Tiempos de melancolía

Tiempos de melancolía

VLADIMIR VELAZQUEZ MATOS
Melancolía; palabra que según innumerables tratadistas y filólogos es la más bella de lengua castellana, pero que, muy a pesar de su belleza fonética o de la imagen poética que pueda inferir el despreocupado lector, describe un mortal estado de abandono, de apatía y desdicha sin causa aparente, de insondable tristeza y, como diría el poeta, de oscura noche del alma.

Es evidente que vivimos tiempos de melancolía. Y decimos ésto por ser la melancolía una grave enfermedad, la llamada depresión endógena o mal mayor, siendo una de las principales causas de muerte en el mundo moderno debido a que es la desencadenante principal del suicidio, estando sólo detrás de las enfermedades cardiovasculares, el cáncer de pulmón o el VIH, y que según la Organización Mundial de la Salud, es una enfermedad propende a crecer convirtiéndose en una verdadera pandemia de los presentes tiempos.

Y ciertamente así como existe esta enfermedad inhabilitante de las personas que impide vivir de manera normal, plena, tornándose el mundo más negro de lo que realmente es, así existe, de acuerdo a lo que podemos percibir por la prensa o en nuestro entorno más inmediato, que los centros hegemónicos de poder también imponen un sentido de apesadumbramiento, de impotencia, cosificando a los seres humanos hasta convertirlos en simples engranajes de consumo, todo ello unido al tan cacareado agotamiento de las utopías, de las actitudes solidarias transformadas en rapaces, en fin, del triunfo del más aberrante individualismo por sobre los valores de la comunidad, existiendo sólo el avasallamiento de los más fuertes contra los débiles, como el actual genocidio norteamericano perpetrado contra el pueblo de Irak por petróleo.

Tal como declara en su libro «El hombre Light» del psiquiatra español Enrique Rojas, el hombre moderno vive en un irresponsable solipsismo, totalmente egoísta, morbosamente competitivo, sólo importándole todo lo que satisfaga sus más inmediatos caprichos y veleidades, sin poner reparos a lo que pueda estar ocurriendo en su medio circundante, siempre y cuando no le afecte sus propios intereses.

La sociedad moderna se ha encargado de simplicar en exceso la vida, tanto, que la ha complicado con nimiedades, dañando nuestras relaciones con el prójimo en la búsqueda de ventajas materiales a como dé lugar, viviendo encerrados en la incomunicación (aunque suene paradójico en este mundo del satélite y de la internet), en donde no se conversa con el amigo o el vecino, con una familia cada vez más disgregada, creándose nuevos patrones conductuales divorciados de los valores fundamentales de los seres humanos, en donde los «negocios», a cualquier nivel, son más importantes que la paz y confraternidad entre los pueblos, cayendo en cuenta quienes no seguimos pies juntillas los lineamientos de la manada por esas y muchas otras razones, que vivimos tiempos de desasosiego e infelicidad, tiempos plenos de melancolía.

Tal vez si rompiéramos ese esquema con los cuales nos han lobotomizadoi a través de los embrutecedores medios de comunicación masivo, inoculándonos todo ese afán desmedido de notoriedad (los famosos 10 minutos de Warhol), el de poseer incontables bienes materiales sin el enaltecedor esfuerzo del trabajo, del yo estar «OK» que Wayne Dyer saludaba con sus zonas erróneas aunque el mundo estuviese patas arriba, con todo ese bárbaro consumo de cosas innecesarias, no advirtiendo que existen otros valores más trascendentales como el de preservar los frágiles y hoy moribundos recursos naturales, el de amar y prestar atención a nuestros hijos y a todos los niños del planeta, el de venerar la memoria de nuestros antepasados ilustres, o si se quiere también, el de la búsqueda sincera de Dios, posiblemente cambiaríamos este panorama tan desolador por uno de fulgurante y esperanzadora luz en nuestros corazones.

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