Tierra alta
MAR NUESTRO PAIS

<STRONG>Tierra alta</STRONG> <BR>MAR NUESTRO PAIS

PASTOR VASQUEZ
ceyba@hotmail.com
SCHWEILING-HOLSTEIN, Alemania.-Heme aquí, en un pueblo lejano, en la frontera con Dinamarca, en el Mar del Norte, donde a uno se le congelan hasta las palabras.

El viento es tan frío que lo recibo en mis orejas como si se tratara de un golpe de granizo. Cuando era un niño fui golpeado por una lluvia de granizos cuando mis hermanos y yo veniamos de San Francisco, montados en los potros de mi padre.

¡Como pasa el tiempo! Quien lo diría? Sí, así es la vida! Aquí estoy, con mis recuerdos, con mi pensamiento.

En este largo viaje me ha acompañado una novela llamada «La Vida No tiene Nombre», de Don Marcio Veloz Maggiolo.

En ella Maggiolo narra la vida de Ramón Vieth, un dominicano a quien llamaban El Cuerno, hijo de un inmigrante holandés, quien por los malos tratos a que era sometido en su hogar, cogió el monte.

Luego, El Cuerno se unió a las guerrillas que se levantaron en el Este del país para combatir la intervención norteamericana de 1916. Termina El Cuerno sus días encerrado en una celda, esperando el pelotón de fusilamiento.

Es una obra pequeña, pero significativa para la dominicanidad, para identificarnos con lo que somos y la he traído con la intención de entregársela a mi hijo, pero me he arrepentido, porque en la novela -y no es culpa de Don Marcio- Ramón Vieth se queja amargamente de lo entreguista que somos, de cómo nos arrodillamos frente al Poder Internacional.

Yo no quiero que mi hijo se haga una idea semejante de mi país, pues el dominicano ha sabido enfrentar a las fuerzas más poderosas de la tierra. Lo hicimos en 1865, en 1916 y 1965. Y todavía hoy estamos enfrentando a esos poderes que nos quieren arrodillar y someter a su voluntad.

Este pueblo se llama Wilster, es una comunidad rural pequeñita, que pertenece al Lander de Holstein. He llegado aquí para estar unos días con mi amado hijo. El muchacho va creciendo bien y ya me dijo que quiere ser en un futuro no muy lejano. !Que feliz me siento!

Le he traído un bate de jugar pelota, un guante, una docena de bolas de béisbol, una foto de Samuel Sosa, algunos libros de cuento, y otros ajuares. El niño ha observado con detenimiento el bate, luego el guante. Me observa y me lanza una pícara sonrisa.

Se marcha y al rato vuelve con sus amiguitos alemanes. Tienen un video de un juego de béisbol de Grandes Ligas. Luego de observar la técnica de juego, salen al parque ¡A jugar béisbol, carajo!

Aquí la diferencia entre la calle y la acera se nota solo por una pintura roja, no hay los odiosos y peligrosos contenes que te hacen romper un tobillo. Todas las calles están bien adoquinadas, y el pueblito luce limpio. Todas las casas son de ladrillo.

Este pueblo es como un sueño, la iglesia es desde la era de la antigua Prusia. La gente es muy educada y cuando suele encontrarte a alguien: «Guten Tag» (Buenos Días),  pero hay algo terrible que me desespera: esta cultura es rarísima, yo no veo muchas personas en las calles. Parece como si la población fuera desapareciendo paulatinamente.

Mi hijo me dijo que aquí las familias tienen un solo descendientes y muchas personas ni hijos tienen. ¡Caray! En ese momento pienso en lo fuerte que somos como nación. Nunca vamos a desaparecer, aunque un fantoche pronosticara la postrer agonía de la nación dominicana, en un libro que fue premiado por la Feria del Libro.

Del otro lado de Europa nos están difamando. En París se están sirviendo con la cuchara grande. Dos curas, expulsados de aquí por agitadores,  parece que están derramando su ira de venganza contra nosotros.

¡Que lamentable es no poder estar cerca para pelarle el plátano a esto dos pendejos! Cuando uno está fuera de su país es que aprende más a querer a su patria, a apreciar lo que uno tiene.

Ahora comprendo por qué tantos extranjeros, principalmente europeos vienen a vivir a República Dominicana. Nos han metido el cuento de que es por Sol del Caribe .

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