Tiempo fuera

Tiempo fuera

PAULO HERRERA MALUF
Escorpiones y ranas. En medio de la tormenta, el escorpión, acorralado en una roca por las aguas que inundaban el bosque, le ruega a la rana que lo lleve a un lugar seguro montado en su lomo. La rana rehúsa tajantemente, condicionada por su instinto de conservación.

– Si te monto en mi lomo me vas a picar – le dice la rana.

El escorpión, con el agua ya mojándole las patas, razona rápidamente: – No seas tonta, rana. Sabes que no puedo nadar y si te pico nos ahogaríamos los dos. No soy tan estúpido.

El argumento convence a la rana, que accede noblemente a darle un aventón a su depredador natural. Justo en la parte más profunda del charco, el pasajero clava su aguijón en la carne de su salvadora. Mientras se sumergen hacia la muerte, la rana interpela al escorpión. – ¿Por qué me picaste? Habías prometido que no lo harías.

La respuesta llega con el último aliento de ambos. – No pude evitarlo, rana. Es mi naturaleza. Soy un escorpión.

La historieta viene a cuento a propósito del empeño mostrado por el Presidente Fernández de llevar a cabo una transformación política integral, y del compromiso público que ha asumido de hacerla de forma democrática y participativa.

El proceso pretende ser bastante profundo y vertical.

Abarca desde una reforma a la Constitución de la República hasta la elaboración, aprobación y promulgación de un importante paquete de leyes adjetivas.

Ciertamente, una meta muy ambiciosa la del Presidente Fernández. E interesante. Sobre todo porque, acertadamente, el mandatario ha declarado que la única manera legítima de alcanzar esta meta es con una auténtica participación de los diversos sectores del país. Si lo lograra, el Presidente daría un verdadero jonrón político.

Se casaría con la gloria y se aseguraría, con méritos genuinos, un lugar único en la historia.

Existen, sin embargo, grandes escollos que deben ser sorteados para que estos cambios, tan anhelados por todos, puedan cristalizarse.

El primero de ellos es la desconfianza que arropa a buena parte de las organizaciones de la sociedad civil respecto de la sinceridad de la oferta del Presidente. Como la rana de la fábula, los grupos de interés han aprendido a desconfiar de los políticos profesionales. Por instinto y con razón. Y si esos políticos profesionales tienen todo el poder para utilizarlo a favor de sus propios fines, las entidades de la sociedad civil no tienen ninguna razón para creer que su suerte será diferente que la de la víctima del cuento.

Experiencias sobran. El fiasco de la reforma constitucional del 2001, en circunstancias muy similares a las actuales, todavía está fresco en la memoria de todos.

Y las señales que ha estado enviando el partido de gobierno desde que adquirió la mayoría congresual no son las más alentadoras. Su cambio de posición respecto del mecanismo para la reforma a la Carta Magna, por ejemplo, huele demasiado a oportunismo político. Y la propuesta del ex-senador peledeísta por el Distrito Nacional de alargar el período presidencial actual debería bastar para destruir cualquier asomo de confianza en la buena fe del partido oficial. Eso, aparte de que es un soberano disparate.

Mientras, el Presidente insiste en su compromiso con una reforma política participativa e incluyente. Quisiéramos

creerle, pero todavía hay mucha desconfianza por vencer.

La mejor manera de hacerlo es, desde luego, convertir las palabras en hechos concretos.

O mejor aún, ofrecer garantías tangibles de que el Presidente Fernández no usará su poder ni para atropellar ni para manipular a los que acudan al llamado de diálogo.

Más que pedirle a la rana que confíe en el escorpión; se trata de que este último acepte amarrarse el aguijón mientras cabalga a la primera. De otro modo, el final de la historia ya es conocido.

Eso nos lleva al segundo escollo. Ni el método que se usará para definir el contenido de la reforma constitucional, ni el mecanismo que la implementará están definidos. Los procedimientos que se utilicen para estos fines son esenciales para la credibilidad del proceso y para ganar terreno paso a paso. En otras palabras, la forma es parte fundamental del fondo.

De hecho, el Presidente Fernández tiene en sus manos la oportunidad dorada de propiciar un nuevo, y muy necesitado, protocolo para la concertación. Este protocolo debería cubrir todos los aspectos de la consulta. Desde el manejo de las convocatorias, que deben hacerse con formalidad y anticipación, hasta la selección del espacio físico donde se realizarán las conversaciones, que debe ser terreno neutral. Por cierto, que el Palacio Nacional no califica como tal.

Además, el protocolo debería garantizar la imparcialidad de la moderación, aún en temas espinosos como el de la relación Estado-religión. Y debería evitar que la vocería se maneje bajo la discrecionalidad del moderador, lo que evitaría la oportunidad de sesgar unilateralmente a la opinión pública.

Sin un protocolo creíble para la concertación, será muy alto el riesgo de que el proceso se convierta en una utilización de la credibilidad de la sociedad civil para validar la agenda política del Presidente; aún cuando se acepte que las intenciones de este último son sinceras.

Esto quiere decir que para llegar a puerto seguro, el protocolo debe proteger incluso al escorpión de su propia naturaleza.

Todos, como el Presidente, queremos reforma política.

Todos deseamos que se tumben las barreras para que ésta pueda efectuarse de modo legítimo. Y la única manera es que escorpiones y ranas contemos con un espacio auténtico que nos permita ser sujetos, no objetos, de la reforma.

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