Tierra alta
Cuando volvió el cantor

<p><span><strong>Tierra alta</strong><br/>Cuando volvió el cantor<br/></span></p>

Si se calla el cantor calla la vida
(canción popular)  

PASTOR VÁSQUEZ
ceyba@hotmail.com
La Navidad era bonita en los cañaverales. La gente decía que la caña es dulce por dentro y agria por fuera, amarga como el anamú, picante como el guanibey y la pringamosa.

El tío Fausto de Padua, que conocía todos los bateyes desde San Juan de Buena Vista hasta Sabana Grande de Boyá, decía que los cañaverales tenían el color de la gloria celestial en esta época del año.

“El cielo arriba, con esa flor que semeja el heráldico paraíso, y el infierno abajo, mío Deus, con su pringamosa y el fogaraté”.

Desde las alturas de Sierra Prieta los cañaverales se veían verdes, muy verdes, verdaderamente verdes como un paraíso, durante todo el año, excepto en Navidad cuando comenzaban a pendonear los campos y salían esas espigas blancas del mismo cohollo de la caña. Entonces el llano cañero se pintaba de blanco y las flores bailoteaban con la brisa fría de la tarde.

Por esas tierras la flor de la caña anunciaba la Navidad y Toñito Suazo afinaba su guitarra para extraer de sus tristes somnolencias a los bateyes y parajes con los aguinaldos del recuerdo.

La güira, la guitarra, la marimba y el tambor llenaban las noches en los cañaverales y así la Navidad eran las cuerdas de Toñito Suazo y las cuerdas de Toñito Suazo eran la misma Navidad.

Recorría los caminos polvorientos con su guitarra peregrina y con su canto melodioso hacía olvidar las tristezas y las desventuras de esta vida insular. De poco hablar, de mirada fría, cuerpo gigante, barbudo, como el Cristo, de pelo recio y abundante, Toñito Suazo parecía una figura venida de mundos extraños, ataviado con un atuendo de poliester, que consistía en un camisón largo y unos pantalones verdes de campanas, a rayitas blancas.

Eran felices las Navidades de Toñito Suazo con su conjunto, pero una noche de ron y alevosía calló el cantor para siempre mientras su alma se iba a la eternidad. A Toñito Suazo lo asesinaron en octubre cuando retornaba de una fiesta por la ruta de Hacienda Estrella y desde entonces la Navidad no fue Navidad sin las cuerdas de Toñito Suazo.

En las fiestas de Navidad en vez de alegría había llantos, porque los músicos ponían en un rincón la guitarra de Toñito Suazo, como si esperaran el retorno de su dueño, envuelto en un manto de milagro y misterio.

Y una noche llegó el cohen, el jodido cohen, que había habitado donde le llaman Antón Sánchez, en los confines de Monte Plata.

Con sombrero de fieltro, peluca, pantalones campanas, color verde –sí señor, color verde– y blusón de filipinas. Se paró la música cuando la gente vio entrar a la misteriosa figura.

Muchos se hincaron y rezaron temblorosos, porque se dice que no es lo mismo llamar al hombre aquel que verlo arribar desde su trono del averno.

Todos queremos a nuestros muertos, pero nadie quiere verlo en persona, así nomás, como si estuviesen vivitos los cristianos.

El hombre agarró su guitarra y dijo: “no teman que es Toñito Suazo que viene a cantar su última fiesta”. Y el hombre tocó hasta el amanecer y cantó con una voz tan melodiosa que casi subía al cielo.

Años después de aquella noche inexplicable, la gente de otros parajes lejanos dice que escucharon el cantar de Toñito Suazo como si cantara en todas las comunidades a la vez. Un viejo de donde le dicen Casueza, me contó años ha que esa noche tomó ginebra y bailó con su mujer la música que sonaba a más de cien kilómetros de distancia y que él identificó la voz de su cantor preferido que venía envuelta en las ramas de los árboles.

Jamás se supo nada del cohen, que ese día vino a ponerse el traje de Toñito Suazo y cantar como si fuese el mismo hombre, pese a que el adivino de Antón Sánchez jamás había tenido en sus manos una guitarra.

Antón Sánchez, Monte Plata, Navidad de 2003.

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