PASTOR VÁSQUEZ
ceyba@hotmail.com
www.ceyba.blogspot.com
El domingo anterior yo había visto por última vez a mis niños corretear detrás del abuelo.
Rodeado de esa paz bíblica que lo acompañó durante toda su vida, el abuelo trató de dejar su mecedora para ir al encuentro de los chiquillos, pero el ímpetu de Alfonsito no le dio tiempo.
Detrás venía la Melany, con sus pasitos precipitados, toda echa un alboroto, ya despeinada de tanto moverse en el trayecto.
¡Papá!, Papá, Papáaaa!. Y al rato ambos estaban precipitando el ritmo de la mecedora, variando con dulce alegría infantil el esquema pasivo del abuelo.
Ese domingo mi esposa y yo partimos hacia Puerto Príncipe. Atrás quedaba la vieja ciudad de San Cristóbal con dos abuelos felices, en una casa en que el silencio y la paz le hacen homenaje a la vida.
Después, mi esposa debió regresar un miércoles y yo me quedé allá, solitario, leyendo con delirio mis jurisprudencias, anotando aquí y allá, mientras pensaba de vez en cuando en lo feliz que debía ser el abuelo con esos niños divinos que Rosanna y yo habíamos procreado.
Don Juan Zoilo Roa (Ñaña) nació a principios de un siglo convulso, en 1918, en una montaña de San José de Ocoa, que lleva el nombre de un grande de la humanidad: Mahoma.
Había vivido toda su vida apegado a sus tierras, sacándole el fruto de la vida, tal y como lo enseñaron las Sagradas Escrituras en el libro Génesis: He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla os serán para comer.
Su amor a la familia lo hace marchar a San Cristóbal para educar a sus hijos, que luego fueron su mayor orgullo, su más sublime premio: tengo abogados, médicos, periodistas, maestros, agrónomos, contables, psicólogos… Era verdad, Papá Zoilo y Mamá Hilda habían reunido en sus descendientes gran variedad de profesionales honestos y consagrados.
En su niñez había escuchado hablar de los bolos y los coludos, de jimenistas y horacistas. Los líderes de antes, Horacio Vásquez, Juan Isidro Jimenes, Carlos Morales Languasco, Desiderio Arias, Eladio Victoria, Mon Cáceres y demás, no eran tan diferentes a los políticos de ahora, sólo que los del tiempo viejo peleaban a fuego y espadas; los de ahora con el arma de la palabra y la intriga.
¿Por qué estaba triste Papá Zoilo, si nunca había sufrido de ninguna enfermedad, si no tenía ningún problema? ¿Qué signos había percibido? ¿Qué llamado divino había visto en el espacio infinito?
¡Misterio de la vida!
Ese otro domingo, mi esposa salió de nuevo con los niños hacia su hogar paterno y materno. Otra vez los niños brincaron de alegría, se repitió la escena de la semana anterior, pero yo no pude estar allí para registrar aquello.
Me cuentan que mi esposa le cortó las uñas, y luego ella y mi cuñada Joaquina lo llevaron a cortarse el pelo. Él iba feliz por las calles de San Cristóbal. En sus bolsillos tenía exactamente el dinero para pagar al barbero.
! Ustedes me están dando un paseo por el pueblo!, dijo, pues habían dado unas vueltas pocos convencionales antes de llegar al punto clave. En la casa comieron todos en la mesa. Como cosa divina, la mayoría de los hijos e hijas, que viven casi todos en el pueblo, a excepción de las que están fuera del país, llegaron para compartir el almuerzo.
Me dicen que después don Zoilo comenzó a llorar. ¿Por qué lloraba Papá Zoilo? Nadie lo sabe. En la tarde, mi esposa me llama y me dice que él quiere saludarme. Conversamos. Él, que era un hombre de la Iglesia, a quien nunca le habían gustado las fiestas, me dice que le gustaría bailar un perico ripiao, y yo le digo que desde que regrese a Santo Domingo iríamos a un baile.
No ha pasado una hora cuando mi cuñado Modesto llama y me dice que don Zoilo ha fallecido. ¡Qué vacío dejan nuestros viejos cuando se marchan! ¡Qué dolor y soledad dejan el alma de las viudas! Sólo Dios sabe qué estrella clandestina les avisa que ha llegado la hora de la partida.