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PASTOR VÁSQUEZ
Los tígueres dei Cambronai no tienen peidón de Dios / Se comieron a Cabo EVela, sin sabei de qué murió/Se comieron a Cabo EVela, un buey que jalaba tanto… (canción popular dominicana).
Yo quería mucho a ese buey. Blanquito, el boyero, se lo había recomendado a mi padre después de la última boyada que vino de Cojobal.
Cuando pasó la boyada por el batey, que creo llevaba en ese inicio de zafra más de dos mil bueyes bien engordados, oliendo a melaza, descansaditos y vivarachos, yo escuché la voz de Blanquito, con su látigo al aire, su sombrerito de alas pequeñas, su traje caqui y su escopeta terciada en el mulo:
¡¡Oh!¡Oh! , y ¡ziassssssssssss!
Don Vásquez, vaya temprano a La Reforma, que le marqué los mejores ejemplares, antes que se los lleven otros jefes del ingenio.
Después, la boyada fue saliendo lentamente del batey. Los niños, encerrados por precaución, vimos desde las ventanas a los últimos bueyes que levantaban el polvo en el camino real.
Como todos los años, tras la boyada, salíamos a fabricar látigos y a montar en caballos de palo para imitar el movimiento de Blanquito y los demás boyeros, que eran expertos en sonar el foete.
Cuando comenzó la zafra, mi padre trajo los animales de La Reforma, y ese buey fue indicado para Manto Julio.
¡Ah! ¡Manto Julio! Ya se me olvidaba el infeliz. Era un hombre seco de carne, con piel de cocodrilo, ojitos de culebra sabanera y fumador de hojas de guandules.
Era un ser bueno, devoto del Santo Cristo de Bayaguana y respetuoso de la ley y las buenas costumbres. Trabajaba de día y de noche. Era el mejor carretero que había en todo el ingenio, pues en sus días libres siempre estaba dispuesto a cualquier servicio extra: llevar un ataúd en su carreta, un enfermo, una mudanza, y esas cosas de antaño.
Y un día salió Manto Julio, como siempre, tempranito, con su carreta, rumbo al campo 77, si mal no recuerdo. Llovía y llovía, como si se tratara del diluvio universal, cuando de repente un relámpago iluminó los cielos y después un estruendo estremeció la tierra, y luego pero lo que le pasó al pobre Manto Julio fue mucho tiempo después del asunto de Cabo E Vela.
A los bueyes les ponían nombres raros. Yo conocí en mi niñez a un carretero que a un buey le llamaba Ceba-Cuero, a otro Cubero y a otro…¡Ay, no!
Cuando Manto Julio pasaba por el centro del batey con la carreta cargada de caña, rumbo a la estación 12, donde ahora se erige el parque central de Ceiba 12, que era donde todas las tardes venía el tren, los niños salíamos detrás de la carreta, vociferándole al buey:
¡Cabo E Vela! ¡Dame una vela, Cabo E Vela! Y parece que la única alegría del desdichado Cabo E Vela, en su eterna esclavitud, era la ocurrencia de los chiquillos, pues su respuesta nunca faltaba:
¡Muuuuu, muuuuuuu! Y un día los chiquillos nos quedamos esperando esa respuesta, porque Cabo E Vela iba raro esa mañana, cuando el Astro Rey indicaba las once, ya en el tercer viaje de Manto Julio a la estación, desde el Campo 99, que estaba ubicado justamente detrás del batey.
Recuerdo que al rato vi correr mucha gente rumbo a la curvita donde estaba un gigante árbol de javilla que cubría con su sombra toda la esquina.
¡Se ha desmayado un buey de Manto Julio!, dijo alguien. El buey se retorcía de dolor debajo de la javilla y María Goyita, con su campanita de plata, y un ungüento de calibolato con anamú, trataba de volverlo a la vida. Entre oraciones y oraciones, Cabo E Vela seguía peor y Manto Julio le quitó el yugo.
Las yuntas tienen seis bueyes, dos de guía, dos de centro y dos de tronco. Los de guía son los más hábiles y Cabo E Vela era un buey de guía.
Cuando Manto Julio le quitó el yugo, el buey convulsionó y la gente comenzó a decir: que en él se envuelva Fue tras esas palabras cuando vimos a una turba de tígueres que, como fieras hambrientas, vinieron a descuartizar el animal. Jamás pude entender por qué se comieron a Cabo E Vela.