Por Leonor Asilis
Se acerca la gran fiesta de navidad, y por tanto, estamos en tiempo de espera, de Adviento. Mientras llega el Enmanuelle, nos acercamos a Ella, quien mejor nos puede preparar a su encuentro. Ella siempre será nuestro modelo, y de entre todas las advocaciones, la nuestra, La Virgen de la Altagracia.
Y precisamente es este año en que nuestro pueblo dominicano celebra su jubileo para celebrar el centenario de su coronación como nuestra Protectora.
Desde el momento que se abrió la Puerta Santa, no solo el Santuario dedicado a Ella en nuestra ciudad colonial se constituyó en lugar de peregrinación durante todo el año, donde los peregrinos al visitarlo y, entrar en la puerta santa una vez recibido el sacramento de la reconciliación, pidiendo por el Papa Francisco y comulgando en una Eucaristía en dicho templo o cualquiera de los señalados por nuestros obispos (esta celebración es nacional e incluso más allá de nuestras fronteras) y así recibir el gran regalo recibir la gracia del perdón e indulgencia según sea la disposición, parcial o plenaria.
Quiero detenerme en dedicar un párrafo al sacramento de la penitencia, fuente de nuestra renovación interior, fuente plena de nuestra felicidad y del cual muchas veces nos hemos alejado, y en este tiempo tan difícil de la pandemia del cual gracias a Dios y con los debidos protocolos nuestros sacerdotes han retomado en estar disponibles a los fieles.
Recordemos que gracias a este sacramento, a través del cual sentimos su perdón, el Señor nos limpia y robustece nuestra vida interior, santificándola y estimulando a nuestra voluntad para seguirle. Quiero señalar el gran error de muchos que por desconocimiento lo desprecian, alegando algo parecido a esto: “Yo no confieso mis pecados a ningún hombre igual a mí y que puede ser igual o peor que yo.”
Quienes así piensan, ignoran para su desgracia que quien perdona y actúa realmente en este sacramento es Jesucristo a través de ese sacerdote. No importa si dicho sacerdote sea santo o no, lo que importa es que por fe y por la investidura de su sacerdocio sabemos que es Jesús quien nos libera y ayuda con nuestras faltas.
Quien les escribe, les confiesa que una vez no entendía este misterio, pero pedí luz en este aspecto y el Señor a través de un cursillo de cristiandad me afianzó en este conocimiento, y también interesada en el tema busqué un libro que les doy su nombre a continuación por si se animan: “La confesión frecuente”, de Benedikt Baur donde encontré esta bella frase: “La confesión frecuente no mira solo hacia atrás, hacia lo que ha sido, hacia las faltas cometidas en el pasado; también mira hacia delante, hacia el porvenir.»
Ahora, hablemos un poco sobre Ella, María de la Altagracia:
Es una de las advocaciones que protege a nuestro país, República Dominicana, bajo su divino manto. No fue casualidad que nuestro Padre de la Patria, Juan Pablo Duarte, fuese en su vida terrenal devoto de Ella, tanto así que llevaba sobre su pecho una medalla con su rostro en su honor.
Es mi intención expresa dedicar estas líneas a señalar la gran filiación de nuestro pueblo con su Madre.
Son múltiples los favores y manifestaciones visibles de agradecimiento de tantos devotos de la Virgen de la Altagracia en los distintos templos a Ella dedicados, por supuesto, el más grande en nuestra tierra, en Higuey, en la provincia que por Ella lleva su nombre.
De hecho, se construyó dentro del recinto de la Basílica, a su lado, un museo de arte donde a través de lienzos de arte un pintor de varios siglos atrás recogía testimonios de favores realizados por Dios a través de la intercesión de la Madre.
Asimismo, otra sala con abundancia de dones de innumerables fieles con cartas testimoniales de los milagros. Es obvio que la gran mayoría de dichos testimonios no están registrados en dicha sala, sino que están esparcidos en tantos corazones que laten de agradecimiento y amor ante una Madre tan amorosa y solidaria.
Nuestra advocación ha conquistado el corazón de los dominicanos por tantos favores concedidos, por su intercesión en nuestra historia, y que cada día otorga a quienes acuden a su maternal protección.
A Ella, le confiamos con renovada fe su poderosa intercesión por nuestra nación.
La imagen de Nuestra Señora de Altagracia tuvo el privilegio especial de haber sido coronada dos veces; el 15 de agosto de 1922, en el pontificado de Pío Xl y por el Papa Juan Pablo II, quien durante su visita a Santo Domingo, el 25 de enero de 1979, coronó personalmente a la imagen con una diadema de plata sobredorada, regalo personal suyo a la virgen, primera evangelizadora de las Américas.
Hoy más que nunca se hace urgente que imitemos a la Virgen María, madre de Dios y madre nuestra. Ella, quien estuvo en medio de grandes pruebas supo sobrepasarlas gracias a su fe y fidelidad. República Dominicana, un país cuya fe es fuerte y está plasmada en nuestro escudo que reza Dios, Patria y Libertad y que ha sido fiel desde sus inicios en el respeto a la vida y a la familia como Dios la ha concebido, está siendo fuertemente atacada para tratar de resquebrajar sus cimientos, pero seguimos confiando en su intercesión.