Tiempo fuera

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PAULO HERRERA MALUF
La trampa del absoluto Para el mago, los problemas comienzan cuando llega a creerse su propia magia. Para el político, al menos según Lord John Acton, parecería que las dificultades se inician al acceder éste al poder. Luego de una vida de investigación, el eminente historiador paneuropeo del siglo XIX llegó a una conclusión lapidaria: el poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente.

Tan repetidas han sido estas palabras que hasta suenan trilladas. No por eso son menos ciertas, como lo demuestra la historia una y otra vez. Las lecciones de Acton conservan, ciertamente, una escalofriante actualidad, y constituyen una advertencia válida para cualquier político profesional que se estrena en el poder.

Valga el recordatorio también para el partido oficial, que aunque no es precisamente bisoño en el ejercicio del poder, sí ha recibido por primera vez el favor del electorado para gobernar con el respaldo de una contundente mayoría congresual. Lo más cercano a un poder absoluto que se puede conseguir en un sistema democrático.

Varias preguntas son, por tanto, pertinentes. Si han conseguido un poder absoluto, ¿qué fuerza mantendrá a los representantes del partido oficial alejados de la corrupción absoluta? ¿Cómo evitarán ensoberbecerse con la magnitud del poder prestado?

Si no hay contrapeso a la vista -no lo hay en el espectro político partidario, menos aún entre los grupos de interés -sólo el auto-control y la mesura que pueda imponerse a sí mismo el partido de gobierno lo separa del abuso de poder y de sus consecuencias. Un mal presagio, sin dudas.

Y si observamos el comportamiento que ha venido teniendo en el pasado reciente esta fuerza política, hay que convenir que la tendencia no es la mejor. Puede decirse, por ejemplo, que la recién pasada campaña electoral y las elecciones en las que culminó completaron el proceso de devaluación del hoy principal partido político de la República Dominicana. Quedó demostrado que es un partido que no sólo sabe devolver los golpes, sino que puede darlos sin provocación. Que no será segundo de nadie si se trata de hacer mañoserías para ganar o conservar poder.

Supongo que pragmatismo es el eufemismo apropiado. Habrá que darle la razón, entonces, a Adlai Stevenson, el agudo demócrata norteamericano, quien le dio a la frase de Acton un giro casi picaresco: el poder corrompe, y es la falta de él la que corrompe absolutamente. Queda para la reflexión de todos la incongruencia de esperar mejores prácticas en el manejo del poder, cuando los actores se permiten transgresiones muy diversas en el proceso de su adquisición.

El encogimiento ético del partido oficial es especialmente doloroso, ya que por años ha sido supuesta una fortaleza moral relativa de sus representantes, con respecto a sus colegas de las demás agrupaciones políticas. Incluso, son ellos mismos quienes insisten en dividir la oferta partidarista en “ellos” -los del tigueraje, los del desorden, los de la corruptela -y “nosotros” – los buenos, los ordenados, los de la modernidad.

Si se acepta como válido este discurso, hay que concluir que los riesgos son mayores. Corruptio optimi pessima est, reza la vieja máxima romana. La corrupción de los mejores es la peor de todas. La más devastadora.

Esto agranda la carga de responsabilidad histórica que tiene el partido de gobierno frente a la sociedad dominicana. ¿Usará ese poder con dignidad y sabiduría? ¿O, por el contrario, constituirá un nuevo desengaño para la ciudadanía?.

La respuesta a esta pregunta es determinante para el futuro inmediato del sistema político dominicano, pues las circunstancias quisieron que la concentración de poder en un solo partido llegara en un momento en que los demás están muy débiles. Un fracaso estrepitoso de esta gestión dejaría al sistema de partidos muy mal parado y – muy probablemente – a la merced de aventuras mesiánicas.

Una analogía adecuada para ilustrar esta situación es la del piloto que conduce una motocicleta de gran cilindrada a velocidad de vértigo. El piloto lleva un pasajero, quien no puede hacer más que agarrarse con todas sus fuerzas para no salir despedido por los aires. Sólo la pericia y la prudencia del piloto llevarán al pasajero ileso a su destino. Si no está claro, el pasajero de la metáfora es la sociedad dominicana. Por cierto, que el pasajero no lleva casco protector.

¿Estará el partido de gobierno a la altura de esta responsabilidad? ¿Será capaz de casarse con la gloria?

¿Se desgastará poco a poco, como suele suceder a los gobernantes cuando hacen un trabajo aceptable o bueno? ¿O perderá la confianza del electorado abrupta y rápidamente, con la consiguiente desilusión?.

Fue Séneca quien dijo que todo poder excesivo dura poco. Cierto que hay muchas excepciones. Cierto también que pareciera que el poder absoluto lleva en sí el germen de su autodestrucción.

¿Cuanto durará este poder cuasi-absoluto? ¿Podrán sus dueños afianzarse en él y gobernar por un buen tiempo? ¿Caerán de lo alto, como Icaro y sus alas enceradas?

Por lo pronto, la historia no parece estar a su favor. Pero sólo el tiempo dirá.

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