Tiempo de Epifanía

Tiempo de Epifanía

POR LEONOR ASILIS
El pasado 6 de enero celebramos el Día de los Reyes Magos, de la Epifanía.
Este término griego que se traduce por manifestación encierra un gran significado porque quien se manifiesta es el Salvador, el Rey de Reyes. Volvamos a los Reyes de Oriente. Ellos no eran judíos, representan a los gentiles.

La Palabra dice que fueron guiados por el fulgor de una estrella que les indicaba el camino del gran acontecimiento de la humanidad, el nacimiento del Emmanuelle.

Fueron santos porque cuando le vieron, le reconocieron, se postraron ante El y le adoraron. Detengámonos en sus regalos. El motivo por que los magos le ofrecieron oro e incienso, era como señal de honor y adoración, respectivamente. Sin embargo también le entregaron mirra, en cuanto que había de ser sepultado.

Otro detalle a ser observado por nosotros es el cambio de ruta que hicieron los Reyes, una vez vieron, conocieron y adoraron a Jesús. Esto nos quiere decir que el cambio de ruta es el cambio de vida. Y es que también para nosotros se nos proclama la gloria de Dios. También a nosotros se nos manifiesta. Nos compete a nosotros decidir si le seguimos, le reconocemos, nos postramos y lo adoramos.

¡Tengamos una fe como la de los Reyes Magos! A continuación, una bella reflexión sobre ellos por San Josemaría Escriva de Balaguer, esperando que sigamos su ejemplo.

«…Como los Reyes Magos, hemos descubierto una estrella, luz y rumbo, en el cielo del alma.

Hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarle. Es nuestra misma experiencia. También nosotros advertimos que, poco a poco, en el alma se encendía un nuevo resplandor: el deseo de ser plenamente cristianos; si me permitís la expresión, la ansiedad de tomarnos a Dios en serio. Si cada uno de vosotros se pusiera ahora a contar en voz alta el proceso íntimo de su vocación sobrenatural, los demás juzgaríamos que todo aquello era divino.

Agradezcamos a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo y a Santa María, por la que nos vienen todas las bendiciones del cielo, este don que, junto con el de la fe, es el más grande que el Señor puede conceder a una criatura: el afán bien determinado de llegar a la plenitud de la caridad, con el convencimiento de que también es necesaria y no sólo posible la santidad en medio de las tareas profesionales, sociales…

Considerad con qué finura nos invita el Señor. Se expresa con palabras humanas, como un enamorado: Yo te he llamado por tu nombre… Tú eres mío.

Dios, que es la hermosura, la grandeza, la sabiduría, nos anuncia que Somos suyos, que hemos sido escogidos como término de su amor infinito. Hace falta una recia vida de fe para nos desvirtuar esta maravilla, que la Providencia divina pone en nuestras manos. Fe como la de los Reyes Magos: la convicción de que ni el desierto, ni las tempestades, ni la tranquilidad de los oasis nos impedirán llegar a la meta del Belén eterno: la vida definitiva con Dios». (San Josemaría Escriva de Balaguer).

Leonor.asilis@verizon.net.do

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