FIDELIO DESPRADEL
El domingo próximo se cumple un nuevo aniversario del derrocamiento del gobierno del profesor Bosch. Desde la misma madrugada septembrina, en 1963, el coronel Fernández Domínguez y los militares que compartían sus ideales y prácticas comprometieron esfuerzos y la propia vida para reponer la constitucionalidad y la Constitución de 1963. Y dos meses después, Manolo Tavárez, a la cabeza del 14 de junio, un 28 de noviembre de 1963, con gran acierto político, levantaron la bandera de la Constitución de 1963, determinados a comprometer sus propias vidas en el intento por derrocar el gobierno de facto, acciones estas (la de los militares constitucionalistas y la de Manolo y el 14 de junio), que condujeron al acontecimiento político y militar más trascendente desde la guerra restauradora, como fue la revolución de abril de 1965.
Lo demás es historia sabida: intervención militar norteamericana; freno de la revolución democrática triunfante (24-28 de abril 1965); imposición de la contrarrevolución bajo la tutela norteamericana y del más brillante de los políticos de derecha del país; recomposición y renovación del desquebrajado y derrotado bloque de poder; y un largo trajinar de cuatro décadas, donde las élites sociales y políticas que han dominado la vida del país, han podido construir, ignorando las luchas y demandas sociales, la sociedad que está inscrita en su horizonte moral, político y cultural.
¿Y qué tipo de sociedad nos han impuesto esas élites? Siendo nuestro país el de más crecimiento promedio del PBI de todo el continente en los últimos 50 años, nos han construido la sociedad más desigual y de menos desarrollo humano de toda América, a excepción de Haití; una sociedad donde la descomposición social y moral de las cúpulas ha arropado el tejido social, produciendo los más desgarrantes episodios de insolidaridad, complicidad y descomposición moral que pueda sufrir sociedad alguna; donde los sueños innatos a la juventud y a los espíritus más elevados han sido secuestrados por unas élites sociales, económicas, políticas y eclesiales, en una danza macabra hacía la disolución como nación y como conglomerado social.
Una sociedad que no recibe, desde estas élites sociales, económicas, políticas y eclesiales ni un solo ejemplo digno de ser emulado por los ciudadanos y ciudadanas de la nación. Donde se premia la adulonería, la complicidad, la corrupción, el uso antojadizo del presupuesto nacional para llenar los bolsillos y las cuentas bancarias de los gobernantes, de sus familiares y de todos los detentadores del poder.
¡Esa es la sociedad que nos han impuesto los continuadores y herederos de los golpistas de 1963, y de aquellos que se confabularon con el poder extranjero para torcer, para mal, el rumbo que el país se había dado en aquellos días gloriosos del 24, 25, 26, 27 y 28 de abril de 1965!
¿Quién, con tan sólo una pequeña dosis de honestidad y patriotismo, puede justificar, aunque sea una sola de las grandes acciones de las élites del país? ¡Ni una sola acción enaltecedora pueden mostrar quienes dirigen el país, desde el gobierno, desde la oposición o desde las cúpulas sociales, económicas y eclesiales que deciden los destinos de los dominicanos y dominicanas!
Entonces: para transformar esta sociedad, que marcha hoy hacía el precipicio, hay que romper en forma radical con todo lo que representan las élites sociales, económicas, políticas y eclesiales: Con sus mitos, la falsa moral y los paradigmas por ellos encarnados.
No conciliar con ninguna acción que contravenga los valores y arquetipos de los cuales tienen que asirse la juventud y la parte sana de la sociedad, para poder cambiar, de raíz, el país que nos han impuesto. ¡No conciliar! No me canso de repetirlo: Y es que no es suficiente mantener una apariencia de honestidad si no somos capaces de separarnos, pública y radicalmente, de toda la podredumbre que la sociedad de las élites, en sus distintos poderes y estamentos, expone todos los días y a toda hora.
¿Qué harían Minerva, Manolo y su generación ante el horror de la sociedad que estas élites han construido sobre su sangre y sacrificio? ¿Qué haría el coronel Fernández Domínguez, Caamaño y su generación de militares patriotas? Y el grueso de la Raza Inmortal, que tuvieron un sueño y dieron su vida por ese sueño. ¿Qué harían ante esta situación? ¿Acaso se contentarían con ser, cada uno de ellos, honestos? ¿Pero qué honestidad es esa, que calla la boca cuando toda la carga de explotación y deshonestidad le pasa por delante, ostentando su poder y su impunidad?
O sea: toda la tragedia de hoy, empezó aquel 25 de septiembre de 1963 y aquel 28 de abril de 1965, con la intervención militar y la imposición, en junio de 1966, del gobierno de la contrarrevolución. Y la evolución de aquellos acontecimientos ha conducido a la sociedad de hoy, que se cae a pedazos y que chorrea pus por todos los poros, amenazando con la disolución de la Nación.
La situación actual no admite retrasos ni distracciones. Debemos actuar ahora, con el sentido de urgencia que nos impone la situación. Y actuar con el nivel de radicalidad y de intransigencia que la situación exige.