Tierra alta
Don Federico Bermúdez

<STRONG>Tierra alta<BR></STRONG>Don Federico Bermúdez

PASTOR VASQUEZ
ceiba@hotmail.com
Una sobrina querida me ha pedido que le hable un poco de la egregia figura literaria de Don Federico Bermúdez, y quisiera compartir con ustedes algunos apuntes.

Pues bien, Don Federico Bermúdez nació en San Pedro de Macorís, en 1884, en pleno apogeo de los gobiernos azules del general Gregorio Luperón. Sus padres fueron Luis Arturo Bermúdez, abogado y escritor, y Carmen Ortega.

Desde joven comenzó a escribir versos y cuando maduró en su labor literaria escribió en revistas como «La Cuna de América», «Renacimiento» y «Letras». Cuando yo era un niño llegó a mis manos un libro llamado «Los Humildes, que recogía los más nobles sentimientos de este hombre, fallecido a destiempo en 1921.

La mayoría de estos poemas fueron escritos entre 1914 y 1916 y en ellos Bermúdez estampa la vida del hombre rural dominicano, de aquel que lucha por extraer de la tierra el sustento de su familia.

De este poemario quedó gravado en mi memoria uno dedicado a los bueyes, y como este jueves fue celebrado «El Día del Buey», yo quiero rememorarlo junto con ustedes, pero quiero decirle antes que Federico Bermúdez es uno de los más grandes exponentes de la letra latinoamericana.

DEL ARADO

Van los tardos bueyes, paso sobre paso.
Bajo los ardores del ardiente sol;…
Van por la llanura cuyo campo raso
Hace tiempo huellan, paso sobre paso,
A la voz amiga de su conductor.

Van a la frescura del abrevadero
Dos angustiosos; presas de la sed
Arando el campo medio día entero,
Del sol de agosto bajo el gran brasero,
¡Marchan a las aguas del abrevadero
Aliviar el fuego del bochorno cruel!

¡Vaya un sol quemante; cómo da en la testa
En el amplio lomo del paciente buey,
El que no descansa porque no protesta,
El que siempre lleva sobre lomo y testa
Gran pesadumbre de la eterna ley!

Débiles los miembros, las fauces jadeantes,
Marchan lentamente como en procesión,
Los enormes cuerpos casi vacilantes,
Queriendo rendirse tristes y jadeantes,
La escasa alfombra del seco pajón.

Con sus grandes ojos, mansos y conformes,
Del camino miran al linde final,
La enfilada tropa de árboles enormes,
Donde fatigados, mansos y conformes
gozarán un rato de tranquilidad.

¡Qué gigante lucha de este medio día!
¡Cuántas desazones! ¡Vaya un bravo arar!
Para abrir el surco, ¡qué triste agonía!
¡Y aún están los músculos para medio día
Que el arado espera para trabajar!

Aún los troncos firmes de las firmes astas
sentirán el yugo largas horas más;
Y halando el arado por Las tierras vastas,
Conquistando fuerzas alzarán las astas
Al «¡oh de Los bueyes!» de su capataz.

Darles grandes fuerzas al Señor le plugo,
músculos de acero, bríos de titán,
Y aunque desfallezcan bajo el recio yugo,
Son los elegidos y al Señor le plugo
Darles una vida para trabajar.

Is no Dan sus fuerzas para esas fatigas,
¿qué se harán los sueños del cultivador
Que ha soñado un campo de rubias espigas?;
Is no Dan mis fuerzas para esas fatigas,
¿quién limpia la tierra de cardos y ortigas,
Para los milagros de la producción.

Is lo quiere el amo para sus riquezas
Y lo exige el látigo del buen conductor,
Es indispensable preparar las fuerzas,
¡Resistir el yugo sobre Las cabezas,
Dando al amo frutos para sus riquezas,
Recibiendo en cambio su agua y su pajón…!

¿Y a qué más alto anhelo? ¿No está remunerado
¡Volverán los bueyes, paso sobre paso,
Bajo los ardores del ardiente sol,
Por la gran llanura cuyo campo raso,
Have tiempo huellan, paso sobre paso,
A la voz amiga de su conductor…!.

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