Tierra alta
Buen viaje, Luis

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PASTOR VÁSQUEZ
ceyba@hotmail.com
Al despertar de ese domingo, cuando el Astro Rey apenas nos iluminaba con esos pálidos rayos que viajan cada día desde oriente para anunciar la llegada de un dichoso día, cuatro amigos tocábamos en la puerta de la casa marcada con el número 46 de la Rue León Camilla, en un antiguo residencial de Puerto Príncipe.

Habíamos salido temprano, en busca de algo diferente, porque la noche anterior, un sábado de esos sin mucha novedad que digamos, entre tragos y teorías, acordamos en lo adelante hacer algo diferente. El rostro feliz de un Luis Moquete dio su aprobación a la idea, planteada por el vicecónsul Miguel Angel Rodríguez.

Al otro día estábamos visitando en la que fuera la casa del fenecido escritor Roger Gaillard. En la aventura intelectual nos siguió la consejera Rosa Aldiris García.

Madame Gillard hablaba de la vida y obra de su esposo con tal entusiasmo que Luis se conmovió y mientras ella le firma un libro titulado “La Destinée de Carl Bouard”, publicado por Roger en los años 70, nuestro amigo me soltó algo entre dientes: “Qué vacío deberán sentir las viudas de este mundo”.

¡Oh misterio de la divina madre naturaleza! ¿Cómo vivirían las viudas de este mundo, qué vacío les acompañaría en su melancolía, en su dolorosa soledad? Luis se preguntó eso un domingo en que buscábamos algo para refugiar nuestras almas saturadas de la cotidianidad, y precisamente un domingo lo bajábamos a la tumba, en una soleada tarde, en la que pude ver una poesía de Gabriela Mistral dibujada en el rostro doloroso de Raquel Herrera de Moquete, quien estuvo siempre a su lado en esos postreros días.

AUSENCIA

Se va de ti mi cuerpo gota a gota.
Se va mi cara en un óleo sordo;
Se van mis manos en azogue suelto;
Se van mis pies en dos tiempos de polvo…
Este largo cansancio se hará mayor un día,
Y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir
Arrastrando su masa por la rosada vía,
por donde van los hombres, contentos de vivir…

El embajador José Serulle Ramia lanzaba una flor al féretro de un hombre que vivió con el alma tranquila y con una palabra de perdón en los labios. A su lado pude ver el rostro triste del cónsul Carlos Castillo, y más allá a Héctor Guzmán, que vino de Puerto Príncipe, a despedir a un amigo a quien una extraña enfermedad consumió sin pausa ni piedad, cuando comenzaba con entusiasmo una carrera diplomática.

Abajo, Lisa, Luis Emilio y Laisa, rodeados de su angustiada madre, se inclinaban de rodillas para dar el último beso a su padre amado, y arriba, en una tumba solitaria de ese sagrado cementerio de la avenida Máximo Gómez, vi lágrimas en el rostro de Miguel Ángel Rodríguez.

Cerca estaba el general Rafael Leonidas Pérez y Pérez con un panegírico para un amigo que quiso ser poeta y dejó unos versos inconclusos…

Luis nació un domingo, nos decía Rafael Leonidas, y –otra jugada del destino- este domingo de llanto y dolor le decíamos adiós.

“Luis Moquete Pérez, profesor, periodista, político y diplomático, tuvo un corazón que supo escribir versos”.

En su “Canto al duvergense de hoy”, hizo poesía en segmento de tradición duvergense”:

Color de polvo tienes tu faz
Olor a incienso emanas
Nostalgia inmensa tu expresión irradias
Al cantar tus cuitas llorando en tus calles
En los días santos de tu devoción…

“Qué vacío deberán sentir las viudas de este mundo”, y yo ante mi dolor sólo puedo enviarte al infinito un párrafo de Gustavo Adolfo Bécquer:

Despertaba el día,
Y, a su albor primero,
Con sus mil ruidos
Despertaba el pueblo.

Ante aquel contraste
De vida y misterio,
De luz y tinieblas,

Yo pensé un momento:

—¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

Hasta luego, hermano del alma. Escrito con lágrimas en esta madrugada de noviembre.

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