Tierra alta
El brujo de Samaná

<STRONG>Tierra alta<BR></STRONG>El brujo de Samaná

PASTOR VÁSQUEZ
ceyba@hotmail.com
Cuando comenzó la vaina contra el gobierno de Eladio Victoria, Papá Viejo se encontraba en Saint Thomas, donde planificaba otra revuelta con el primo Horacio, quien planificó su entrada a la isla por la vía de Oriente.

El general Horacio Vásquez estalló en cólera cuando se enteró de la expedición del ex presidente Carlos Morales Languasco, quien desembarcó desde Puerto Rico y tomó las principales poblaciones del Este.

“¡Han  precipitado el asunto, carajo!”, habría dicho el general Horacio, con su sombrero blanco, sus polainas y su báculo de caoba con cabeza de culebra tallada por un artista de París.

La revuelta ya era inevitable. Los Victoria, Eladio y Alfredo, sobrino y tío, se habían alzado con el poder desde que unos forajidos asesinaron en la vieja ciudad al presidente Mon. Y en la Línea Noroeste se había levantado el aguerrido general Desiderio Arias. En Puerto Plata, el general Cipriano Bencosme había cogido las riendas del asunto.

El general Luis Felipe Vidal andaba por el Sur con su mula parda y un grupo de hombres hostigando a las tropas del Gobierno. La guerra del 12 ya había comenzado.

Así las cosas, el general Horacio tomó una rápida decisión. Marchó hacia Puerto Príncipe a entrevistarse con el presidente Circinnatus Lecompte  para procurar armas y municiones. En tanto, Papá Viejo marchó hacia la República, desembarcó en Sánchez con cincuenta y siete hombres y allí instaló el Cuartel General de la Revolución.

Tras organizar su ejército, Papá Viejo decidió consultar el oráculo antes de entrar nuevamente en acción revolucionaria.

En Majagual y Juana Vicenta reclutó hombres y dejó instalados puestos de avanzada; luego penetró, una noche sigilosa, a Samaná,  sin mucho estruendo de caballos ni vítores.

Llevado por un guía, llegó a una casa de tejamaní, ubicada en Santa Bárbara, donde un viejo negro y de barba blanca, con traje indú, lo esperaba sentado en una poltrona inglesa.

Era el famoso brujo Jackson, que había venido de una isla inglesa por allá, por los 1800, había tenido 37 hijos en Samaná  y vivía en una extraña poligamia con cuatro mujeres de distintas regiones reunidas en la casa de tejamaní.

Tras sonar una campanita de metal, el brujo invocó a los espíritus y comenzó a hablar en lengua extraña. Papá Viejo salió de la casa de tejamaní y montó en su mula con el rostro de mal presagio y en un silencio tenebroso.

“¿Puedo saber qué le dijo ese hombre, mi general?”, preguntó el coronel Sigilo Frías, con un aire de atrevida curiosidad.

“Ya me están cansando las revoluciones, coronel, y presiento que esta guerra no llegará a ninguna parte. ¿Quiere saber que me dijo el brujo? Me dijo que el primo Horacio no llegará al poder ahora, que un supuesto cristo con sotana ocupará la silla presidencial.

Pocos días después llegó de Haití, pasando por la Línea, el general Horacio Vásquez, con más de cien hombres. Se entrevisto con Desiderio y luego siguió hasta Sánchez, donde fue recibido por Papá Viejo con una algarabía jamás vista. Allí se proclamó Jefe Supremo de la Revolución.

En esos días, en medio de la guerra, Papá Viejo olvidó el asunto del cristo, pero mucho tiempo después lloró en Sierra de Agua, en la galería de la casa verde, frente a los girasoles, cuando recordó el bando que daba término a las hostilidades y se anunciaba un acuerdo para un período de paz.

Entonces, el primero de diciembre, fecha inolvidable para Papá Viejo, se instaló en el Gobierno un “cristo”, con una cruz en el pecho y una sotana. Se llamaba monseñor Adolfo Alejandro Nouel y Bobadilla.

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