Tierra alta
¡Cuidado, General! Volverá el
centauro por su venganza

<STRONG>Tierra alta<BR></STRONG>¡Cuidado, General! Volverá el<BR>centauro por su venganza

PASTOR VASQUEZ
ceyba@hotmail.com
Unos días antes de la muerte del Presidente Mon Cáceres, Papá Viejo, retirado en sus tierras, al igual que el general Horacio Vásquez, había iniciado un viaje por recónditas llanuras forestales del Este que a Mamá Vieja le pareció sospechoso. Desde los días de la caída del gobierno de Morales Languasco Papá Viejo había disuelto por segunda vez su Ejército y se retiró a Sierra de Agua a una vida pacífica y productiva.

Aunque había prometido a su familia jamás volver a los asuntos de las montoneras, en él vivía el germen de la guerra. Se pasaba los días en sus tierras, trabajando con el arado junto a los peones y en horas de la tarde se acostaba en su hamaca a fumar tabaco cibaeño con su cachimbo de barro.

Los días festivos, andaba pensativo, vestido con un traje inglés, revolver al cinto, sombrero de dril y montado en su mula parda, ataviada por una silla que le había preparado un tal Fellito, talabartero de Sabana Grande de Boyá. Recorría sus tierras, seguido por esa jauría histórica de la cual hablaría Mamá Vieja, con nostalgia y resentimiento muchos años después de que muriera aquel jefe guerrillero de los campos orientales.

Su silencio, su largo pensamiento, la constante lectura de un libro raro, llamado “El Conde de  Montecristi”, su soledad y su mirada hacia la lejanía minutos antes de montar la mula, dejaban claro que algo no andaba bien en Papá Viejo. “Un día de estos recoge sus hombres y vuelve a lo de siempre, carajo”, dijo un día Mamá Vieja mientras tejía en la galería de la casa verde, que marcó toda una leyenda en Sierra de Agua. Y ese día salió Papá Viejo rumbo a un lugar llamado Magarín, más allá de El Seibo, en los confines de este mundo insular. Entonces, Mamá Vieja pensó que se había cumplido el oráculo. Iba acompañado de una parte de su jauría y de su asistente personal, el teniente Sigilo Frías hijo y dos más de sus colaboradores, quienes se mantuvieron a su lado después de la guerra. Papá Viejo llegó a Magarín un domingo por la tarde, tras pasar valles, montañas y cordilleras; atravesar pueblos extraños y desconocidos por la civilización citadina. Cuentan los viejos de aquella época que por todas las comunidades por donde pasaba el hombre se le agregaban personas y le vociferaban ¡Viva el General Matías! Ese extraño peregrinaje había sido informado a San Pedro y ya la famosa Guardia de Mon estaba alerta. Papá Viejo y Mon eran amigos y en más de una ocasión se juntaron en Moca, en la casa del general Horacio. Un día el general Matías llegó sin el perro jíbaro y al notar la ausencia del animal su mujer preguntó qué había pasado: “Se lo he regalado al general Mon”, dijo. Al llegar a Magarín, Papá Viejo entró a un rancho escondido entre unos bosques; rancho este raro, rodeado por un sembradío de anamú, juanalablanca, hierbabuena y bruja; lleno de palomas, lechuzas, y con el cielo ennegrecido por el permanente volar de unas lauras lujuriosas. “¡Mi General! Lo estaba esperando, pasé usted”, dijo una vieja mítica y temblorosa acompañada de doce discípulas mulatas y seductoras. -Cuantas novillas, mi querida Carmita –dijo el viejo pícaramente.

-No, mi General, son vírgenes y son para el señor, y para espantar a los malos espíritus- y las chicas sonreían, mientras Carmita Frías conducía al general Matías a leerle el oráculo. “¡Cuidado, General, volverá el centauro por su venganza. Su ira llegará hasta el hombre grande. Lo envolverá en su propia historia. Dejará el trono luego para ascender al infinito. El perro jíbaro volverá a su dueño”!. La mula de Papá Viejo trotaba estrepitosamente de retorno a Sierra de Agua y ya grandes cantidades de hombres le iban siguiendo los pasos, sin que el General se lo impidiera ni le explicara cuál era el destino. -¿Qué ha pasado, estalló la revolución, Matías? –Preguntó Mamá Vieja al ver aquello. -No, pero estallará pronto, pasará una desgracia en Santo Domingo, la isla arderá en llamas. -¡Avemaría purísima!-dijo Mamá Vieja, y el general Matías ordenó sacrificar un toro para alimentar a los hombres que lo habían seguido en el trayecto. Era 19 de noviembre de 1991, una tardecita no cualquiera, cuando el Presidente iba en su carro victoria por lo lado del malecón de Santo Domingo y unos forajidos liderado por Luis Tejera le dispararon mortalmente. Años antes, en 1899 el general Mon asesinó a  Ulises.

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