Tierra alta
Cuando monseñor Agripino me pido excusas

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PASTOR VÁSQUEZ
ceyba@hotmail.com
Hacía poco tiempo que yo había llegado definitivamente del campo y en esos mismos días había nacido mi hija Marién del Mar, cuando recibí un gran boche, sólo por realizar mi trabajo con el entusiasmo de un joven que acaba de iniciar la carrera periodística que soñó desde su niñez.

Mi padre nunca me dio un boche. Cuando deseaba decirme algo me sentaba en sus piernas y me hablaba suavemente, con la educación que lo caracterizaba.

Yo había nacido en una pequeña comunidad rural, rodeado de personas educadas, había crecido en medio del cariño de padre, madre, tíos, tías, hermanos, vecinos, en una época en que uno se hincaba de rodillas para demandarle la bendición a los padrinos y madrinas.

Nací y me crié en una comunidad donde las personas mayores corregían cualquier mal actuación de los niños sin temor a un conflicto con el vecino.

Siendo un niño no conocí la cultura de hablarle mal a la gente, no conocí la discriminación económica –no confundamos lo racial con lo económico -, no conocía aquellas personas que en la ciudad miraban a uno de arriba abajo con esos rostros de desprecio que tanto entristecieron mi alma cuando quise abrirme paso en estos mundos.

Esa noche Freddy Beras Goico había recibido en su programa de televisión una llamada necia, de alguien que aseguraba había una bomba en los estudios de Color Visión.

Yo trabajaba en el periódico HOY. También hacía poco que había salido del periódico El Caribe, donde fui editor deportivo, con apenas 24 años de edad.

A color visión acudieron oficiales de todos los servicios de seguridad del Estado, que revisaron esquina por esquina la planta televisora. Y yo estaba allí en medio del nerviosismo, el fanfarroneo de oficiales con chalecos antibalas que querían demostrar su efectividad frente a un Freddy Beras marcadamente molesto por la broma que le habían jugado.

Allí estaba un pobre muchacho, campesino, un poco desaliñado, hambriento y cansado, por una larga jornada de trabajo, pero lleno de ilusiones y de sueños, con la esperanza puesta en el futuro. Allí estaba un joven responsable, dispuesto a cubrir las incidencias de aquella alarma.

Una vez se comprobó que aquello fue una broma, me acerqué a monseñor Agripino Núñez Collado, que allí estaba, no recuerdo por cuáles razones. Con la timidez que caracteriza a un carajito campesino, le pregunté sobre algo del momento, en su calidad de mediador en esta política cavernaria.

Y monseñor me dio un boche. Me dijo enérgicamente que cómo me atrevía yo a venir con ese asunto en medio de aquella situación. Tal vez tenía razón, pero yo sólo era un muchacho bueno y sano que quería hacer mi trabajo.

Me arrinconé con los ojos humedecidos. Monseñor entonces fue donde yo estaba. Vino a mí con toda la humildad del mundo, con el rostro turbado. Yo pensé que él iba a llorar.

“Joven, excúseme, caramba, yo me excedí. No quise hacer eso, perdóneme, por favor”. ¡Cuanta humildad sentí yo en este mensajero del Señor.

El gobierno dominicano, en la persona del secretario de Estado, Rafael Núñez, ha pedido excusa al periodista Adolfo Salomón, herido y agraviado por un desliz del secretario de las Fuerzas Armadas, teniente general Ramón Aquino García, y por un boche inmerecido del Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez.

Con esa actitud el gobierno se engrandece y una vez más se demuestra que estamos frente a un presidente diferente. Leonel Fernández fue formador de periodistas y por eso jamás podríamos pensar que en su gobierno se abrigarán actitudes en contra de la prensa dominicana. Además, pienso, igual que Rafael Núñez, que la carta dirigida a los ejecutivos de Color Visión, para supuestamente “amonestar” a Salomón, no fue autoría del secretario de las Fuerzas Armadas. Allí actuó el cerebro de un “genio” que quería ganar rango con el Jefe.

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