Tierra alta
CARLOS DORE, HUGO TOLENTINO
EL SÍNDROME DE WELLES

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PASTOR VÁSQUEZ
ceyba@hotmail.com
www.ceyba.blogspot.com
El 30 de octubre de 1938, una voz imponente y seductora se levantaba a través de las ondas radiales.
Esa voz penetró a los hogares, bares, café, barberías, librerías y plazas de Nueva York, atravesó el río Hudson, invadió Nueva Jersey y se extendió por los predios vecinos.

Era la voz de Orson Welles que, desde el Mercury Theater, regenteado por la CBS, transmitía el drama de la ficción escrita por el británico H.G. Welles, en su libro “La guerra de los mundos”, que trata sobre una supuesta invasión extraterrestre.

Sólo faltaron minutos para que el pánico se generalizara en toda la costa Este de Estados Unidos. Se congestionaron las líneas telefónicas, la gente corrió a protegerse de los supuestos gases venenosos y los rayos que lanzarían los alienígenas y se dice que muchos otros se suicidaron.

La secuela de esta dramatización, aparentemente inocente, fue objeto de estudios científicos por parte de los especialistas de la conducta humana.

Muchas personas le llamaron a estos efectos de pánico “el síndrome de Welles”.

Me paseaba por la orilla del río Hudson con mi familia y la buena amiga Binny Rosario, junto a su esposo Alexandre y su hijo Alejo, cuando en medio del frío congelador me han llegado a la memoria algunos episodios que delatan la debilidad del dominicano para caer presa del pánico y la histeria.

Hace unos años la sociedad dominicana se levantó alarmada a una hora inusual cuando se propagó en todo el país la idea  de que venía un maremoto.

En la época en que el doctor Jorge Blanco era presidente de la República alguien se inventó la invasión de un supuesto ejército de liberación de Puerto Rico, conocido como “Los Macheteros”, liderado por Filiberto Ojeda Ríos, y sin que nadie se detuviera a pensar qué necesidad tenían esos boricuas de invadirnos, cundió el pánico, a tal punto que la Policía Nacional comenzó a apresar personas “para fines de investigación”.

Recuerdo como si fuese ayer que entre las personas que fueron apresadas estaba el doctor Higinio Báez, cuyo único pecado era pertenecer al Movimiento Popular Dominicano. Nuestra capacidad alarmista, heredada de los españoles.  ¡Ah!, allá, en España, también tuvieron su histeria en 1998 con la aparición de un supuesto pintor maldito, cuyas obras causaban un desequilibrio mental al contemplarlas. Esta debilidad ha sido usada muchas veces por los políticos inescrupulosos y los ultranacionalistas de pacotilla, y ha llegado al colmo de atrapar hasta a intelectuales y personas pensantes.

Miren, cuando el doctor Joaquín Balaguer habló de un plan, supuestamente orquestado por Francia, Canadá y Estados Unidos, para unificar la isla, la sociedad dominicana comprendió que se trataba de una marrulla en contra del doctor José Francisco Peña Gómez, en medio de las elecciones de 1994; pero una vez pasada las elecciones hubo gente que siguió propagando descaradamente esa especie. Un día un amigo, a quien yo apreciaba mucho y a quien asesoraba en sus funciones oficiales, me preguntó que si alguna vez yo había sido contactado por algún gobierno extranjero para el plan de unificación. Ahí terminó nuestra amistad.

Todo esto viene al caso porque en plena Navidad sólo faltó que un joven llamado Jean Baptiste Latorti, de quien no sé qué designio lo anima, se inventara un supuesto movimiento político dominico-haitiano, para que volviera el fatídico tema, con la agravante de que los estultos de siempre comenzarán a acusar aquí y allá a personas que merecen respeto de la sociedad. Escuché con pena, a través de Internet, a un tal Norberto que llamó a “El gobierno de la mañana” para lanzar dardos envenenados contra don Hugo Tolentino Dipp y el doctor Carlos Dore Cabral.

Carlos Dore y Hugo Tolentino son dos intelectuales respetables que han tenido posiciones firmes y científicas en este tema, y el hecho de que un gallo loco comience a acusarlos de pro-haitianos es una muestra de hasta dónde podemos llegar con nuestro fanatismo.

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