Tierra alta
El sombrero de mister William

<p><strong>Tierra alta</strong> <br/>El sombrero de mister William</p>

PASTOR VÁSQUEZ
ceyba@hotmail.com

-A la memoria de Eduardo Fleming, operador del aljibe de viento, que murió en tierra extraña-
Años más tarde, en el frescor del inicio de zafra, comenzaron a llegar de nuevo los obreros al ingenio, unos venían del otro lado de la frontera y otros eran traídos en vapor de  islas del Caribe.

Bonito era el inicio de zafra, con la boyada que recorría todos los bateyes, bueyes bien alimentados, con olor a hierba buena, que eran distribuidos a los carreteros para el inicio de la cosecha.

En las noches el batey se iluminaba con la fiesta de inicio de zafra que hacían los braceros haitianos, en rito mágico arrastrado por sus ancestros del viejo Dahomey, allá en África. En otro extremo del batey estaban los negros de Tórtola y Saint-Thomas, críticos y huidizos, poseídos de una paciencia bíblica en este duro choque de cultura.

Así, cuando todavía rondaba el misterio de un grimoso tren que cruzaba los campos azucareros y que se perdía en medio de la noche, con un ruido que llegaba al cielo, un acontecimiento vino a turbar la paz de aquellos días.

Desde la era en que zozobró el “Coleman” en aguas profundas del mar Caribe el espíritu de los maquinistas que retornaban a su hogar en tiempo muerto andaba rondando por estas tierras. Mil historias, teñidas de supersticiones surgieron entonces en el ingenio Santa Fe, en Consuelo, Catarey, San Luis, en Boca Chica, en Quisqueya y en el Puerto de San Pedro, porque en el barco iban maquinistas de todos los centrales.

 Entonces, en los ferrocarriles de este ingenio comenzó a crujir el fuñido  tren que despertaba a la gente en el batey Mata Mamón y seguía por Santa Ana, Ceiba 12, Chirino, San Juan de Buena Vista, Cruz Verde, La Altagracia, La Reforma, El Naranjo y Mata Indio.

Era el tren del mismo infierno. La gente decía que no se podía caminar de noche paralelo a los rieles, pues pasaban los maquinistas de Tórtola, cuyas almas andaban en pena, y hacían parar el tren para darle a usted un empujoncito rumbo al purgatorio.

Así, la noche en que Mister William perdió su sombrero, cuando el tren parecía que iba a chocar en el cruce del Vigía 16, más acá del Puente Rojo, era memorable para el pueblo porque el inglés, que ya había echado raíces en la isla de Santo Domingo, no paraba el pico, rememorando su sombrero, de dril, ¡caramba!, con pluma de pavo real. ¡Y se lo llevó, quién sabe dónde, un negro de Tórtola que iban en ese tren de media noche, en ese espeluznante tren que sube a los mundos celestiales después de joder la paz de los cristianos de estos valles y montañas.

De tanto lamentar ese sombrero, una noche, cuando el tambor ancestral de los haitianos sonaba al ritmo del vaudou, alguien tocó a la puerta de la casa de Mister William.

“¿Quién podrá ser a estas hora de la noche?” Había niebla en todo el valle. Al frente de la casa de Mister William estaba el campo 66 y del lado atrás había un monte de palmeras insulares, mezcladas con árboles de pan de fruta y algarrobos, donde  el inglés tenía un criadero de cerdos que su mujer dominicana cuidaba con devoción religiosa.

Algunos aseguraban que sería las dos hora de la madrugada cuando Mister William zafó, en la turbación de la somnolencia, la tranca de la casa; pero la doctora Ceferina contó más tarde que no estaría muy lejos de la media noche, porque sólo hacía unos minutos que había pitado el ingenio cuando ella fue llamada de urgencia por un haitiano que tomaba tragos en el festín de zafra.

Mister William quedó unos días en estado de coma en el hospital militar de San Isidro Labrador y cuando retornó al mundo de los vivos narró que fue visitado aquella noche por una “delegación” de los negros de Tórtola que habían venido a devolverle su sombrero.

El sombrero fue hallado enganchado en la copa de una palmera aquella madrugada de extraña neblina y por mucho tiempo permaneció en el podium de la iglesia evangélica de los ingleses del batey hasta aquel día en que Mister William se cansó del jorobado testimonio y volvió a tomarse sus tragos en la bodega del central azucarero.

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