desarrollo holístico que nos permitan, al finalizar el entrante año, rendir cuentas satisfactorias de nuestro pleno desempeño y mostrar así las mejoras hechas a las debilidades exhibidas anteriormente.
Tomar tiempo para auditar nuestro desempeño personal durante año que termina y a la vez planificar el entrante, nos permitirá navegar con carta de ruta que nos conduzca a puerto seguro.