Parece superado el tiempo de sequía. ¡Aleluya! La más larga, terrible y angustiosa sufrida desde hace tiempo. Nubes color de miel asoman en el azul cielo, aires frescos y aguaceros dispersos se dejan sentir, caras sonrientes se saludan y recorren calles, avenidas, barrios y lugares sedientos anunciando un nuevo despertar. Ya era hora. El daño causado ha sido terrible. Todavía no se ha cuantificado pero es cuantioso. Meteorología vaticina que habrá lluvias y tronadas. ¡Bienvenidas sean! Preocupado, a mi mente acude un cuento no menos oportuno que doliente de Juan Bosch: Dos pesos de agua, escrito en el exilio.
Magistralmente nos narra la desesperación y la angustia de un desolado pueblito de gente sana, trabajadora, campesina, que a duras penas sobrevivía, Sufre tremenda sequía, meses y meses de sol ardiente y calor. Sin una gota de lluvia que lo acaricie, muere lentamente. Sus pobladores, carentes de todo, huyen de la fatalidad, no pudiendo soportar más miseria. Solo la vieja Remigia, de espíritu espartano, creyente porque la fe mueve montaña, se queda; queda sola con su nietecito a cuesta. Ve marchar a sus amigos que despide entregándoles unas pocas monedas de sus escasos ahorros y la encomienda de encender una vela y elevar una plegaria a las ánimas del purgatorio, guardianas de las aguas, para que se apiaden y terminen la sequía. Remigia ha visto perderse su siembra de maíz y frijoles, sus gallinas, sus cerdos enflaquecidos, los arroyos secos y su nietecito prendido en fiebre, pero su fe perdura. Ve caer las primeras lluvias. ¡Llueve!
Una de esas ánimas, que no dejan de ser piadosas, expurgando sus culpas, advierte el descuido. Da la voz de alarma y levanta el avispero. Todas responden al unísono: ¡Son dos pesos de lluvia! Tantos son las peticiones que a veces se olvidan, mas no valen excusas: hay que reparar el daño causado. Ponerse las pilas y manos a la obra. Sin prisa pero sin pausa, fríamente calculado, abren la compuerta: son dos pesos de agua, un montón de dinero. Primero una ligera llovizna que alegra los corazones, aviso de que las plegarias han sido oídas. Después un aguacero y otro más fuerte y nubes ennegrecidas aparecen para que se sepa que no se está jugando con su dinero. Una deuda es una deuda y los compromisos son para ser cumplidos. Ahora un torrente y luego otra andanada y otra más que invaden patios, puertas y ventanas, destruyen chozas, encharcan caminos, malogran conucos, desbordan cañadas, ríos, arroyuelos que cobran vida, arrastran por su cauce árboles y animales, y todo lo que encuentran en su camino. Como un batazo a lo más profundo, pican y se extienden convertidos en aguas torrenciales multiplicando los daños de la sequía y creando problemas mayores por doquier, Máxime cuando las consecuencias no se prevén, planifican, organizan y se toman medidas preventivas eficaces a tiempo. Antes de que entre el mar…Como ocurre, por cierto, en nuestra vida política.