Tierra alta 
El código y el “acumulo”

Tierra alta <BR><STRONG>El código y el “acumulo”</STRONG>

PASTOR VÁSQUEZ
ceyba@hotmail.com
Jamás se me borrará de la memoria la imagen de una madre desesperada llorando frente a mi escritorio, desamparada y solitaria en un país lejano, dominado por un eterno imperio de abusos. La doña tenía por lo menos 70 años de edad. Su cabellera blanca me recordaba a mi abuela, tejiendo en su mecedora en la vieja población de Bayaguana. Entonces, tuve que contenerme para no llorar en su presencia y me fui al baño a estregarme los ojos.

Había venido de Colombia a ver a su hijo, que estaba prisionero en la cárcel de La Victoria y terrible sorpresa se llevó. Al llegar allí le informaron que su hijo estaba en un hospital de Santo Domingo.

Más tarde, al llegar al hospital lo que encontró fue una figura cadavérica envuelta en unos trapos sucios y amarrada a los barrotes de la cama con unas horrendas esposas.

Ya su hijo no podía hablar. Estaba terriblemente enfermo, pero el oficial de seguridad insistía en mantenerlo esposado, no valieron los ruegos de una madre desesperada ni la recomendación médica.

Yo sabía que en alguna recóndita y empolvada ley, se preveía la excarcelación de un prisionero por razones de salud, pero la madre tocó puertas, habló aquí y allá. Anduvo varios días por esas calles soleadas, sin recursos, solitaria, clamando piedad para su hijo enfermo. Nadie la ayudó.

Para colmo de males, el muchacho enfermo no estaba condenado. Era lo que aquí le llaman un preso preventivo. ¡Qué carajo!

La madre vino al periódico a plantearme su pesar, a buscar ayuda, a denunciar la situación. En esa época el que estaba acusado de traficar drogas ya era culpable en la mente y en la cobardía de todos. Y en la atalaya de esa burla a los principios elementales de los derechos humanos estaban los campeones, los zares anti-narcóticos, los dueños del país, los juristas y militares bellacos de la derecha más rancia de esta sufrida media isla. ¿Quién se iba a atrever a ayudar a esa pobre doñita? Todo el mundo tenía miedo a los zares. El que le caía mal a los zares era un pobre diablo de este mundo que estaba expuesto a cualquier bellaquería. Yo hice lo que dictaminó mi conciencia y redacté la nota para ayudar a una madre que podría ser mi adorada abuelita.

Días después el muchacho murió y yo pude ver a la doña, cristiana, clamando a Dios perdón para aquellos que hicieron tan terrible mal a un ser humano.

Ahora que en nuestro país hay un Estado de Derecho, ahora que tenemos un gobierno realmente democrático, como el del doctor Leonel Fernández, que es un jurista y un intelectual de conciencia, los zares, los minotauros, los derechistas, levantan el ave gris de su malicia para desacreditar el Código Procesal Penal, que le da las garantías al ciudadano.

Dicen que el código es un premio a la delincuencia. Lo que pasa es que ya no pueden hacer “acumulos”. No pueden elaborar los bellacos expedientes, como los que les hicieron a mis hermanos Ramón y Bernabé en los años 70. Yo era niño y sufrí aquellas injusticias, por eso jamás seré derechista.

Yo tampoco creo en las figuras inmaculadas, que se erigen como zares, para hacer bellaquerías contra la humanidad, a nombre de una vaina que dicen combatir. ¿No eran esos mismos zares los que hacían expedientes a nobles muchachos por ser comunistas?

El Código está bien hecho. Si usted es un delincuente, traficante, los aparatos del Estado le van a dar seguimiento y usted va a caer. Sólo hay que tecnificar los organismos investigativos. Mas, si usted es un ciudadano trabajador y honesto, camine tranquilo por las calles, que ningún barriga de pandero le va a preparar un “acumulo” sólo por que usted le caiga mal.

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