TIERRA ALTA

TIERRA ALTA

POR PASTOR VASQUEZ 
“Madre Mia”, dijo el General Mon.Esa tarde de San Juan, llena de mariposas variopintas que se confundían con la hojarasca que arrastraba el viento, llegó Papá Viejo desde muy lejos.

Había andado desde Sabana Grande de Boya hasta la Luisa Prieta, entre montes y montes, pasó por Sierra Prieta y luego atravesó el pueblo en su viejo jataco, con su porte de general de división, arrastrando un pesar de leyendas.

Detrás venía esa jauría hambrienta y cansada. El caballo estaba lleno de polvo y el sombrero de fieltro había adquirido un color pardo.

 “Virgen de la Altagracia, abuelo, ya usted no está para esos viajes”, dijo mi madre mientras le sostenía el rifle para que el viejo bajara del jataco.

 Esa noche comimos tocineta con rulo sentados en la mesa de la enramada grande, bajo la luz de una lámpara de aire, y Papá Viejo tomaba ginebra en su copa de plata, que tenía dibujado el escudo de la República.

 “¿Usted ve esa copa dorada? Mírenla bien”, dijo el viejo con su voz ronca y luego lamió su bigote canoso.

“Esa copa me la regaló el General Mon Cáceres en octubre de 1911, poco antes de la tragedia”.

 “! Pobre General Mon, carajo! ¿Sabes tú Juanita cómo mataron al General  Mon?”

“El General Mon era un general de verdad, no de esos que se ponen medallitas y no han participado en ninguna guerra. Era un hombre valiente, carajo. Sí señor, un hombre arretao”.

“Esa tarde se daba un paseito por lo lao de la capital, cerca del mar. Dicen que iba pa’ donde le llaman Haina detrás de una condená que lo tenía aficiao, porque así somos los hombres, como perritos detrás de una falda”.

Papá Viejo contó con solemnidad cómo viajaba tranquilo el General en un carro Victoria, tirado por dos caballos pardos, esa tarde del 19 de noviembre de 1911. El General iba calladito, como dejando atrás el hálito de tristeza que describe quien va directo a la muerte.

“Lo acompañaba el coronel Chipí Pérez, gran amigo mío,  yo le había salvado el pellejo en 1906. Cuando pasaban frente a la casa de Don Francisco Peynado, un grupo de forajidos dirigidos por un cobarde llamado Luís Tejera, a quien yo estuve buscando para mandárselo a San Pedro en 1900, atacó al general Mon. No tuvo tiempo a sacar su pistola y fue herido mortalmente en el acto”.

“El coronel Pérez era un hombre valiente, carajo, y dispersó al grupo. Allí quedó herido el traidor de Luís Tejera, mientras el coronel Pérez llevaba al Presidente Mon a la casa de Peynado, donde fue socorrido y luego llevado donde los americanos que tenían su oficina cerca, pero allí murió el pobre general. Tenía los ojos como si estuviera mirando al mismo diablo. ¡Virgen Purísima! Y lo último que dijo fue: ¡”Madre Mía!”.

¡”Ah!  ¿Y a ese supuesto general Tejera?’ Papá Viejo abrió ampliamente sus ojos de cimarrón y se pasó el dedo por la garganta.

¡”Jesús Magnifica!”, dijo mi madre mientras recogía la mesa.

 

 

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